**SERAPHINA**
Me mordí el labio mientras tecleaba en mi móvil. La pantalla iluminaba mi semblante en la penumbra de mi habitación, mostrando la notificación que acababa de recibir: mi última historia en @SeraphGolden ya se encontraba disponible. Un video mío empacando mi maleta Prada color marfil, acompañado del pie de foto: “De las olas de Brighton a las luces de Londres… ¡Por fin voy a conocer a mi chico!”.
Los comentarios ya empezaban a llover. Corazones, emojis de aviones, mensajes de apoyo de mis seguidoras. Pero yo apenas los veía. Mi atención estaba fija en otra conversación.
Llevaba un año entero saliendo con Thayer Fortescue—ThayerGames para sus casi un millón de seguidores—, pero solo a través de pantallas. Mil horas de videollamadas donde reíamos hasta que nos dolían las mejillas. Cientos de mensajes de buenas noches que me hacían sonreír en la oscuridad. Miles de “te amo” digitales que nunca habían sido susurrados contra mi piel.
Este viaje cambiaría todo eso.
—¿Estás seguro de la dirección, Thay? —escribí, sintiendo cómo mi corazón latía más rápido de lo que estaba dispuesta a admitir.
Los tres puntitos de “escribiendo” aparecieron de inmediato, y luego su respuesta iluminó mi pantalla con ese entusiasmo despreocupado que siempre me desarma.
—Sí, será. La casa de mi padre en Kensington. Es gigantesca, literal, un palacio. ¿Para qué ir a mi piso de Manchester? Ya sabes que es diminuto y huele a comida para llevar y cables de gaming ja, ja, ja. Esta es la oportunidad perfecta para que conozcas al viejo Sterling. ¡Vas a morir cuando veas el vestidor de invitados! Tiene más metros que mi apartamento entero.
Miré el billete de tren en mi mesita de noche. Londres. No, Manchester, como habíamos planeado originalmente. Algo en mi estómago se tensó —una mezcla extraña de emoción y aprensión que no supe cómo interpretar.
—¿Tu padre está de acuerdo con esto? —tecleé, mordiéndome la uña del pulgar.
La respuesta tardó un poco más esta vez.
—Claro que sí. De hecho, fue idea suya. Dijo que necesitaba un pretexto para que yo fuera a Londres más seguido. Ya sabes, el típico ‘deberíamos pasar más tiempo juntos’ y todo ese rollo del drama familiar. Además, su casa es perfecta para esto. Tiene un ala entera de invitados, así que tendrás tu privacidad. Te recojo en la estación de Paddington mañana a las 3. Vas a flipar, amor. Estás a punto de ver cómo vive la otra mitad del mundo.
Sonreí a medias, aunque el nudo en mi estómago no se deshizo. Thayer era un encanto —divertido, atento, cariñoso a su manera—, pero la mención de “drama familiar” me inquietaba más de lo que debería.
Conocía la historia porque Thayer la había compartido en fragmentos durante nuestras madrugadas de videollamadas. Sterling Fortescue había sido padre a los dieciocho años. Un desliz de adolescencia que le cambió la vida. La madre de Thayer—una chica de su instituto— había desaparecido del mapa, apenas nació el bebé, dejándolo solo con un hijo y ninguna red de apoyo. Sterling había tenido que crecer de golpe, renunciando a su propia juventud para criar a Thayer mientras construía su imperio de la moda desde cero.
Pero según Thayer, la relación entre padre e hijo era… complicada. Sterling había sido proveedor, había pagado las mejores escuelas, había estado presente físicamente cuando podía. Pero emocionalmente, había una distancia. Un vacío que ninguna cantidad de dinero podía llenar.
Ese “acercamiento” del que Thayer hablaba sonaba más a estrategia empresarial que a genuino gesto paternal. Como si Sterling Fortescue fuera a evaluarme, igual que evaluaría una nueva línea de productos para su compañía.
¿Y si no le gustó? El pensamiento apareció sin invitación.
Sacudí la cabeza, ahuyentándolo. Era absurdo preocuparse por la opinión de un hombre al que ni siquiera conocía. Esto era sobre Thayer y yo. Sobre finalmente cerrar la distancia entre nuestros mundos digitales y la realidad.
