Siguieron su recorrido. Isabella, aprovechaba de retratar los lugares más hermosos y de mayor magnificencia en la casa real. Después de un par de horas más, se dirigieron a uno de los salones, con la intensión de tomar un refrigerio. Estaban por llegar cuándo Haimir, llegó hasta ellos, con rostro serio.
-Excelencia- hizo una reverencia.
-Haimir- le respondió sereno- ¿Qué ocurre?
-Su primo está aquí, Majestad- inmediatamente Zabdiel, frunció el ceño.
-¿Qué es lo que quiere?- preguntó intentando contener la ira ante la desfachatez de su propia sangre.
-El señor Esquizbel, ha dicho que viene a ver a la señorita Stone.- Zabdiel frunció el ceño, sintiéndo como los celos y, una incomodidad que siempre se hacia presente con su primo, se apoderaba de él.
-Bien... háganlo pasar.
-¡Majestad!. . . señorita Stone- Esquizbel Mubarack, se puso en pie cuando la pareja llegaba al salón que cumplía funciones de recibidor. Él se veía alto, orgulloso y extrañamente serio, ella se veía increíblemente hermosa, sus ojos tenían ese extraño brillo que no había visto antes.
-Señor Mubarack- comenzó Isabella- qué gusto volver a verle.
-El placer es todo mío- le aseguró él, con una encantadora sonrisa.
-¿Qué te trae a Palacio?- la voz del Jeque, era ronca, profunda y demostraba claramente que no estaba complacido con la presencia de su primo.
-He venido a saber de la señorita Stone- le aseguró- fui yo quien le encontró en el desierto, hasta que El Príncipe, decidió traerla acá con usted, Majestad- el tono burlón con el que se refería a él cuando le llamaba Majestad, comenzaba a irritarle y eso era extraño ya que el actual Jeque era conocido por ser lleno de una paciencia envidiable.
-Bien, sentémonos- ofreció El Jeque y ambos obedecieronen silencio. El Soberano se encargó de pedir aperitivos para acompañar la conversación.
-Debo suponer que está usted muy cómoda en palacio, señorita- le dedicó una radiante sonrisa que no hizo más que aumentar su ya enorme atractivo.
-Supone bien, señor. Su Excelencia, ha sido muy amable y generoso, Norusakistan es un hermoso país.
-Muy hermoso, con grandes riquezas y hermosa gente. Por cierto Excelencia, he escuchado la desafortunada notica de lo que ha acontecido con las hijas de Raffá- Zabdiel, lo miró frunciendo el ceño. Sabía que muchos rebeldes y bárbaros, apoyaban a Esquizbel, él los había convencido de que sería un buen soberano y los había llenado de falsas promesas.
-Muy lamentable, pero se solucionó de la mejor manera posible- le respondió cortante.
-Aunque yo considero- intervino Isabella- que ha sido terrible para todas las chicas, es indignante para la población femenina de la nación, ser tratadas como un trozo de carne. Es insólito e insultante- dijo irritada sin detenerse, ni privarse en ningún momento de expresar su opinión.
-Costumbres Norusakistanas, señorita- le dijo con una extraña sonrisa.
-Costumbres toscas y primitivas según mí pensar- respondió firme y sin siquiera bajar la mirada.
-Pero costumbres al fin. Es difícil desarraigar esas cosas- le aseguró Esquizbel- los Norusakistanes, somos gente muy cultural- Isabella, respondió con un sonoro suspiro.
-¿Vive usted lejos, señor?- cambió el tema de manera radical.
-No tanto como algunos quisieran- Zabdiel, contrajo la mandíbula, si su primo insistía en molestarle terminaría echándolo de Palacio, sin que le importaran las consecuencias- tengo una casa respetable y vivo muy bien. Mi padre se encargó de dejarme en una posición cómoda.
-Es agradable saberlo porq. . .
-Excelencia- Nazir, irrumpía en la sala con rostro muy serio.
-Adelante, Nazir- le instó.
-Lamento interrumpirle Majestad, pero han llegado informes, sobre algunos asuntos que debería atender- Zabdiel, le miró con ceño fruncido, luego miró a su primo y por último a Isabella, no le hacia ninguna gracia tener que dejarla en compañía de él.
-Bien- se puso en pie- Isabella. . . si deseas acompañarme. . .
-Perdone, Majestad- lo miró fijamente- me encantaría ir con usted pero, sería un desaire al señor Mubarack, quién ha venido para saber de mí. Quizás en otra oportunidad- se disculpó con mirada triste, realmente quería ir y acompañarle, pasar mucho tiempo a su lado para conocerle todo lo que alguien pudiese llegar a conocerle pero, no quería ser maleducada.
-Muy bien. Si me disculpan- miró fijamente a su primo- volveré pronto.
-Lo creo, Excelencia- le respondió cínico, entones Zabdiel, se giró y se marchó.
-Tiene un humor un tanto agrio y un carácter bastante difícil- le aseguró Esquizbel, quien fue el primero en hablar.
-No lo percibo así, señor. Es un hombre con muchas responsabilidades, no debe ser fácil ser el Soberano de una nación.
-Así es- la mirada de él se oscureció- no debe ser fácil. ¿Es eso una cámara?- le preguntó en tono alegre.
-Así es- le sonrió- soy fotógrafa, me estoy dedicando a fotografiar lo mejor de Norusakistan. El Jeque, me acompañaba a recorrer Palacio, antes de que usted llegara.
-Es una pena que les haya interrumpido.
-No se preocupe- se sonrojó un poco, sin poder evitarlo recordó los besos que había compartido con el Jeque- puedo recorrerlo en cualquier momento. Quizás luego tome algunas fotografías del exterior.
-Si gusta puedo acompañarla ahora mismo- se ofreció.
-¿No le importaría?- preguntó animada con los ojos brillando de excitación.
-Para nada. Sería un completo placer para mí, señorita Stone, puedo ser tan buen guía como el mismísimo Jeque.- sonreía incrementando su enorme atractivo, parecía ser una sonrisa sincera.
-Fantástico- su voz llena de ilusión retumbó en el salón- iré por un sombrero para cubrir mi cabeza, luego podremos irnos.
-Eso suena maravilloso. Aquí le esperaré, señorita Stone.
Sonrió cuando la vio marcharse, era hermosa y aparentemente apasionada, así lo hacía ver ese brillo insistente en su mirada. Para él no había pasado desapercibidas las miradas entre ella y El Jeque, y tampoco la forma en la que él pronunció su nombre, con cierto toque de. . . intimidad.
Seguramente el imbécil de su primo se había fijado en Isabella Stone, seguramente comenzaba a considerar el hecho de casarse con ella y convertirla en Soberana de Norusakistan.
Pero no, no podía permitir aquello, debía idear un plan para evitar que sus propósitos de convertirse en el Soberano de Norusakistan fuesen arruinados.
Ni Zabdiel Alim Mubarack Maramara, ni Isabella Stone, se interpondrían entre él y el reinado de Norusakistan, subiría al trono a como dé lugar, aunque para ello tuviese que desaparecer a Isabella Stone y a cuanta mujer apareciera en la vida del Jeque, al menos hasta que transcurriera el tiempo adecuado para evitar el matrimonio y así seguir con sus planes de arrebatarle el trono de Norusakistan.
Él sería el Soberano, el nuevo Soberano y de eso no cabía duda.