Mi rostro ardía como una olla de presión a punto de estallar, una sensación incómoda que me envolvía. Al darme cuenta de que todo había sido un sueño, una queja interna emergió en mí. Debo admitir que disfruté de ese sueño; se sentía tan vívido. El beso que había compartido con Richard resonaba en mi mente, despertando una curiosidad y un deseo incontrolable de saber si realmente se sentiría así en la vida real.
Pasé la yema de mis dedos por mis labios, sintiendo aún el eco de aquel beso. Luego, sacudí la cabeza. «Qué calor tengo... Debería ir a beber agua. Sí».
—¡Buenos días, cariño! ¿Por qué estás tan roja? Amaneciste como un tomate —dijo mi madre, sorprendida, mientras una sonrisa iluminaba su rostro.
—Eh, buenos días, mamá —respondí, tratando de ignorar su comentario.
Me levanté para arreglarme y prepararme para el trabajo, aunque una duda me asaltaba: ¿debería ir? El miedo se apoderaba de mí. Miedo a que Sasha no estuviera y tuviera que enfrentarme al despreciable sobrino que tenía, o incluso a la posibilidad de recibir la noticia de mi despido. Me sentía atrapada entre la espada y la pared.
Mientras saboreaba mi café, sonaron tres golpecitos en la puerta. Volteé y, al abrirla, allí estaba él.
—¡Richard! ¡Buenos días! Qué sorpresa…
Su sonrisa y la luz en sus ojos transformaron mi mañana. De repente, me sentía más cómoda a su lado. Sin embargo, mi mente traicionera comenzó a revivir fragmentos del sueño, y el calor volvió a subir a mi rostro.
—Buenos días, querida Gail. ¿Todo bien? ¿Llegué a tiempo? —inquirió, observándome mientras me preparaba para salir.
—Todo bien —sonreí, emocionada—. ¿Y a qué te refieres con llegar a tiempo? —pregunté, llena de incertidumbre.
Él llevaba un blazer sobre una camisa de un suave amarillo pastel que le quedaba a la perfección. Se veía más atractivo que nunca, o quizás solo era yo viéndolo con otros ojos. No sabía si eso era bueno o malo.
—Si llegué a tiempo para hablar seriamente con tu jefa. He aplazado mi trabajo para más tarde, así que tengo tiempo para ayudarte con lo que quedó pendiente —dijo, sonriendo de una manera que me llenaba de calma.
—¿De verdad me vas a acompañar? —pregunté, incrédula, asombrada.
Richard soltó una risa contagiosa. —Por supuesto, Gail. Y me alegra que ya me hables de forma más informal; se siente más natural y menos tenso —sus ojos brillaban con una complicidad que me distraía.
—Vale, entonces… —En ese momento, mi madre salió de la cocina y saludó a Richard.
—¡Buenos días! Señor Richard, pase adelante y tómese un café con nosotras —dijo mi madre con entusiasmo, pero yo no estaba del todo lista para eso.
Richard, sin poder negarse, aceptó la invitación y entró. Se sentó a la mesa, y todo parecía más pequeño con él en nuestra acogedora sala.
—¿Este anexo se ve más pequeño, o será porque somos varios aquí? —preguntó, riendo mientras esperaba que mi madre le sirviera café.
—Seguramente por ambas razones, y porque usted es muy alto —respondí, y ambos soltaron una carcajada mientras ella le servía la taza.
—Ya estoy lista —anuncié.
—Oh, este café está delicioso, en su punto, señora Elena —dijo, levantando la taza para el último sorbo. Mi madre nos miró, consciente de que ambos nos íbamos.
—¿Van a salir los dos?
—Eh, sí, mamá. Recuerdas lo que te comenté ayer. Richard me acompañará para aclarar algunas cosas con mi jefa.
Su rostro se iluminó de inmediato, volviendo su atención a Richard. —De verdad le agradezco mucho lo que ha hecho por mi hija. Estamos en deuda con usted, le ha salvado la vida —dijo, conmovida—. Pronto lo invitaremos a almorzar con nosotras.
