3. Tormenta

1018 Palabras
El corredor Rayra ganó una mirada del padre. —No debías estar aquí, jovencita. —Sabes que te amo papá, nunca lo he ocultado. —Lo sé, monstruita. Y estoy preocupado por mi chico. Rayra rió. —Deberías preocuparte por mí. Soy tu princesita. —Eres una monstruita, eso sí. Te conozco. —¿Realmente no me vas a decir qué le pasa a Rudá? —No puedo. Solo él puede decirlo, no lo presiones tanto. —¿Qué tan mal está papá? —En una escala del 2 al 10, cuarenta, Rayra. Ella se apoyó en la pared. —Y compórtate. Rayra cerró los ojos, y el subjefe de la mafia americana vio la misma curiosidad surgir cuando ella entró en la adolescencia, algunas veces casi se caía de la silla cuando la niña preguntaba sobre sexualidad. Ella tenía cinco años cuando se sentó en su regazo y preguntó cómo los bebés llegaban al vientre, él inventó que era una semilla que se tragaba, pero algunos años más tarde se vio obligado a contar la verdad, antes de que la niña preguntara a los tíos. —Respeta sus límites. ¿Recuerdas nuestra conversación sobre abuso cuando eras niña? Sobre toques sin permiso. —Rudá es hombre, papá. No podré tocar un pelo de él si no quiere. —Sí podrás, porque cuando alguien intenta acercarse, Rudá se transforma, y quien lo intenta acaba lastimado, y él nunca te lastimaría, pero despertará los demonios dentro de él si lo obligas. Estás prohibida de provocarlo con otros chicos. No siento celos de Rudá, pero sí de los otros chicos, lo sabes. —Papá, no puedes asustar más a los chicos. —No necesito asustar. Asustaba porque eran casi niños, ahora son hombres, Rayra. Y Rudá no es el niño que tu madre cogía del oído. Aunque respetaba a Helena de la misma manera. —Es un hombre, provocar los celos de un hombre no es una buena idea. Estéfano guiñó un ojo a su hija y se fue a su cuarto. Rayra sabía que su padre y el marido de su madre solo existían dentro de la casa, afuera él era el subjefe. Rayra se fue a dormir pensativa. No durmió bien, y en la madrugada fue a beber agua, pero acabó en la puerta de la habitación de Rudá, como un imán siempre atrayéndola, recordó el olor que tenía su habitación. Iba a bajar las escaleras, pero escuchó los gritos dentro, pero la puerta estaba cerrada. Rayra pudo sentir el dolor, la desesperación, no podía dejarlo así. Golpeó la puerta de los padres, el padre se levantó con el arma en la mano. —Rudá está gritando papá. —Rayra... Estéfano se detuvo en la puerta. —Está cerrada, papá. Pero la pulsera en el brazo del padre tenía la llave. Volviéron a la puerta de la habitación de Rudá, Estéfano abrió la puerta. Cuando la puerta se abrió, Rudá estaba sentado, sudado, con los puños apretados y despeinado. —Tío. Sácala de aquí. No quiero que me vea así. —¿Pesadillas? —Otra más... —Rayra vuelve a tu habitación. —Déjame quedarme. Si no puedo acercarme, papá, nunca lo lograremos. Tú ve a dormir. Yo me sentaré en la puerta. —Rayra. —No saldré de la puerta. Estéfano sabía que ella tenía razón, sabía también que Rudá no lastimaría a su hija. —Tío... —Sé, chico, pero tienes que aprender a decirle que no. Siempre has hecho todo lo que ella quería. Estéfano se fue. Los ojos de Rayra y Rudá se encontraron. —No te quedes, Rayra. —No voy a entrar. Su respiración estaba descompasada, pesada. —No puedes contarme sobre las pesadillas... —No. Permanecieron los dos ahí durante varios minutos, sin decir nada, pero Rudá volvió a respirar normalmente. Y pronto se puso una camiseta. —Voy a caminar afuera. —Voy contigo. —Hace frío... —¿Puedes prestarme una de tus sudaderas para el frío? Rudá agarró una sudadera roja. El final de la sudadera llegaba a las rodillas de ella. Rudá escribió una nota y la pasó por debajo de la puerta de los tíos. Al salir se pusieron sus zapatillas, Rudá ató los cordones de Rayra. Salieron y Rayra le ofreció la mano. —Yo... —Tengo miedo a la oscuridad, Rudá. ¿Puedes darme tu mano? Él cedió. Ella saboreó el contacto. Apretó ligeramente. —Rayra... —Te amo... Ella llevó la mano de él a sus labios, lo besó. Vio cómo él se endurecía con el contacto, sería un largo camino. Rayra soltó su mano y corrió, el condominio era grande. Realmente estaba oscuro y Rudá se vio obligado a correr detrás de ella. Pararon cerca de la plaza, un soldado estaba patrullando y se acercó. —Señorita, ¿todo está bien? —Sí, está bien. —¿Está segura? El soldado miró de lejos a Rudá, como si lo acusara. —Sí, está bien. No podíamos dormir y vine a correr con mi novio... —¿Novio? Rudá se acercó a Domini. —¿Quieres problemas, Domini? Porque si quieres... Y esta vez mi tía no está cerca para salvarte... Domini levantó las manos... —Vuelvo a mi puesto. Solo me preocupaba... —No eran novios, estaban casados, necesitaba contárselo, pero no estaba listo para eso. Un matrimonio manipulado para no tener que aceptar las solicitudes de los aliados. —¿Rayra realmente me quiere como esposo, princesa? —Es lo que más deseo... —Necesitas dormir. Mañana tienes clases. —Déjame dormir contigo. —Sabes que no podemos. —No pongas excusas, puedes incluso poner otra para que yo duerma. Él pasaría la noche en vela si hiciera eso, porque temería que ella lo tocara mientras duerme. En ese momento se dio cuenta de que ya no podía dormir afuera, porque Rayra ya no le daría espacio. El acuerdo era que ella esperara un año, y ella esperó. Cuando el paseo terminó, Rayra se fue a la habitación y Rudá al gimnasio. Ninguno de los dos lograba dormir de ninguna manera.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR