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Eres mia, bonita.

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Descripción

Mía Beltrán, una brillante joven bioquímica, jamás imaginó que su conocimiento salvaría vidas en el lugar más oscuro posible. Secuestrada por un cartel para asistir en el parto de la joven esposa de un temido narcotraficante, Mía se ve atrapada en un mundo donde la ley no existe y el peligro es constante.

Allí conoce a los hermanos Russo, herederos del imperio criminal, pero es Theo Russo —el menor, de cabello castaño y ojos marrones intensos— quien se obsesiona con ella desde el primer momento. Pese a su frialdad y sus métodos violentos, Theo parece tener una única debilidad: Mía.

Mientras lucha por su libertad, Mía descubrirá que escapar del lugar es mucho más fácil que huir de alguien como Theo… especialmente cuando el deseo comienza a confundir los límites entre cautiverio y pasión.

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Inicio
Mi nombre es Mía Beltrán, tengo 26 años y soy bioquímica. Crecí en laboratorios rodeada de microscopios, fórmulas y placas de Petri. Mis padres, Maximiliano y Anastasia, también son bioquímicos, así que mi vida entera ha estado marcada por la ciencia. Hoy estoy en casa de mis padres, sentada en la cocina con mi madre. Le hablo con entusiasmo —aunque también con cierta tensión— sobre mi caso más reciente. —Se llama Valentína, tiene 19 años. Es la paciente más joven que he tratado hasta ahora —le digo, mientras rodeo la taza de café con ambas manos—. Está embarazada… y su diagnóstico es complicado. Tiene el Síndrome de Respuesta Bioquímica Materno-Fetal Exacerbada. Es hereditario, poco común, y puede activarse durante el parto. Ya vi morir un bebé por eso. No quiero que vuelva a pasar. Mi madre deja la cuchara sobre el plato y me mira en silencio. —¿Y cómo lo detectaste? —Por los biomarcadores en sangre. Encajan con los patrones que identifiqué durante mi investigación. He trabajado con dos casos similares, y aunque logré salvar vidas… también perdí una. Bajo la mirada. Esa pérdida todavía me duele. Es algo que no se supera. —Mía… —Anastasia me llama con suavidad—. Amor, tú no eres Dios. Levanto los ojos hacia ella, sorprendida por la firmeza en sus palabras. —Sé cuánto te importa lo que haces, y sé que harás todo lo que esté en tus manos por esa chica. Pero tienes que entender que no siempre podrás salvar a todos. —Lo sé, mamá… pero siento que si algo sale mal, es porque no hice lo suficiente. Ella se acerca, me toma la mano con fuerza. —Hija, te amo. Y estoy profundamente orgullosa de ti. Pero prométeme que no vas a destruirte si algo sale mal. No puedes llevar la carga de la vida y la muerte como si fueras responsable de todo. Tú das lo mejor de ti, y eso ya es más de lo que muchos harían. Asiento, conteniendo la emoción. —Lo prometo… Aunque a veces siento que no es suficiente. —Lo es —me asegura con firmeza—. Lo es, Mía. Tú has creado cosas increíbles, y sé que estás intentando salvar a Valentína con todo tu corazón. Fuimos interrumpidas cuando la puerta se abrió y apareció papá. Estaba como siempre: impecable, con su traje perfectamente entallado, su cabello castaño salpicado de canas elegantes y esos ojos hermosos, mezcla de gris y azul, que siempre me parecieron imposibles de imitar en un microscopio o en una fórmula. Sin decir palabra, se acercó a mamá y la saludó con un beso en los labios, uno de esos lentos, como si el tiempo se detuviera un segundo. No necesitaban disimularlo. Ellos eran así: la pareja de enamorados eternos, los que aún se tomaban de la mano en la calle, los que se abrazaban en silencio mientras leían. —Papá, acá no… —dije riendo, sacudiendo la cabeza mientras él le acariciaba el rostro a mamá como si no la viera todos los días. —¿Qué? ¿No puedo besar a mi esposa en mi propia casa? —preguntó fingiendo indignación, aunque en sus