—No se preocupe, señora Elena. Hice lo que debía hacer. Ahora, si me disculpa, debemos irnos para llegar a tiempo.
Nos despedimos, y mis ojos no podían dejar de seguir a Richard. Su manera de hablar, su forma de vestir, cada gesto y rasgo de su rostro me parecían fascinantes. Me sentía un poco como una acosadora, pero no podía evitarlo.
—Ah, bien. Nos vamos. ¿Bendición, madre? —dije, volviendo la atención a mi mamá mientras salíamos.
Al llegar al auto, Richard abrió la puerta para que subiera. Sentí cómo el corazón me latía con fuerza mientras nos dirigíamos a la cafetería.
Al llegar, me bajé lentamente, dejando la puerta abierta, indecisa. El miedo me paralizaba.
—¿Gail? —me llamó Richard, levantando una ceja como si intentara descifrarme.
—Creo que esto no es una buena idea… —titubeé.
—Gail, lo que no sería una buena idea es que te quedes callada —me miró fijamente, dibujando una sonrisa de confianza—. Tu vida corrió peligro y debes enfrentar la situación. No tengas miedo, porque yo estaré a tu lado, ¿de acuerdo?
Su mano en mi hombro, aunque aparentemente insignificante, significaba mucho para mí.
—De acuerdo.
Entramos, y aunque Jackson no estaba a la vista, Sasha, mi jefa, estaba en la caja registradora.
—¡Buenas, buenas! ¡Gail! Pensé que no vendrías… —me dijo con naturalidad, pero su expresión cambió al ver nuestras caras.
—Buenos días —logré murmurar.
—Buenos días, señora Sasha. Estamos aquí porque hay un asunto urgente que debemos solucionar —respondió Richard con firmeza, interrumpiéndome—. Su sobrino Jackson, ¿podría llamarlo, por favor?
—¿Qué pasó con Jackson? —preguntó ella, mirando a ambos.
—Estamos esperando por él.
Sasha titubeó, girando lentamente hacia atrás. Seguramente, él estaba en el cuarto de depósito. Al salir, Jackson apareció con la mirada baja y fría. Sabía que no traía buenas noticias.
—Hola, ¿qué desean?
—Necesitamos que nos acompañe afuera. Lo están esperando.
Ambos, Richard y yo, dirigimos nuestra mirada a Jackson.
«¿Lo están esperando?».
El miedo me consumía, y ni siquiera podía mirar al despreciable Jackson. Recordaba aquella noche fría y solitaria en la que me sentí tan vulnerable, cuando él me persiguió y me tocó a la fuerza. Hasta que, por misericordia del destino, Richard apareció para salvarme de aquel miserable.
No aparté la vista de Richard, quien notó mi inquietud y tomó mi mano, como diciéndome: "Confía en mí y mantente tranquila".
—Disculpe, pero ¿quién me espera afuera? No entiendo.
Era increíble su actuación, como si no hubiera hecho nada.
—Es mejor que coopere, porque estoy siendo muy decente con alguien que no se lo merece.
Jackson soltó una sonrisa cínica. —No entiendo lo que dice, pero vamos a ver de qué se trata… —caminó unos pasos y se giró hacia mí—. Hola, Gail.
Ignoré su descaro. Intentaba asustarme, pero confiaba en lo que Richard había planeado. Aun así, me costaba entregarle mi confianza por completo, a pesar de que me había salvado. Mi trauma con los hombres seguía presente, como un fantasma que no me dejaba en paz.
—Pero, ¿qué sucede con Jackson? Alguien que me explique… —repitió Sasha, desconcertada.
Al salir, vi que Jackson era escoltado por Richard, mientras yo lo seguía, con Sasha detrás de nosotros.
Fuera, dos policías se acercaron a Jackson.
