Prefacio

402 Palabras
PREFACIOEl anciano yacía inerte en el suelo de la sauna. Estaba desnudo y su cuerpo se encontraba todavía húmedo. La pelota de golf en su boca dibujaba una imagen ridícula, casi grotesca. El hombre era de carne flácida y blanca, sin apenas vello en el cuerpo. No debía de medir más de un metro sesenta. Se encontraba tendido boca arriba con la cara ladeada a su derecha y mostraba un gran hematoma en la frente. Sus ojos, muy abiertos, revelaban una gran desesperación. Parecía evidente que el viejo no había tenido una muerte plácida. Aunque había pasado algo más de una hora desde que la mujer de la limpieza encontrara el c*****r, en el lugar aún reinaba una humedad sofocante. Salí a tomar el aire y encendí un cigarrillo. El sexto de la mañana. Tal vez el séptimo. Habían asesinado a un hombre, quién sabe por qué. Alguien que tenía un pasado. Quizás tuviera mujer e hijos que lo lloraran. O quizás no. No lo conocía de nada, pero por un instante no pude dejar de apiadarme de él. Por muy mal que lo hubiera hecho, aun en el caso de que hubiera sido así, no se merecía un final como ese. Ni él ni nadie. A pesar de que estuviera acostumbrado a convivir con ello, me continuaba impresionando la muerte de un semejante. Era algo que no había conseguido superar con los años. Quizás para un buen policía no era el mejor de los sentimientos. O es que probablemente yo no era un buen policía. En cualquier caso, allí estaba yo, un triste sargento de policía de los Mossos d’Esquadra encargado de averiguar quién había acabado con la vida del anciano. Era una desapacible mañana de un domingo cualquiera de otoño. El cielo aparecía cerrado por densas nubes negras que auguraban tormenta inminente y una leve neblina se cernía sobre el lugar. Un día de esos en los que uno se quedaría en la cama, sin más que hacer que sumirse en su propia melancolía. De repente comenzó a llover con fuerza y un gratificante olor a tierra mojada me llenó los pulmones. En unos segundos, grandes gotas de agua repiquetearon en el suelo formando caprichosas figuras. Un escalofrío me sacudió el cuerpo de arriba abajo. En aquel instante no pude evitar recordar «Riders on the Storm», aquella inquietante pieza que compusieran The Doors pocos meses antes de la muerte de Jim Morrison.
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