primer impresión
Alexander aún se miraba frente al espejo. Llevaba un traje n***o que denotaba los millones que tenía en el banco. Aún no podía creer que esa bruja se había salido con la suya.
Era tan bella como inteligente y malvada, tan fría como el hielo y tan descarada que no sabría con quién compararla, pues nunca antes conoció a alguien tan descarada como ella.
No le importaba decir lo que pensaba; a simple vista, se le notaba la soberbia y la seguridad.
Y pensar que en algún momento ella le había gustado, pero su soberbia y su frialdad le demostraron que ella no era la mujer para él.
Aún recordaba cuando la conoció.
CINCO ANOS ATRAS
Era el segundo año de Alexander en aquella prestigiosa universidad. Era de familia adinerada, pero no tenían un apellido tan reconocido como el de la bruja de Ashly, pues ella no era nada más y nada menos que una Harrison.
Alexander salía de la cafetería de la universidad con su amigo David, hijo del socio y mejor amigo de su padre. Se criaron como hermanos, pues Alexander era hijo único; por lo tanto, David y Emma eran como sus hermanos. De repente, sintió una fragancia diferente, un perfume que olía delicioso. No sabía cómo explicarlo; era un aroma exquisito. Nunca antes un aroma lo había llamado la atención tanto como ese.
—¿Sientes ese aroma? —le preguntó a su amigo David, quien, mirando el costoso reloj que tenía en su mano, le respondió:
—Claro, huele a tarde. Tenemos diez minutos para llegar a economía. No quiero escuchar otro regaño de la profesora loca que nos ha tocado.
A lo que Alexander asintió con una sonrisa en su rostro. Ambos estudiaban la misma carrera, ya que serían quienes sustituyeran a sus padres cuando llegara dicho momento. Su clase de macroeconomía duraba aproximadamente una hora. Quince minutos después de haber empezado la clase, sintió aquel delicioso aroma a chocolate y vainilla, con otro aroma que no podía descifrar. Era un aroma suave, delicioso y delicado al olfato.
Cuando de momento, aquella puerta se abrió, mostrando a una chica de unos 18 años.
Tenía el cabello más n***o que él había visto alguna vez. Su cabello era largo, abundante y ondulado; lo llevaba recogido en la parte de adelante, dejando su rostro al descubierto, y su hermoso cabello caía a sus espaldas y en sus hombros. Su piel era tan blanca como la nieve. Su rostro era de rasgos finos, nariz pequeña y perfilada, labios carnosos y pintados de un rojo intenso. Sus ojos eran grises, acompañados de cejas definidas y pobladas, con pestañas largas y enchinadas. Parecía irreal; era la chica más hermosa que había visto en su vida.
Tenía un cuerpo hermoso llevaba una camisa blanca remangada hasta sus codos. La camisa tenía un lazo en la parte de su cuello, justo debajo de su barbilla. Llevaba una falda corta que llegaba justo a la mitad de sus piernas tonificadas, de color rojo vino, acompañada de zapatos de tacón de aguja a juego con aquella camisa color blanco. Una cartera Fendi, edición limitada y personalizada solo para ella, decoraba su mano. Ahí estaba ese aroma que había percibido desde que salió de la cafetería. Era inevitable no verla; era hermosa. Todos en aquel salón permanecían con la vista justo frente a ella. Sus tacones resonaban en el piso de mármol de aquella universidad. A cada paso que daba, caminaba con una seguridad avasallante, su mentón en alto. Unos aretes en forma de media luna decoraban sus orejas, con pequeños diamantes incrustados, y un costoso reloj adornaba su muñeca.
Era seguida por una seguridad que la acompañaba a cada paso que daba, cargando sus cuadernos, libros y todo lo que requería para sus clases.
No saludó, solo entró, se paró delante de aquella profesora con mirada fría y le dio un asentimiento.
A lo que la profesora asintió y ella por fin habló:
—No encontraba el salón, por lo que me he retrasado —dijo ella en una voz dulce, calmada, pero llena de soberbia y seguridad.
—Señorita Harrison, descuide, tome asiento. Hemos asignado un asiento especialmente para usted —todos quedaron sorprendidos al ver cómo aquella malhumorada profesora era amable con aquella chica que había llegado 15 minutos tarde y, aparte, le ofrecían el mejor asiento de aquel salón.
La chica, ante la amabilidad de la profesora, solo asintió; ni siquiera agradeció, encaminándose hacia aquel asiento apartado, con vista exclusiva al frente. Hasta ese momento, Alexander se había fijado de que aquel asiento estaba allí, ya que antes no lo había visto. Le pareció la chica más hermosa que había visto en su vida, pero al mirarla justo a los ojos, se dio cuenta de que ella también lo miraba, y su mirada era tan fría como el hielo; no denotaba ningún tipo de expresión.
Había sido la primera vez que la había visto.
Su aroma llegaba hasta él, y ya había descubierto quién era la portadora de aquel delicioso aroma que lo había seducido sin saber siquiera quién lo portaba.
Su seguridad permanecía en la puerta que le quedaba justo al lado de ella. En ese momento, Alexander se preguntó quién era ella, pues era inusual que alguien llevara seguridad a la universidad; debía de ser alguien sumamente importante.
Ahí nació una intriga por saber quién era. Su amigo, al ver que no apartaba la mirada de la chica, le dijo:
—Es muy linda, ¿cierto? Es como una muñeca andante. Es una Harrison; su padre es dueño de medio Boston. Tienen todo tipo de negocios. La empresa más grande de tecnología avanzada es de su familia, al igual que esta universidad. Esa chica está forrada en dinero. Se transfirió a esta universidad; se suponía que sus clases empezaban la semana pasada, lo vi en las noticias.
