Esa tarde no salí del edificio hasta no asegurarme de haber finiquitado cada detalle de ese plan que debía ser perfecto. Solamente contábamos con un par de horas, y el tiempo pasaba volando. Seguramente las ansias de esos misóginos empedernidos hacía que todo fuera con un ritmo mucho más rápido. Luego de eso debía ir a casa para cambiarme de vestimenta. Lo que el viejo cascarrabias de Rodrigo De Aza había pensado como una noche para hacerme la vida imposible, yo haría que finalizara como la reunión de mujeres más épica de la historia. Solamente necesitaba que cada aspecto del plan se ejecutara con perfección. Mientras yo abría con mucha vanidad la gigantesca puerta de mi extravagante ropero para escoger cual de mis vestidos me pondría. En la casa de Barbara y Emilio, la realidad era muy di

