El primer día que estuve en la empresa de seguro más grande del país me sentí un poco nerviosa al principio. Nunca había tenido este tipo de responsabilidades en mi vida. Ser el centro de atención jamás fue lo mío, y mucho menos a esa escala. El edificio era gigantesco. Una enorme construcción moderna que se extendía hasta arriba como si tuviese la intención de tocar el cielo. Todos los trabajadores dentro de las oficinas sabían de mi llegada. La información de la visita "sorpresa" que haría, se filtró. Ahora todos esos ejecutivos curiosos se encargaban de correr la voz de boca en boca haciendo de mi arribo todo un círculo mediático, un espectáculo que nadie quería perderse, pues muchos desean conocerme, saber quién era yo. Su nueva patrona, la nueva mujer al mando, su nueva... ¡JEFA! Por mi parte no era para nada divertido hacer esto, hubiera preferido no llegar hasta este punto de mi vida. Sin embargo el deseo de borrar esa personalidad que siempre odié desde niña, era mucho más fuerte. El anhelo de llegar a ser respetada, temida, admirada sin ni importar que fuera por simple envidia, eso era todo lo que me motivaba a seguir adelante con esta locura. La venganza que había estado planeando por más de diez años, comenzaba en ese preciso instante que mis hermosos tacones rojos diseñados por la mismísima Ashley Dorado exclusivamente para mí, tocaron el piso de esa empresa al bajarme de mi limusina siendo ayudada por mi chofer personal. Un majestuoso vestido rojo que vibraba con el color de mi piel era el delirio total en los ojos de aquellos hombres que contemplaban mi exuberante cuerpo dejando caer gotas de su saliva al quedar boquiabiertos. Las gafas oscuras que traía puestas no eran exactamente para el sol, cumplían una misión mucho más importante, y esa era la de disimular mis expresiones de asombro al darme cuenta de como los chicos me miraban con deseo. Les juro que para mí, aquella sensación era absolutamente nueva, al igual que mi cuerpo despampanante. Es maravilloso ser aceptado de esa manera, siendo la niña obesa del colegio nunca pude experimentar dichas sensaciones, es por eso que ahora me tocaba esconderlas para disimularlas.
Ramiro Sanz. Ese escolta que me acompañaba fielmente a todos lados. Alto, fornido, cabello oscuro, y una piel morena lo hacía lucir espectacular con el traje n***o que traía puesto tan elegantemente al mejor estilo del servicio secreto. Un sujeto cordial, amable, caballeroso, y de muy buen corazón que trabajaba para mí siendo mi seguridad privada. Estoy segura que sería capaz de dar la vida por proteger mi integridad, así de bueno era en lo que hacía, Ramiro. Al pasar por recepción, lo primero que noté fue a dos hombres vestidos de traje hablando jocosamente mientras reían a carcajadas, quizás de alguna anécdota machista que estarían compartiendo recostados del podio de la recepcionista. Por su parte la jóven chica encargada de recibir a las personas que ingresaban al edifico se encargaba de muchas cosas al mismo tiempo. Hablaba por teléfono, llenaba una fórmula escrita, y daba instrucciones a una de las visitantes. Solamente pasé por allí como el viento, sin voltear mi rostro para ver a nadie, sin embargo todos ellos no podían quitar su mirada, no podían dejar de verme a mí. En el ascensor junto a Ramiro, comencé a sentir una fuerte presión. ¿Qué diablos iba a decirle a todas esas personas?, ¿Qué pasaba si no era bien recibida?, ¿Y que tal si después de tantos años, descubría que no tengo lo necesario para hacer esto? Muchas inseguridades empezaron golpeando lentamente, pero ahora eran enormes martillos que aturdían mi cabeza sin dejarme siquiera pensar con claridad.
— Para el ascensor aquí mismo, necesito visitar el tocador de damas urgentemente — ordené agravando un poco mi voz para sonar más regía.
— ¡Como usted ordene, señorita Montenegro! — Ramiro automáticamente colocó sus dedos en los botones del ascensor para hacer que se detuviera poco antes del piso al cuál se supone, debíamos llegar.
