Rayra no vio a Rudá durante todo el día, pero cuando llegó la noche, él la llevó a la fiesta que se celebraba en el rancho de Pedro.
Había una hoguera, y Rayra disfrutaba conversando con su tía y las demás mujeres, pero luego se acercó a él y le pidió:
—¿Bailas conmigo?
Estaban cara a cara.
—No sé bailar...
—Sabes. Estás mintiendo.
—Rayra...
—Te vi bailando con mamá...
Él bailaba con su tía Helena, a veces llegaba y su tía escuchaba una canción, pero eso siempre ocurría cuando Rudá pensaba que Rayra estaba lejos.
—Nunca he bailado contigo, Rudá...
—Princesa.
—Estoy rogando que bailes conmigo...
Él vaciló...
Se levantó y le ofreció la mano.
—Una canción...
Pero se detuvo a medio camino...
La sensación de la mano en su cintura...
—Lo siento. Creo que estoy demasiado roto incluso para esto.
Se alejó.
Rudá se sentó más lejos en un banco, Rayra se sentó cerca de él.
—¿Cómo se siente mi toque?
—No puedo explicarlo... quema, pero... Estoy demasiado sucio para tocar a alguien tan inocente como tú.
—No digas eso.
—Pero es verdad. Es como profanar un campo sagrado. Si supieras... No querrías que te tocara. No sé si puedo hacer esto funcionar... Ser un esposo.
—¿Puedes imaginarme con otro?
—No, no me hagas eso, princesa, no lo hagas... No lo soportaré si te enamoras de otro.
—Te amo desde que entendí qué es el amor...
—Yo también, yo también, pero no sé qué hacer...
—Descubramos juntos. Quiero construir una familia contigo...
Él suspiró, necesitaba empezar a contar algunas verdades.
—Rayra, no puedo... construir una familia contigo.
—¿Por qué?
—Hijos. No puedo...
—¿No puedes tener hijos o no quieres?
—Yo... hablaremos luego...
Potira se acercó.
—No lo presiones, Rayra.
—Tía. Hasta usted.
—Hasta yo.
Potira entregó a Charlotte en los brazos de Rudá.
—Pequeña.
—Voy a bailar con mi esposo. Mira el lado positivo, Charlotte puede protegerte de Rayra.
Rayra observó a Rudá sostener a la niñita con pecas y cabellos de colores indefinidos.
Potira era la tía de Rayra. Y fue criada con Rudá en la misma casa de Estefano y Helena, el subjefe de la mafia americana solo era el padre de Rayra, pero había ofrecido protección y seguridad a Rudá y Potira. Así que Potira y Rudá se consideraban hermanos.
Al observar a Rudá con la niña, Rayra se volvió aún más indecisa, si él no podía tener hijos o no quería, no sabía qué había ocurrido, pero tal vez lo que había pasado antes de que llegara a casa le había dejado incapacitado para ser padre.
(...)
Al momento de irse, Rudá intentó convencer a Pedro de ir al condominio.
—Rayra se portará bien en el camino, Rudá. ¿Verdad, Rayra?
—Sí.
Se despidieron y subieron a su auto, Rayra tomó una camisa de Rudá y la olió.
—Me porto bien, pero necesito preguntarte algo... Juro que me quedo callada hasta llegar a casa.
—¿Qué pasa, monstruita?
—¿Puedes tener una erección?
Él pisó el freno del auto, por la sorpresa.
—¿Estás bien?
—Sí... responde mi pregunta.
—Rayra... puedo. No hay nada malo, no de esa manera…
—¿Por qué...
—Dijiste que solo era una pregunta. Interrumpió Rudá.
Confianza... Descubrió que Rudá tenía problemas para confiar. Confíaba en ella como amiga, pero no como mujer y tendría que luchar por esa confianza.
—¿Puedes parar en una farmacia?
—No tenemos escolta…
—Pero estoy segura contigo…
—¿Qué necesitas en una farmacia a esta hora, princesa?
—Necesito comprar las toallas higiénicas que me gustan.
Rudá gimió, intimidado, era eso lo que Rayra estaba construyendo, y él tendría que aprender a lidiar con eso, pero la chica estaba empezando a despertar el lado que él había luchado tanto por ocultar, el deseo, la amaba, pero había dejado el deseo dormido...
Estacionó en una farmacia abierta las 24 horas.
No podía dejarla dentro del auto, y no podía dejarla bajar sola, aunque pudiera ver la entrada del establecimiento.
Rayra lo vio apoyar la cabeza en el vidrio y respirar por unos segundos, pero luego se levantó, bajó del auto y le ofreció la mano.
Era un gran paso, toque, aunque fuera tan simple como sostenerse de las manos.
Él se quedó a su lado en la farmacia, registró qué toalla higiénica usaba. Rayra no lo necesitaba realmente, solo estaba haciendo que Rudá la acompañara para que se acostumbrara a su presencia, siempre estaban juntos, pero ahora quería construir una relación romántica, y ese era el camino que ella eligió, construir una intimidad para que él se relajara cerca de ella.
Ella aprovechó para agarrar el champú que Rudá usaba.
—¿Eres tú quien lo compra?
—Sí, Rudá. Creo que soy tu esposa desde que tenía quince años, solo que tú no te habías dado cuenta...
—Oh, princesa. No quise ser frío, no contigo, pero...
—¿Cuándo me vas a dar un beso?
Él respiró hondo y soltó el aire.
—Rayra.
—Esperaré.
Fueron a pagar en la caja. Ella sacó la tarjeta de su bolso.
—Yo pago. Ahora soy yo quien paga.
Era un paso. Fue bueno saber que era ella quien compraba sus cosas, significaba que se preocupaba más allá del deseo. Al principio era Helena quien compraba lo que Rudá usaba, pero desde que Rayra cumplió quince años, quien elegía su ropa era ella, el champú, incluso las zapatillas que él usaba, ella las había elegido. Las camisetas ella las entregaba, pero los demás artículos el padre los colocaba en su habitación.