Entonces, Alexander supo de dónde le sonaba aquel apellido. Los Harrison eran la familia más influyente, poderosa y rica de Estados Unidos; por encima de ellos, solo estaba el presidente de aquel país y luego su padre.
—Denle la bienvenida a la señorita Harrison. Lleva dos años adelantada de carrera, pues apenas tiene 18 años. Es una de las mejores en matemáticas, tecnología y economía. Se graduó de la preparatoria con honores, fue la mejor de su clase, graduándose dos años antes.
Alexander escuchó aquello sorprendido, pues eran muy pocos los casos como ese que él había escuchado.
Y pensó que quizás aquella chica no era tan inteligente; quizás solo era su dinero el que la mantenía en esa posición, pues al ver la reacción de aquella maestra, se preguntó si todo en la vida de aquella chica era así.
Cuarenta y cinco minutos después, acabó aquella clase. Nadie podía salir del curso hasta que aquella chica no lo hiciera, por lo que todos los alumnos murmuraban enojados, pues decían y se quejaban porque a ella le daban un trato especial.
Antes de ella entrar a aquella cafetería, sus guardaespaldas debían revisar todo; luego ella entraba y tenía una mesa para ella sola. No comía desde la cafetería; llevaba su propia comida. Siempre estaba sola. Un día, al levantarse, iba saliendo de la cafetería y Emma, la hermana de David, tropezó sin querer con ella, manchando de comida su atuendo y zapatos. Ese día llevaba un atuendo blanco completamente; aquella comida había manchado de rojo aquel atuendo.
—¿Qué eres, ciega? ¿Acaso no te fijas por dónde caminas? ¿Sabes siquiera cuánto cuesta mi ropa? —había dicho en voz alta. Todos en aquella cafetería podían escuchar lo que aquella chica le decía a Emma. Aquella chica, apenada, se disculpó con Ashley, pero ella hizo caso omiso a su disculpa y siguió reprochando que había manchado su atuendo favorito.
—No tienes por qué hablarle así. Ella se ha disculpado contigo —dijo una voz fuerte, gruesa y con evidente enojo detrás de ella. Cuando Ashley volteó, se encontró con los ojos de Alexander mirándola fijamente.
Quedó estática por un momento, viendo a aquel chico de unos 20 años mirarla de aquella forma que tanto odiaba, como si la conociera. El chico era bastante apuesto, alto, tenía cabello castaño y ojos azules . Su piel era muy blanca, pero no tanto como la de ella. A simple vista, se veía que era un atleta; ya lo había visto varias veces, pero nunca lo había visto tan de cerca como en ese momento. Su guardaespaldas iba a intervenir, colocándose en medio de Ashley y Alexander, pero con una señal, Ashley le indicó que no era necesario.
—¿Cuánto cuesta tu ropa? Yo pagaré por ella, ya que su disculpa no es aceptada. Quizás mi dinero pueda recompensar el accidente con tu ropa —Ashley sonrió con aquellas palabras de Alexander; le parecía el chico más lindo que había visto en su vida y le dijo:
—Tienes lindos ojos —le dijo a Alexander en voz alta. Todos escucharon aquello y no pudieron evitar hacer chiflidos y reírse por aquel cumplido que Ashley le había hecho sin ningún tipo de vergüenza.
Alexander, sorprendido por las palabras de aquella chica, no quitó esa cara de amargado que tenía en ese momento, pues pensó que su arrogancia y su soberbia eran tan grandes como la fortuna de su familia.
—¿Mi ropa dices, no? Aunque quisieras pagarlo, no podrías. Y no lo digo por tu falta de dinero, ya que es obvio que tienes; lo digo porque mi ropa es diseñada especialmente para mí. No creo que puedas hacer algo al respecto. Descuida, me desharé de ella; no pasa nada. En cuanto a ti —dijo, refiriéndose a Emma—, espero que la próxima vez te fijes por dónde caminas —y con eso se marchó hacia los vestidores. Por suerte, siempre llevaba un cambio de ropa en su auto.
Esa fue la primera vez que ambos cruzaron palabras.
En el caso de Alexander, cualquier encanto que había tenido de ella murió en el momento en que escuchó sus palabras, perspectivas hacia Emma y su forma arrogante de ser.
Lo que no sabía era que Ashley había escuchado a Emma y su grupo de amigas en el baño decirle "la princesa de hielo" y otros apodos más, y que aquel accidente no fue solo un accidente; había sido a propósito.
La puerta se abrió de repente, devolviéndolo a su realidad. Al mirar a la puerta, se encontró con los ojos de Emma mirándolo con tristeza.
—No puedes casarte con ella.
—No quiero, pero tengo que hacerlo. Ven aquí y dame un abrazo. ¿Dónde está David?
—Está enojado aún con papá y con el tío por permitir esto.
—No será por mucho tiempo. Lo hago por nuestra familia, por todo lo que lucharon nuestras padres. somos poderosos pero al frente de los Harrison no somos nada.
Hemos firmado un contrato y debo cumplirlo. No te preocupes, estaré bien.
- Ella vivirá un infierno; solo seré un esposo de adorno para ella, nada más.
- No creo que puedas hacer mucho. Esa loca está obsesionada contigo, no tiene corazón; es tan fría como un iceberg. Está acostumbrada a tener todo lo que quiere, no te dejes engatusar.
- Descuida, lo sé.
Debo irme, te veo abajo.
Está bien, dijo él, lamentando su suerte y planeando algo que sorprendería a todos cuando lo dijera.