Las horas pasaban tortuosamente lentas. Era un martirio mirar el reloj andar con esa paciencia tan desesperante. Como si sus manecillas pesaran una tonelada cada una. Necesitaba algo de interacción, poder hablar con alguien sería una muy buena cura para esa pereza que invadía mi cuerpo. Realmente fue frustrante para mí, enterarme que mis funciones en esa empresa básicamente se basaban en dar ordenes, y velar porque estas se cumplieran a cabalidad. Obviamente las directrices que marcara, debían ir acorde con los ideales del accionista mayoritario en pro de la corporación. Del resto, no tenía absolutamente nada que hacer en ese lugar. Mil veces me levantaba de mi asiento para asomarme a través del Cristal como todos reían y bromeaban junto sus compañeros de oficina, seguramente contándose al

