Lo que fuimos define quienes somos...
Rebecca
Veinticinco años antes.
Reprimí un grito cuando abrió de golpe la puerta de la alacena que impacto contra la cabeza de mamá y sentí deseos de pegarle a papá, de arañarlo o gritarle o lo que fuese que pudiese lastimarlo como la había lastimado a ella. Pero nada de eso pasó me quede muy quieta a punto de llorar con los ojos clavados en el hombre que nos había abandonado. Con el hombre que había decidido que simplemente no merecía su amor.
— ¡Ve a tu habitación ahora mismo! —Me gritó furiosos y me sentí aún más paralizada, si es que eso era posible.
Mamá se tomó la frente con una de sus manos mientras aullaba de dolor con la mirada vidriosa y el labio inferior tembloroso. Sin embargo, ignoró a mi papá que estaba demasiado bebido para recordar si quiera lo ocurrido a la mañana siguiente.
Él se movía de un lado hacia el otro con los puños apretados y la madera crujió cuando le dio un nuevo puñetazo a la puerta.
—Becca, cariño…—dijo finalmente mamá con un hilo de voz, estaba tan aterrada como yo aunque lo disimulaba bien, ella a diferencia de mí, era valiente. —Ve a tu cuarto a jugar con tus muñecas.
Asentí ligeramente con la cabeza y me paré con cuidado, asustada por la idea de que se diese cuenta de que me había orinado en los pantalones.
Era una niña grande, ni siquiera ya jugaba a las muñecas, aunque no esperaba que mamá lo supiese. Incluso un chico ya me había dado un beso en la biblioteca, mientras trabajábamos en un proyecto. Ya ni siquiera era ya una niña y había mojado mis pantalones. Nunca antes me había sentido tan pequeña.
Mi papá ni siquiera volteo a verme, quizás eso debería haber sido un alivio para mí, aunque no lo fue. Me lastimaba que no le importase nada, que nunca desease verme.
Me gustaba imaginar que mi familia era normal, como las que veía en la televisión o que tenían mis compañeras de colegio. Una familia donde mi papá fuese alguien importante como un abogado o el presidente de una compañía, y mi mamá una mujer que cuidase a sus hijos, les preparase sándwich para el almuerzo, la cena a las ocho, alguien que arropase a sus hijos, que no me mirase como un gran error cuando las cuentas eran más de lo que podíamos pagar.
Cerré la puerta con cuidado y me tumbé en el piso, antes de caer redonda. Abracé mis rodillas y enterré mi rostro en ellas cuando comencé a llorar.
Mi papá no me amaba, me había dado cuenta de eso hacía ya un año, lo que no sabía era que le daba tanto asco que ni siquiera deseaba saber nada conmigo.
— ¡Equitación! ¡¿Para qué carajos necesita equitación?! —Grito a viva voz mi padre sin siquiera importarle que podía escucharlo tras las delgadas paredes del departamento de renta congelada donde vivíamos con mamá. —Ni siquiera le gusta, ¿y que son todas estás mierdas? ¿Piano, francés, comité de la ONU, Juicios simulados? Por si no lo sabias tengo otra hija y una esposa que también tienen necesidades. ¿Qué se supone que haga, vender mis órganos para mantener tus malditos caprichos?
— ¡No son caprichos! —Sollozó mamá —Si desea entrar a Yale en un futuro, necesita tener un historial impecable, no basta con que sea buena.
— ¿Yale? ¿Acaso la has visto? Es insignificante, corriente, una llorona sin carácter, con suerte será una mesera y se casara con el dueño de la tienda.
— ¡No permitiré que frustre sus sueños como lo hice yo! —Me estremecí cuando escuché el ruido de un vaso estrellándose contra el piso.
— ¡Cuídala de que no habrá las piernas entonces! ¡No pienso seguir tirando dinero a la maldita basura! ¡Quieres todas esas mierdas, paga tu misma por ellas!
— ¡Es tu hija! ¿Acaso eso te da lo mismo?
