02

1160 Palabras
Leah tragó saliva y miró a Ajax a los ojos. Eran oscuros y duros. Siempre lo habían sido. Incluso cuando era niño, nunca había risa en su mirada. Ni luz. Pero la oscuridad le resultaba atractiva, como siempre. –Rachel no va a venir –le dijo con un susurro, aunque resultó ensordecedor en la sala de estar de la casa familiar. –¿Qué quieres decir con que no va a venir? –preguntó él con voz suave. –Es que... me acaba de escribir. Dice que... Toma –le entregó a Ajax su móvil y estuvo a punto de dejarlo caer cuando sus dedos se rozaron–. Dice que quiere estar con Alex, sea quien sea, y que no puede casarse contigo. Ahora no. Lo siente. –Sé leer, Leah, pero gracias –le devolvió el teléfono y miró a su padre –. ¿Tú lo sabías? Joseph negó con la cabeza. –¿Saber qué? ¿Que tenía dudas? En absoluto. Yo no la presioné para que hiciera esto, Ajax. Sabes que no. Me daba la impresión de que estaba completamente de acuerdo con esto. Ajax asintió una vez y después miró a Leah. –¿Y tú lo sabías? –No –si lo hubiera sabido, no habría permitido que las cosas llegaran tan lejos. Nunca habría dejado que Rachel abandonara a Ajax de aquella forma, sin previo aviso. Con todo el mundo mirando. –¿Alex qué más? –preguntó él –. ¿Qué más información tenemos? –Yo... –Leah releyó los mensajes de su móvil. La mirada de Ajax era feroz y le daba miedo. No se parecía al hombre que conocía–. No lo dice. –Escríbele un mensaje. Ahora. –Ajax, si necesita espacio... –murmuró su padre. –No me preocupa mucho eso –respondió Ajax. Leah escribió tan rápido como pudo con los dedos temblorosos. ¿Alex qué más? ¿Alguien que yo conozca? No le conoces. Alex Christofides. Ha sido inesperado. Lo siento. –Alex Christofides. Ajax y su padre se miraron de forma significativa. A ella se le erizó el vello de la nuca y se le puso la piel de gallina al darse cuenta de lo que significaba aquel nombre. Alexios –dijo lentamente–. Alexios Christofides. –Ese mismo –contestó Ajax–. No está satisfecho con haber intentado destruir mi negocio y ahora, el muy bastardo, tiene que destruir también mi boda. –¿Por qué, Ajax? ¿Por qué te odia tanto? –No lo sé. Supongo que es por negocios. –Pero ella... ¿Ella lo sabe? ¿Sabe quién es él? –No creo –contestó Ajax–. No es su mundo. No. Pero sí era el de ella. Leah había oído hablar de Alexios Christofides y de sus intentos por destruir el negocio de fabricación y venta al por menor de Ajax, ya fuera adquiriendo acciones de forma encubierta o denunciando actividades ilegales que ni siquiera existían. Alexios había sido un obstáculo para Ajax a lo largo de los últimos cinco años. –¿Y nunca le mencionaste su nombre a Rachel? –Como ya he dicho –respondió Ajax–, no es su mundo. Leah le envió otro mensaje a Rachel mientras su padre y Ajax seguían hablando. Es enemigo de Ajax. ¿Lo sabías? ¿Y si te está utilizando? Es demasiado tarde, Lee. No puedo casarme con Jax ahora. Tengo que estar con Alex. - ¿El día de tu boda? Lo siento. Confía en mí. No hay otra manera. –Si Rachel le ha elegido a él –intervino su padre–, le ha elegido a él. Aunque solo pretenda hacerle daño a Ajax? ¿Y qué hay de la empresa? El negocio depende de esta boda. Me va a arrollar con sus tácticas empresariales. –Estás dando por hecho que no siente nada por Rachel. Que Rachel es tonta. Yo no me lo creo, Leah –dijo su padre. No. Claro que no. Rachel nunca sería tan tonta. Al menos, eso sería lo que pensaría todo el mundo. La deslumbrante y equilibrada Rachel, que tan bien se desenvolvía en cualquier situación social, jamás se dejaría seducir mediante engaños y mentiras. Era demasiado lista. Leah no se lo creía. Su hermana era maravillosa. Y, como tal, había sido mimada por los medios de comunicación. Rachel no veía las cosas malas de la vida. Y, la idea de que un hombre, Alexios, pudiera estar mintiéndole y utilizándola le producía náuseas. –Entrégamela a mí –le dijo Ajax a Joseph–. Cambia el acuerdo. –Lo haría –respondió Joseph–, pero la empresa la recibirán mis hijas. El marido de la primera en casarse. –Siempre estuvo claro que sería yo –dijo Ajax–. Hiciste la oferta pensando en mí. –Sí. Naturalmente, pensé que serías tú. Pero ¿qué puedo hacer? Di mi palabra y no quiero que Rachel sienta que me quedo con la empresa como rehén para obligarla a casarse con el hombre que yo quiera. Y, si es decisión suya, tiene derecho a quedarse con la empresa si así lo desea. Ella también sabe de la existencia del acuerdo. Leah sabía que el acuerdo iba destinado solo a Ajax y a Rachel. Joseph quería a Ajax como al hijo que nunca había tenido, y Rachel y él le habían parecido una pareja bastante lógica desde el primer momento. Cómo si Ajax hubiera estado destinado desde siempre a formar parte de su familia. Pero ahora todo estaba desmoronándose. Y el negocio y la vida entera de Leah iban dentro del paquete que ahora podría acabar en manos del enemigo de Ajax. Si Alex intentaba quedarse con Holt y destruirla para vengarse de Ajax, destruiría también sus sueños. Ella no era la mimada por los medios. No era la guapa. No era la que atraía a los hombres. Ella tenía Las Piruletas de Leah. Su negocio estaba en alza y empezaba a marcar tendencia. Los caramelos de sus tiendas estaban convirtiéndose en uno de los regalos más populares en todo el mundo. Tal vez el azul Tiffany fuese un icono, pero el rosa Leah empezaba a ganar importancia. No podía perderlo. Era su identidad. –Tengo que hablar con Ajax a solas –dijo antes de poder procesar enteramente su petición–. Por favor –le dijo a su padre. Joseph asintió y respondió: –Si es lo que quieres –después miró a Ajax–. Lo siento, hijo mío, pero no podemos obligarla a que se case contigo. No me gusta la idea, pero no la forzaré a ello. Si ha elegido a Alex, por muy enemigo tuyo que sea, no se lo impediré. –Jamás te pediría que hicieras tal cosa –dijo Ajax. 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