labios jugaba una sonrisa. —Ay, Max… —dijo mamá, entre divertida y sonrojada—. Déjala, que está estresada. —¿Estás bien, Mía? —me preguntó, cruzando el salón hasta mí con ese aire de calma que siempre me transmite. —Sí, solo… solo hablábamos de Valentína. Es mi paciente más joven. Tiene 19 años y un diagnóstico complicado. —Mi tono se volvió más serio sin querer. Él me escuchó con atención, colocándose junto a mamá. Juntos, siempre juntos. Y en ese instante, sentí algo muy claro: por más presión que cargara, por más decisiones difíciles que tuviera que tomar, ellos eran mi base, mi ancla. Luego llegó Abril, mi hermana menor. Como siempre, traía puesta una falda demasiado corta y una camiseta ajustada con algún diseño raro —esta vez era un corazón atravesado por una aguja de coser—. Estudia Diseño de Modas, así que cada día es como si saliera de una pasarela alternativa. —¡Abril! —exclamó papá en cuanto la vio—. ¿Esa falda te la prestó un colibrí o qué? —Papá… es arte —respondió ella con una sonrisa ladina, girando sobre sus talones como si estuviera en un desfile. —Es falta de tela, eso es lo que es —refunfuñó él, aunque en sus ojos brillaba el mismo amor que me muestra a mí. Abril es quien más se parece a mamá: misma melena castaña con reflejos dorados, mismos ojos intensos, misma expresión encantadora y desafiante a la vez. En cambio, yo soy el retrato de papá: piel clara, facciones más serias, y esos ojos entre azul y gris que heredé de él. Papá es amoroso con las dos, siempre lo ha sido, pero también es sobreprotector hasta el extremo. —¿Y tú qué haces por aquí? —le pregunté a Abril mientras se acomodaba en la mesa como si nada. —Vine a buscar inspiración —respondió—. Estoy diseñando una colección basada en mujeres fuertes… y tú, hermana, eres mi musa científica. Además, mamá hace el mejor café del mundo. —Bien, loca familia, tengo que cenar con César… —anuncié mientras me levantaba con la taza en la mano. —¡Ese novio tuyo debe ser un lastre en la cama! —soltó Abril entre carcajadas—. ¡Tiene una cara de aburrido que espanta! —¡Abril! —intervino mamá, rodando los ojos—. ¡Por Dios, esa boca tuya! —¿Qué? ¡Es verdad! —replicó ella encogiéndose de hombros—. Si papá no lo tolera, por algo será… Mi padre dejó escapar una carcajada mientras se acomodaba mejor en la silla, observándome con esa mezcla de ternura y autoridad. —Amor, tú podrías tener algo mucho mejor —dijo con una media sonrisa—. No me cae mal por capricho. Solo… siento que no está a tu altura. —Lo están matando y ni está presente —repliqué con una sonrisa tensa—. Y para que quede claro: César es bueno conmigo. —Bueno… pero ¿te emociona? —soltó Abril con una ceja en alto. —¡Abril, basta! —dije riendo, aunque en el fondo su pregunta me pinchó un poco. —Bueno, solo quiero que seas feliz, no aburrida —dijo mientras se servía más café. Papá asintió en silencio. Mamá me miró con dulzura, como si supiera algo que yo aún no terminaba de aceptar. Y ahí estaba yo, la bioquímica brillante, la hija mayor, la que parecía tenerlo todo bajo control… dudando, aunque fuera por un segundo, si tal vez todos tenían razón. 📌 Nota del Autor. “Eres mía, bonita” forma parte de una saga familiar que comienza con los padres de Mía Beltrán, la protagonista de esta historia. Si querés seguir el orden completo, te lo dejo acá: 1. La obsesión de mi cuñado – Anastasia Vargas y Maximiliano Beltrán (padres de Mía y Abril) 2. La obsesión del mafioso – Sofía Vargas (Hermana de Anastasia) y Santiago Russo. 3. Isabella, Mi perdición – Isabela Lombardi y Thiago Russo (hijo de Sofía y Santiago) 4. Eres mía, bonita – Mía Beltrán y Theo Russo ⚠️ Y lo aclaro de una vez: NO hay incesto. Theo es hijo adoptivo, criado por Sofía y Santiago. Así que pueden leer tranquilos. Ya estoy cansado de explicar lo mismo 😂. Gracias por estar aquí. Ahora sí… que empiece la obsesión.

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