—No, claro que no…porque maldigo cada maldito instante el momento que me embriague tanto como para no ponerme el puñetero condón. —Escuché que pateo una de las sillas —No puedo mantenerlas a ambas, hace más de seis meses que estoy en blanca, y Allesia es una niña preciosa, su madre dice que puede ganar muchos concursos de belleza si invertimos un poco de dinero. La decisión está tomada. Lo intenté, intenté ser el padre que la sociedad espera, pero no me sale, no puedo quererla como ella espera, no puedo obligarme a sentir algo por Rebecca, cuando no lo siento… —Apreté más mis rodillas al tiempo que unas lágrimas saladas recorrían mi rostro.
Entonces entendí que los hombres tan nobles como Andrei, tan dulces como Laurie, o tan sensato como Knightley solo existen en las hojas gastadas de los libros que se guardaban en los estantes de la biblioteca del colegio.
A veces deseaba ser Jo, tan inteligente, con tanta fuerza, con padres que la amaban y un chico como Laurie, que me cuidase cuando todo iba mal.
Cuando todo paso, fui a la sala y vi a mi mamá fumando en el alfeizar de la ventana. No se movió, me miró de reojo, lanzando el humo por la nariz. La columna blanca, se movió con gracias con la briza antes de desaparecer.
—Lamento que hayas tenido que escuchar todo eso. —No podía apartar la mirada del cardenal que tenía en la frente —. No lleva la razón, eres brillante y vamos a trabajar duro para demostrárselo a él, a todos. ¿Qué es lo que siempre te digo?
—…Hagas lo que hagas, siempre sigue adelante. —Di un paso hacia ella cuando le dio una nueva calada. — ¿Mamá? —Clavó los ojos en mí. — ¿Por qué no me quiere? ¿Qué hice de malo para que no quiera saber nada conmigo? ¿Soy yo que no merezco que me quieran?
Negó con la cabeza, enérgicamente.
—No, no tiene nada que ver contigo…—Me llamó con la mano para que me acercase a ella. Así lo hice y apago el cigarrillo en el marco de la ventana para luego abrazarme con ternura. —Los hombres a veces, son unos idiotas. Nunca confíes en un hombre, úsalos, disfrútalos, obtén de ellos hasta la última gota, pero no confíes en ellos, porque ten por seguro que un día te decepcionarán. No es tu culpa, es culpa de ellos. Pero no te preocupes por eso, tenemos un objetivo, serás alguien importante, te lo prometo. No importa lo que deba hacer para que lo consigas. Lo único que importa es alcanzar nuestro objetivo. Nunca confies en un hombre, nunca le entregues tu corazón.
—Mi profesora dice que el fin no justifica los medios…
—En ocasiones, lo justifica, amor.
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Rebecca
Permanecí en la parte delantera del avión esperando que los pasajeros de primera clase bajarán. Cuando el último de ellos bajó, tomé el bolso entre mis manos, retorciendo ansiosa la correa y corrí tan rapido como pude.
Solo tenía algunos minutos para cambiarme y conseguir un taxi que me llevara a Manhattan, si es que quería llegar a la presentación de mi prometido.
Salí de la terminal y corrí atravesando la horda de pasajeros y familiares que se apiñaban en el aeropuerto.Escuchaba las conversaciones, los altavoces anunciando los próximos embarques, las risas y el llanto de algunas personas de manera lejana. Sin embargo, en lo único que podía concentrarme era en el repiqueteo incesante de mis costosos zapatos contra el suelo recién pulido y en cuanto me dolían los pies, después de un día ajetreado.
Por fin después de mucho correr llegué a la sala dónde se recogía el equipaje. Era un completo desastre con el cabello enmarañado y el vestido desajustado, mi madre hubiese llorado al verme con esas pintas.
Me metí al cuarto de baño para arreglarme antes de recoger el equipaje. Me quité rápidamente el vestido sudado y lo reemplace por un vestido de cóctel n***o sobrio con un cierre metálico en la parte posterior, era elegante y había invertido la mitad de mi sueldo simplemente para impresionar a la familia de Gregor.
