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Y una mañana todo ardía , una mañana todo era dolor,
Una mañana en que oí tu voz
Y supe que podía sonreír incluso en medio de la desazón.
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Ardingly 1940
No entiendo los finales. No sé cómo no somos capaces de cambiarlos, cómo no podemos luchar contra el caprichoso destino que nos trajo hasta acá para luego separarnos sin más.
No entiendo a esta injusta guerra, no entiendo al sarcasmo del destino que pinta de rojo al paisaje y de n***o el corazón. ¿Cómo puede uno encontrarse con el amor, con el primer amor, con el verdadero amor, en el único momento en el que no puede aceptarlo? ¿Cómo puede ser que habiendo vivido en palacios y durmiendo en alcobas de ensueño este sea el único lugar que me hizo feliz?
Será que nunca pertenecí allí, será que tantos años de lujos y banquetes, de lecciones estrictas y modales inflexibles, fueron en vano. Que no estaba destinada a nada que fuera conocerte a ti. Será que, definitivamente, no soy una princesa.
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Buenos Aires, 2025
-¡No puedo creer que vamos a hacerlo!- exclamó Marina con su sonrisa imperturbable y sus ojos brillantes. Observaba la fachada de aquel edificio pequeño y el dedicado cartel con su apellido se alzaba presumido opacando los ladrillos añejos.
Había soñado demasiados años con aquello y ahora estaba sucediendo. Las dudas, las idas y vueltas, los temores, todo había quedado atrás. Lejos estaba de sus días sobre tacones distinguidos que nadie se molestaba en apreciar, de mañanas de cápsulas de café que se atascaban en la máquina y risas fingidas de intelectuales que no podían ver nada más que los propios ombligos. Ya no era la Junior que tomaba los pedidos culinarios y caminaba con prisa por los pasillos para entregar todo en tiempo y forma y así escabullirse detrás del escritorio de su jefa y leer a escondidas los centenares de manuscritos que llegaban a la editorial incansablemente.
Ahora sus pies rebotaban sobre sus zapatillas acordonadas, moviendo el dobladillo de sus pantalones anchos mientras la sonrisa más genuina que sus labios recordaban parecía tatuada en su rostro.
-Haga los honores, duquesa.- le respondió Anastasia, su única empleada en aquella flamante aventura y Marina la miró con exagerado reproche.
-Perdón, se me escapó.- respondió sonriendo luego.
-Pero es que si utilizáramos ese pequeño título que te tenes escondido podríamos atraer más clientes y a lo mejor...- comenzó a agregar pero al ver que Marina comenzaba a fastidiarse decidió interrumpirse a sí misma.
-Eso es una tontería, Ana, nadie es diferente por lo que diga un papel, quiero que esto sea nuestro, a secas, nuestro sueño, nuestra vida. Quiero que esta editorial le cumpla el sueño a los miles de escritores que andan sueltos por el mundo conformándose con el puesto 1525 de su libro en w*****d, atesorando los comentarios a cuenta gotas de los pocos lectores que llegan a leerlos y deseando que en algún momento, una varita mágica los vuelva virales y Netflix quiera hacer una seria de su saga. Quiero ofrecer oportunidades y de paso, hacer felices a las personas. Tan simple como eso, amiga.- respondió Marina con un suspiro final que la llevó a negar con su cabeza mientras cerraba los ojos, odiaba dejarse llevar, la vida no era como en los libros, por más bonito que hilvanara las palabras la industria literaria seguía siendo eso, una industria, a la que poco le importaba el talento y mucho el marketing.
Sintió la mano de Anastasia sobre su hombro y no necesitó mirarla para saber que sonreía. Decidió imitarla y le quitó las llaves de la mano con un movimiento que develó que su momento de excesivo entusiasmo estaba finalizado.
Suspiró una vez más e introdujo la llave en la puerta de madera, con vidrio repartido pintada de rojo borgoña.
-Bienvenida a Ediciones Taylor.- le dijo recuperando su alegría y ambas entraron fundiéndose en un abrazo rodeado de gritos contenidos durante mucho tiempo que intentaron deshacerse de la incertidumbre que embarcarse en aquel ambicioso proyecto traía consigo. Al fin y al cabo la única forma de saber si algo va a funcionar, es saltando.