Al abrirse las compuertas salí disparada en busca del baño de mujeres para tomar un poco de aire que pudiera ayudarme a aliviar esa sofocante presión que hundía mi pecho. En ese corto trayecto a través de esa zona, pude presenciar nuevamente una escena muy similar a la anterior en la recepción del edificio. Un hombre vestido con un elegante traje nuevo, corbata de franjas, y unos relucientes zapatos pulidos a la perfección. Leía tranquilamente las noticias en su teléfono celular, mientras una señora de limpieza, quién aparentaba tener unos cuarenta años de edad probablemente, se esforzaba muchísimo para levantar un botellón de agua mineral para colocarlo en el dispensador de agua. Aquella escena quedó grabada en mi mente, aunque en ese momento mi prioridad era llegar a ese tocador cuanto antes.
Ya en el tocador, desabroché rápidamente mi vestido para poder respirar con mayor facilidad. Encendí el secador de manos para que el viento expulsado por esa simple máquina pudiera relajarme un poco. Necesitaba lograr calmarme, y pensar con claridad. Les juro que hubo un pequeño momento en el que pensé seriamente en tirar la toalla, rendirme, y dejar esa tonta idea de la venganza para siempre. Fue en ese preciso instante cuando decidí observar nuevamente aquel tatuaje añejo que aún yacía sobre mi espalda, ese que decía F.E.A. Una furia insoportable recorrió mi cuerpo al recordar que ese idiota de Andrés Ferraresi se encontraba en el edificio. Eso fue el aliciente perfecto para moverme, ahora si contaba con el impulso ideal para hacer temblar ese lugar con mi presencia.
Mis tacones causaban un eco estremecedor al golpear el suelo de aquel pasillo cubierto en su totalidad con la cerámica más fina. El contoneo en mi cintura era brutal, y hacía que todos los hombres voltearan a verme levantándose con presura de sus asientos. Me sentía como un conquistador entrando en una ciudad que está por ser invadida. Era como la reina que se preparaba para dar un discurso ante su pueblo. Todos los empleados se reunían en la oficina principal con la intriga por saber que diría yo, saber quién era, con que intenciones llegaba a la empresa. Aquel pasillo nos condujo a Ramiro, y a mí, hasta un parco que me hacía estar al menos dos metros por encima de todas esas personas que se aglomeraban con curiosidad saliendo de sus cubículos, y lugares de trabajo. Una vez más noté que las mujeres en ese sitio trabajan fuertemente mientras lo hombres solamente se divertían. Algunas cargaban con libros muy pesados llenos de archivos, otras limpiaban el desorden que esos estúpidos dejaban, incluso para traer el café hasta sus regazos necesitaban la presencia de una mujer.
— Una mujer como segunda dueña de la empresa, ¿qué sigue?... ¿Una mujer presidenta? — susurraba algún idiota en un pequeño grupo de amigos que se encontraban un poco distanciados de mí provocando la risa disimulada en ese diminuto círculo — pronto sabrá que nosotros somos los verdaderos jefes en este edificio.
— Mi nombre es Cristal Montenegro.. — con mi voz regia, y mi imponente postura, hice que todos guardaran silencio automáticamente. En ese momento me estaba jugando el respeto de todos esos trabajadores. Debía demostrarles que yo era su real soberana, o todo ese esforzado pasado habría sido en vano — como ya todos sabrán, soy la nueva dueña de la segunda mayor parte de las acciones en esta empresa. Y he venido hasta aquí para darles personalmente la información de mi primera orden como su jefa... Declaro el día de mañana como no laborable en toda la empresa.
Un júbilo automático estalló en toda la oficina, los que más celebraban eran aquellos hombres que formaban los distintos grupos de amigos.
— Pero solamente para las mujeres, mañana todo aquel que no tenga un v****a entre las piernas debe presentarse a ejercer sus funciones de forma normal. El resto puede quedarse en casa, y disfrutar de este regalo que les doy — ahora las mujeres presentes aplaudían el doble, mientras los hombres atónitos miraban en todas direcciones sin poder creer lo que estaban escuchando. En ese momento no lo sabían, pero estaban presenciando el nacimiento de una nueva era, un tiempo lleno de empoderamiento femenino dentro de AFRODITE C.A.