Las únicas joyas que llevaría sería un dije y unos aretes de brillantes que me había regalado para nuestro quinto aniversario de novios. Finalmente me cambié los zapatos de tono neutro que llevaba por uno stilletos de tacón color rojo dando saltitos primero con una pierna y luego con la otra. Una sonrisa traviesa se deslizó por mis labios al pensar que probablemente molestarían tanto a mi novio como a mi madre.Gregor odiaba que hiciera algo que pudiese incomodar a sus padres.
Salí del cubículo, me miré al espejo para acomodar mi cabello y retocar rápidamente el maquillaje mientras revisaba los emails, en uno de ellos se encontraba la copia del contrato firmado que entregaría a mi suegro como una última ofrenda y sí todo salía bien durante esa noche probablemente podría finalmente satisfacer a mi madre y conseguir que Gregor anunciará la fecha de nuestra boda.
Por un lado quería satisfacerla y dejar de escuchar por algunos días sus incisivos comentarios acerca de lo decepcionante que era que hubiese pasado los veinticinco sin asegurar una propuesta del hombre con el que llevaba años de noviazgo. Aunque desde hacía algún tiempo me preguntaba si eso valía la pena, a veces sentía que ni siquiera éramos compatibles y que simplemente no terminábamos porque: hacía años que no salíamos con otras personas, nos decíamos que nos a amábamos a menudo y eso debía tener alguna clase de significado y porque coqueteábamos desde hacía cuatro años con la idea de una boda.
El maquillaje seguía en su lugar y me coloque un lápiz de labios rojo mate que guardaba en el bolso. Me solté el cabello y lo cepillé para desenredar los nudos. Cuando estuve satisfecha con mi apariencia salí disparada.
Empujé a la gente que se interponía en mi camino a la parada de taxis mientras corría tan rápido como podía esos tacones de quince centímetros me lo permitían, cuando sentí una extraña energía que me golpeaba. Levanté la mirada perturbada por la extraña sensación, cuando un hombre golpeo mi hombro de forma brusca.
El impacto me hizo trastabillar y casi caer de culo al suelo, sin embargo para mi sorpresa, él causante, ni siquiera se molestó en mirar contra qué o quién había golpeado. Le dio jodidamente igual.
—¡Idiota! —Grité, aunque no me escuchó porque continuo caminando como si nada, seguido de un sequito de lame botas.
Gruñí por lo bajo al ver que el último taxi arrancaba con un pasajero dentro, de no haber sido por ese imbencil, hubiese llegado a tiempo. Tomé mi teléfono con la esperanza de conseguir un Uber lo más rápido posible. Me arrojé contra la pared cuendo vi un grupo de mujeres que se ruborizaban y parecían que estaban viendo a algún tipo de celebridad. No logré evitar poner los ojos en blanco al pensar que parecían más bien un grupo de adolescentes.
Busqué con la mirada la causa de todo ese alboroto y vi a un hombre que caminaba seguido de unas cuantas personas en dirección a la zona de embarque del aeropuerto. Llevaba un sobrio traje n***o aunque tenía un trasero perfecto y los hombros anchos no podían entender el porqué de tanto escándalo. Entorné los ojos con curiosidad, al ver que esa espalda y esos hombros me resultaban familiares.
¡Era el idiota que me había golpeado!
Por un instante sentí el impulso de correr tra él para decirle un par de verdades, pero finalmente consideré que no valía la pena y si perdía mi auto por su culpa, ese engreído ganaba.
De solo verlo caminar me di cuenta que era un imbécil al que le gustaba ser adulado. Me esforcé por verle el rostro aunque me fue imposible, no podía ser tan atractivo como esas mujeres decían y probablemente solo era otro niñito mimado de la alta sociedad, sin embargo dudaba seriamente que fuese de la realeza británica como sugerían entre risas. Pero el detalle de que era británico me llevó a creer que posiblemente era algún amigo de Harvey, aunque lo dudaba el novio de mi amiga, era un encanto.
Detestaba haberme perdido la boda de una de mis mejores amigas y me preguntaba si estaría demasiado enojada.
—¿Rebecca? —Me gritó un chico desde la ventanilla abierta de un Corola —. ¿Estás esperando un Uber?
Asentí con la cabeza y él se bajó del auto para abrirme la puerta con un gesto encantador y colocar el bolso por mí en el asiento.
