Rodrigo De Aza era el típico millonario engreído y egocéntrico que no aceptaba jamás una pérdida, ni siquiera porque ésta significara un simple juego sin importancia. Para él lo primordial era su integridad. Con su rostro senil y arrugado, sonreía aplaudiendo mientras todos esos cabezas huecas que se encontraban literalmente bajo sus pies, coreaban su nombre en cánticos machistas. No les voy a negar que se sentía un poco intimidante cuando el piso vibraba, aquella sala se había transformado en una verdadera locura llena de testosterona que los volvía completamente locos a golpearse las cabezas y cuerpos uno contra otros en un acto primitivo de celebración varonil. El grupo de chicas, al cuál por cierto acababa de llegar, y yo, sentíamos como se reducía el espacio en esa gigantesca oficina