—Bien, debe acompañarnos.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Podrían explicarme? —su tono de voz sonaba descontrolado.
La presencia de los oficiales sorprendió a todos, incluso a mí. ¿Cuándo había hecho Richard esto?
Sasha se puso nerviosa, alzando la voz para exigir respuestas.
—Este hombre se sobrepasó con la muchacha. Intentó abusar de ella físicamente; la besó, la persiguió, la amedrentó y la tocó a la fuerza. Tenemos un testigo y pruebas de una cámara que captó el hecho —aseguró el oficial más alto, sujetando a Jackson y llevándolo hacia la patrulla—. Estos tipos así son mis casos favoritos, porque me encanta enseñarles que lo que hacen está mal —murmuró el oficial.
La rapidez con la que Richard había actuado me dejó atónita. Mis ojos se llenaron de lágrimas, a pesar de que intentaba contenerme. Richard se volvió hacia mí y me abrazó, haciéndome sentir un poco menos sola y más protegida.
Mi corazón latía desbocado, deseando regresar a casa y olvidar todo lo ocurrido.
—Gail… ¿Jackson, en serio te hizo eso? —preguntó Sasha, cubriéndose la boca con ambas manos.
—Sí, señora. ¿No escuchó al oficial? —intervino Richard, visiblemente disgustado.
—Es mentira, ella fue quien se lanzo sobre mi. ¡Mentirosa! —exclamaba el desgraciado de Jackson.
—Lo siento mucho. Estoy muy avergonzada por esto, de verdad… Me disculpo. Sé que no es suficiente por todo lo que debiste pasar… Lo siento, Gail.
Su disculpa me hizo sentir aún más miserable. El recuerdo y el miedo que Jackson había sembrado en mí no se irían tan fácilmente.
—Vámonos.
Sin previo aviso, Richard tomó mi mano y me condujo hacia su auto. No podía creer que él, Richard Anderson, me ofreciera la seguridad necesaria para enfrentar mi miedo.
Su mano cálida y firme, junto a aquella sonrisa sincera, me dio la fuerza para enfrentar el terror que había causado Jackson en mí.
Después de declarar y testificar, gracias a que Richard conocía a varios oficiales, no pasó mucho tiempo para que Jackson recibiera una condena de dos años y una multa. Aunque para mí, eso no era suficiente castigo.
El hecho de que Richard hubiese llamado a la policía para que pudiera denunciarlo me sorprendió, y más aún que él me motivara a hacerlo.
"La única persona a la que debes defender y respetar primordialmente es a ti misma", fueron sus palabras, y me dejaron reflexionando. Si quería vencer el miedo y la timidez, debía aprender a defenderme.
Al final, Sasha me entregó una cantidad de dinero acorde a lo que se debía. Ella estaba avergonzada y me explicó que no tenía más, pero que con eso era suficiente.
—Bien, creo que ya está todo más en orden. Tú vete a casa y descansa lo suficiente. Te tendré una sorpresa para cuando regrese del trabajo.
Mis ojos se abrieron de par en par. —¿Otra sorpresa?
—¿Acaso ya te había hecho una? —su expresión era una mezcla de asombro y diversión.
—Sí, me ayudaste inesperadamente a denunciarlo y a que me pagaran en el trabajo.
—Eso no es nada, Gail. Era simplemente lo que tenía que hacer —dijo, sujetando el volante. Luego, se detuvo para abrir la puerta de mi lado.
Me bajé, sintiéndome vacilante y preocupada. Aún llevaba esa sensación de que algo no estaba bien.
—¿Aún estás conmocionada?
—Es que… siento que hay algo que falta.
—Ya denunciamos a ese sujeto y le aplicaron multas. Tu exjefa te dio la remuneración justa, y ahora tendrás tiempo para descansar y recuperarte de todo lo que pasaste.
Asentí, esbozando una leve sonrisa. Quizás tenía razón; solo estaba conmocionada y llena de nervios.