—Al 28 de la cincuenta y tres —dijo mientras se volvía a acomodar en el asiento del conductor —. Se dirige al Baccarat, ¿verdad?
—Así es.
—Entonces, colóquese el cinturón de seguridad —. Se alejó de la acera y comenzó a manejar bajo la suave llovizna que había comenzado a caer sobre la ciudad.
Estaba segura de que Gregor estaría terriblemente preocupado por mi demora, por esa razón le envié un audio para decirle que pronto llegaría, pero no me respondió.
Suspiré preocupada, iba a ser una noche difícil de superar. No sólo estaban sus padres y mi madre presentes, si no que mi media hermana se encontraba con mamá desde hacía par de días para asistir a la celebración. Gregor se transformaría en socio director de la firma de su padre que se retiraría en un par de semanas dejando en sus manos la dirección y todos esperaban que anunciáramos la esperada fecha de nuestra boda.
Eso me alteraba un poco más de lo normal. Por un lado Alessia era una versión más joven e irritante de su madre a la que lo único que le importaba eran las apariencias, la riqueza y la belleza. Aprovechaba cada oportunidad para hacerme sentir inferior o sacarme en cara cada defecto. Defectos que yo tenía y muchos. En algún momento fuimos inseparables, pero la distante relación con mi padre, se sumaban a su falta de empatía por cualquier ser humano.
También había tenido mucho tiempo para pensar en mi viaje y necesitaba hablar con mi novio a solas lo antes posible. Ni siquiera estaba segura de casarme. Sentía que ya no quedaba nada de ese chico cariñoso del que me enamoré en la universidad. Unas horas antes de abordar el avión lo había llamado para pedirle un momento a solas luego de la fiesta y él simplemente me había contestado: "Claro cariño, lo que tú quieras". Que era su manera de decir: no escuché una sola palabra de lo que dijiste, pero me importa un comino. Tú asegura los terrenos para nuestro cliente que necesito una buena entrada triunfal.
Ese era solo el menor de los problemas, desde hacía varios meses las cosas iban de mal en peor. Cada vez nos veíamos menos, me enviaba en representación de la firma al menos una vez por semana a Colorado y cuando al fin nos veíamos éramos como perros y gatos.
El deseo que que nos había vuelto locos ya no existía y cada vez que estábamos juntos me hacía notar que ya no era suficientemente buena para él. Me acusaba de no ser tan atlética como antes, de tener kilos de más o de no estar atenta a sus necesidades, de no arreglarme lo suficiente o no ser tan refinada como esperaba. Pero, ¿acaso él estaba atento a mis necesidades? Muchas veces me sentía una ficha importante en su ascenso, más no la persona que amaba.
Mire por la ventanilla cuando mi celular comenzó a sonar.
—¿Becca dónde rayos estás? —Chasqueo la lengua mi madre —. Gregor está terriblemente preocupado —. De estarlo probablemente me hubiese respondido pensé, pero no dije nada.
—Estoy llegando. Tuve que pedir un Uber porque comenzó a llover y no había taxis —suspiré agotada contra el teléfono —¿Gregor está allí contigo?
—No se fue a bailar con la insoportable de tu media hermana. Es una zorra —. Mi madre simplemente odiaba todo lo que tuviese que ver con mi padre, especialmente a mi media hermana. —¿Por qué no le pediste a tu prometido que enviará un coche por ti? ¡Qué vergüenza! No piensas que la prensa puede verte montándote en cualquier carcacha y creer que tú y Gregor no están bien. —No lo estábamos, aunque eso no importaba.
—No quiero molestar, mamá. —Le aclaré, mientras la imaginaba rodando los ojos, para ella el amor no era lo más importante. —Y que no estamos bien no es más que la verdad, no lo estamos.
