Eva Tremed miraba con furia y angustia al adolescente que bajaba de su carruaje justo en la puerta del condado, y no pudo reprimir ni el grito ni las lágrimas que surgieron de su garganta y ojos respectivamente, pues sus emociones la sobrepasaron cuando vio a Teoh a salvo frente a ella.
—¡¿Puedes decirme de dónde demonios vienes?! —preguntó a gritos la condesa, congelando al chico que, con los ojos muy abiertos, miraba a la descompuesta joven frente a él.
—De… de la academia —respondió el chiquillo en un susurro, trastabillando por la confusión en su cabeza; es decir, él no entendía por qué el enojo de esa mujer que, además, parecía estar triste y aliviada a la vez.
—¡A la academia hace meses que no vas! —gritó esta vez Eva, abrazándose a sí misma, como si de esa manera pudiera contener todo lo que la estaba matando por dentro—. No me mientas, Teoh Cyril… dime qué demonios has estado haciendo todos estos meses que no fuiste a la academia mientras fingías que sí.
Teoh, al sentirse descubierto y regañado de una manera en que nadie le había regañado nunca antes, se puso nervioso, por eso el silencio fue lo que reinó a pesar de que había una pregunta en el aire.
Eva, que no podía dejar de lagrimear, sintió sus labios temblar, entonces miró al cielo y abrió la boca enorme para tomar tanto aire como pudiera, pues, desde muchas horas atrás, cuando recibió una carta del palacio donde informaban que habían recibido de la academia el informe de inasistencia del príncipe heredero, Eva se había quedado sin respirar.
La mujer ni siquiera pudo preguntarle nada al cochero que llevaba y traía a Teoh, semana con semana, de la supuesta academia, porque ahora sabía que no era ese lugar a donde el chico se iba y del lugar del que regresaba, sin falta, cada fin de semana; pues ese hombre se había ido por él justo esa mañana.
Y, en parte, saber que, a pesar de que el príncipe heredero no asistía a la academia, él continuaba llegando cada fin de semana a su casa, la tranquilizaba un poco; aunque era de verdad muy poco, por eso la angustiada condesa sintió eternas las siete horas que restaban para que ese chico apareciera frente a ella.
Rezando a un Dios que en ese mundo en que ella había renacido no existía, Eva pasó horas de pie en la entrada a su hogar para al fin sentirse viva cuando vio el carruaje del príncipe yendo hacia ella, y todo mejoró cuando vio al adolescente bajar de él.
» ¿No vas a decir nada? —preguntó la condesa de Tremed entre hipidos y sollozos.
Y es que nadie podía imaginar la angustia que esa mujer había estado soportando mientras esperaba, porque a nadie le dijo nada, solo soportó sola lo que su angustiada cabeza le susurró sobre los mil posibles escenarios de lo que su ahora hijo podría estar haciendo al no acudir a la academia, como se suponía debería hacerlo.
» Devuélvete al carruaje —ordenó la mujer, mirando con seriedad al aterrado adolescente que continuaba sin entender mucho de lo que ocurría—, te irás al palacio y ahí vas a quedarte, ahí estudiarás y ahí te prepararás para ser el futuro rey de Tassia, como corresponde.
—No —pidió el chiquillo en un apenas audible susurro, pues la orden de esa mujer le había dejado sin aire a él—, por favor, no, mamá.
Eva, que lo vio correr directo a ella, quizá para aferrarse a su cuerpo, dio un paso atrás y no le permitió ni siquiera tocar su falda, solo frunció el ceño mientras sentía otro montón de lágrimas escapar de sus ojos.
—No está a discusión, príncipe —declaró la joven trigueña, presionando con más fuerza su agarre sobre sí misma—. Es obvio que estás poniéndote en riesgo al no hacer lo que se te pide y hacer cosas a escondidas, y también es obvio que no puedo ser tu madre, como pretendía, porque ni siquiera pude darme cuenta de lo que estabas haciendo y lo que no, así que no estás seguro a mi lado.
—Mamá, por favor —pidió el mayor de tres hijos, temblando de pies a cabeza—, no me puedes hacer esto… Madre, si me voy al palacio no podré ver a mis hermanos, ni a ti ni a mi…
—¡Basta! —gritó la azabache, deteniendo los lloriqueos de príncipe heredero que temblaba de pies a cabeza en cada grito de su madre—. Esta no es mi decisión, es de su majestad, y nadie te hace nada injusto, esto te lo hiciste solo en el momento en que decidiste hacer no sé qué sin informarnos, porque no hay manera de que no asumas las consecuencias de tus propias acciones.
Pero Teoh no habría podido informar nada; es decir, cómo le podría decir a su madre que había estado investigando personalmente si un sujeto raro, que decía ser su padre a pesar de que era obvio que no era él, en realidad era su padre; y tampoco podía decirle que, luego de comprobarlo, había estado pasando tiempo con él.
» Sube al carruaje ahora —volvió a ordenar la joven, que continuaba llorando—, la guardia real te ha estado esperando por horas, y te vigilará hasta que llegues a tu destino.
Dicho eso, la joven se dio la vuelta y comenzó a andar hacia el interior de la mansión, llorando demasiado, sintiendo cómo su alma se rompía en pedacitos.
Ebba ni siquiera lo entendía, en realidad, pero sabía bien que amar a esos niños, que en realidad no eran suyos, de la manera que lo hacía no era normal, pero no parecía ser insano, sobre todo porque el par de pequeñitos la necesitaban demasiado, y porque el mayor de los tres también requería un poco de ella.
Demasiado poco, tal vez, quizá por eso era por lo que él hacía cosas sin consultarle ni informarle, porque era independiente y porque no confiaba lo suficiente en ella, porque no la quería como madre, como ella sí lo quería a él, porque su corazón idiota amaba a esos tres anormalmente demasiado.
Teoh no pudo decir más, ver a esa joven mujer tan destrozada por su culpa le hacía sentir demasiado culpable, por eso ni siquiera se atrevía a pedirle perdón, así que solo agachó la mirada, aferró sus manos a las piernas de su pantalón y, luego de llorar un poco, volvió al carruaje tras verse rodeado por la guardia real, de quien, muy seguramente, no se podría escapar.
El príncipe heredero no tenía de otra, a él le tocaba aceptar la voluntad del rey y alejarse de los que más quería, pero él estaba seguro de que eso no sería para siempre, porque su madre y hermanos no se quedarían para siempre en el condado de Tremed, las cosas habían ido demasiado bien con el plan de la reina, así que era muy probable que pronto ellos tres también regresarían al palacio.
Lo único que a él le mataba era que no podría ver a su padre de nuevo, no en mucho tiempo, y eso lo iba a extrañar demasiado también.