Me levanté de la cama y me acerqué al espejo de cuerpo entero junto a mi armario. Mi reflejo me devolvió la mirada: cabello castaño, miel cayendo en ondas suaves sobre mis hombros, ojos verdes que se veían más oscuros bajo la luz tenue, la camiseta holgada que usaba para dormir, ocultando las curvas que mis seguidores veían todos los días perfectamente estilizadas y fotografiadas.
¿Quién eres realmente, Seraphina? Me pregunté. ¿La chica de las fotos perfectas o la que tiembla pensando en conocer a su novio en persona?
Volví a mirar mi móvil. Thayer había enviado otro mensaje.
—Ah, y trae algo elegante para la cena del viernes. Mi padre insiste en que cenemos ‘apropiadamente’ al menos una noche. Ya sabes, cubertería de plata y conversación civilizada. Pero no te estreses, te vas a ver increíble como siempre. No puedo esperar a verte en persona. A TOCAR tu cuerpo.
El calor subió a mis mejillas. Sonreí, pero el nerviosismo persistió.
Mañana todo cambiaría. A partir de mañana dejaría de ser SeraphGolden, la influencer de Brighton que vive una vida ideal en i********:. Mañana sería solo Seraphina, la chica de veintiún años que estaba a punto de conocer al chico con el que había construido un año de fantasías digitales.
Y también conocería a Sterling Fortescue. El magnate de la moda. El hombre que construyó un imperio. El padre del amor de mi vida. El misterio que rondaba cada historia que Thayer me contaba con una mezcla de admiración y resentimiento.
Me metí en la cama y apagué la luz, pero el sueño no llegó fácilmente. En la oscuridad, mi mente creaba imágenes: una mansión imponente, salones enormes, y un hombre de cuarenta años con ojos críticos, evaluando cada aspecto de la chica que había captado la atención de su hijo a través de una pantalla. Ha de ser un viejo aburrido.
Todo va a estar bien, me repetí como un mantra.
Al día siguiente nada fue como me lo esperaba. Me obligué a sonreír. No para nadie en particular, solo para recordarme a mí misma que estaba a punto de cerrar el capítulo digital de mi vida y abrir el real. Había maquillado rostros, grabado tutoriales y dado consejos a mis seguidores durante horas sobre cómo encontrar la confianza, y ahora, yo era la que la necesitaba.
Aterrizar en Heathrow, o en cualquier otro lugar en realidad; el glamour de Brighton me hizo ver Londres solo como “la capital”, fue diferente a todo lo demás. Un rápido viaje en tren me separó de Kensington, el elegante barrio de Sterling Fortescue. Un regalo autoimpuesto por alcanzar los cien mil suscriptores—, sentí la adrenalina. Las pantallas eran mi lienzo; la vida real, mi desafío. ¿Sería Thayer tan dulce, tan divertido y tan mío en persona como lo era a través de la cámara web?
Mi corazón latía con esa fuerza cruda que únicamente la incertidumbre puede provocar. Sabía que no se trataba solo de la distancia física; era la distancia entre la fantasía digital y la realidad de carne y hueso. El chico de la pantalla ya no existía; solamente quedaba el hombre que me esperaba.
Finalmente, llegué a la gran sala de llegadas, el bullicioso punto de encuentro donde se mezclaban las bienvenidas efusivas y las despedidas apresuradas.
Mis ojos, entrenados para captar detalles en un plano de cámara, barrieron la multitud. Busqué el cabello castaño claro, la sudadera holgada y esa postura un poco encorvada de quien pasa demasiadas horas frente a una pantalla. Busqué a Thayer. No estaba.
Recorrí la zona una segunda y tercera vez, mi sonrisa congelándose en mi rostro. No había ningún cartel con mi nombre, ni la figura conocida. Los rostros a mi alrededor eran extraños: hombres de negocios con maletines, familias con globos, y parejas besándose apasionadamente, haciendo mi soledad aún más evidente.
Decidí esperar junto a una columna, sintiendo el peso de mi equipaje y, peor aún, el peso de mi outfit de viaje: una de las dos piezas de lana que ahora se sentían demasiado ceñidas y llamativas.