—Becca deja de ser tan dramática. Vas a ser su esposa, lo mínimo que pueden hacer es enviar un auto al aeropuerto —. Repuso, ignorando la verdad —. Date prisa que aquí hay potenciales clientes. La gente más importante de Manhattan y la prensa está entrevistando a cualquier abogado de poca monta. Tú deberías ser la entrevistada. Si estuvieras aquí ya habrían redactado el artículo que anuncia la boda más importante del año y para la mañana estaríamos recibiendo llamadas de felicitaciones de las personas más influyentes —. Insistió como siempre solía hacer —mi instinto materno me dice que algo no va bien. Si sucede algo quiero que me lo digas de inmediato. ¿Gregor te volvió a engañar? De ser así debes atraparlo cuanto antes. No puedes dejar que una aparecida te lo arrebate después de todo lo que invertiste en esta relación.
Abrí la boca para contestarle, sin embargo la cerré luego de establecer que era en vano.
—Enseguida estaré allí. No te preocupes por nada, todo está bien —puse los ojos en blanco y sonreí contra el teléfono antes de cortar.
Si en realidad tuviese instinto materno ya hace mucho tiempo que debería haber notado que la felicidad para mí no era más que un concepto lejano e inalcanzable, en ocaciones me sentía como una maquina que solo era buena para cumplir ordenes. Me incorporé minutos más tarde cuando faltaban un par de manzanas para llegar al edificio donde se celebraba la reunión y vi que tenía varios mensajes de mi madre.
Estaba muy preocupada por las apariencias claro, no por mí.
Mamá: Becca, dime que te has puesto uno de los vestidos de diseñador que compraste el mes pasado.
Mamá: Si no vas a llegar en limusina dile a la tortuga que te transporta que te dejé por la entrada trasera. Vas a avergonzar a tus suegros. ¿Si sabes que puedes rentar una limusina?
Mamá: No vas a creer esto. ¡Acaba de llegar el senador y su esposa! Espero que estés presentable, Becca. ¡Es una oportunidad de negocios! Nuestros sueños se harán realidad, amor.
El último mensaje era una advertencia más que un pedido. Sonreí.
El auto se detuvo en la puerta. Le pasé un billete al conductor y corrí a la entrada tapándome la cabeza con mi bolso.
—Buenas noches —dijeron al unísono dos botones que se apresuraron a abrirme las puertas del majestuoso vestíbulo.
—Buenas noches —respondí mientras buscaba con la mirada a donde se suponía que debía ir.
Pero antes de poder preguntar un botones vestido de rojo y n***o salió del ascensor y me invitó a subir con la mano.
—¿Es usted la prometida de Gregor Walker? —preguntó sonriente.
—Sí —dije mirándolo confundida.
—Estábamos esperándola, —respondió como si adivinara mi pensamiento y apretó el botón del último piso.
Cuando el ascensor se abrió los periodistas se abalanzaron disparando con sus cámaras pensando que era alguna de las grandes personalidades de la fiesta. Cubriéndome los ojos con las manos me aparté lo más rápido que pude y accedí tan deprisa como me lo permitieron a la sala dónde se celebraba el traspaso de Walker.
El salón estaba decorado en blanco, n***o y plata, con hermosos detalles. Como siempre mi suegra había estado en cada ínfimo toque. Los camareros circulaban entre los invitados con bandejas de champán mientras la élite de Nueva York daba un buen espectáculo, tal y como se esperaría.
Sonreí al tiempo que me movía entre los invitados, saludando algunos rostros familiares mientras buscaba a mi novio. Varios minutos después agotada de dar vueltas le envié un mensaje que no respondió.
Pensando que seguramente estaba posando para una larga lista de fotografías o creando nuevas relaciones que llevarían por lo alto la firma en su nueva gestión, cogí una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba y me dirigí hacia las ventanas para descansar un poco antes de enfrentar mi cruda realidad.
Estaba a mitad de camino cuando sus padres aparecieron ante mí con una sonrisa pintada en el rostro que me resultaba familiar o bien aquello era una encerrona o necesitaban algo con urgencia.
—Buenas noches, Becca. —Su madre me tendió una mano con una manicura perfecta—. Esta noche estás espectacular. Muy delgada, deberías compartir conmigo tus secretos.
—Gracias, señora Walker —. Correspondí su sonrisa —. Supongo que la clave es trabajar con contratos que me obligan a viajar cada semana. La comida del avión es muy sosa, a decir la verdad. Realmente estoy sobreviviendo a cacahuates y vino.
Ambos rieron con ganas y me sentí conforme. Mi madre me hubiese lanzado una mirada asesina al escucharme bromear sobre mis condiciones laborales con mis suegros.
—Siempre tan ocurrente, cariño. Gregor estaba buscándote por la sala. ¿No lo has visto? —Añadió su padre.
—Todavía no.
—Estoy seguro de que pronto se encontrarán. —Su padre me estrechó la mano—. Me dijo en secreto que estabas interesada en ser socia minoritaria. ¿Es verdad, Becca?
«No, absolutamente no». Ya pasaba mis días sin ver la luz del sol o montada en un avión. No estaba lista para una competencia feroz.
—Quizá, señor Walker. Todavía no lo sé.
—¡Lo sabía! Solo tienes que decírmelo y listo. Sin preguntas. Desde la universidad le he dicho a Gregor que eras un gran fichaje. Que si se atrevía a dejarte escapar, te daría su puesto. Sin mencionar lo generosa que eres.
Era una encerrona a todo gas.
—No creo ser tan buena realmente —dije avergonzada.
—Oh, eres tan modesta, Rebecca… Es algo que me encanta de ti. También soy consciente de tus servicios pro bono. Y no debes ser tímida. A mí también me gusta realizar algunas consultas pro bono todos los años. Hace que lo veas todo en perspectiva… Y es beneficioso cuando toca deducir impuestos —. Me guiño un ojo —. ¿Qué te parece cómo regalo de bodas?
—Supongo que me parece increíble. Aunque para mí defender a los que menos tienen es algo más que una buena forma de deducir impuestos. En mi caso me es imposible no implicarme emocionalmente con mis clientes. Un bono de ochocientos mil al año nunca me daría eso. —Forcé una sonrisa, preguntándome qué diablos hacía allí y por qué no lograba encajar. ¿Acaso ese no era mi sueño? O ¿era el de mi madre? No, mi sueño era poder ayudar a quienes no podían pagar un costoso abogado sin ocultarme. Aunque debía admitir que para la causa, el dinero era útil.
—¡Vamos, cariño! ¿Vas a decirme que prefieres ganar setecientos por día para defender criminales? —Insistió. —Existen dos tipos de abogados los que trabajan en bufetes importantes y los que desean ser fichados por uno. Tienes mucha suerte, no lo olvides.
Respiré profundamente.
—¡Oh, oh, oh! —Su madre cogió una copa de champán de una bandeja—.Esa es la directora de la aseguradora de los Portman. Tengo que hablar con ella. —Me brindó una última sonrisa—. Disfruta de la fiesta, Rebecca. Dentro de una hora debes unirte a nosotros para el brindis oficial en el nombramiento. Si ves a tu madre y tu preciosa hermana por favor diles que también contamos con ellas. Ambos se alejaron, desapareciendo entre la multitud.
Revisé el móvil para comprobar si Gregor me había respondido por fin y cuando vi que no lo había hecho, comencé a sentir que quizás lo mejor sería salir de allí.
Rodeé la habitación, comprobando todas las mesas de cóctel. Incluso lo busqué en los cuartos de baño y estaba a punto de darme por vencida cuando lo vi por el rabillo del ojo. Estaba entrando a una habitación lateral para el servicio. Con otra mujer.
Caminé tras ellos con la esperanza de que el agotamiento me estuviera jugando una mala pasada. Pero cuando entré a la habitación, vi como acariciaba el culo de una joven rubia con un vestido rojo espectacular. Ella había rodeado su pierna a su cadera, al tiempo que él se frotaba contra ella como un animal en celo. Tanta pasión me hizo sentir mareada, sobretodo porque no me tocaba de esa forma hacía años.
—¿Interrumpo algo? —Me detuve justo a su lado. Estaban tan ocupados que no habían escuchado la puerta abrirse —. ¿Gregor? —Sentí como mi voz temblaba.
De inmediato se separaron y me miraron con los ojos muy abiertos.
La joven rubia no era cualquier chica que había asistido a la fiesta. Era mi media hermana.