III

1756 Palabras
Charlotte.   Mi corazón está que se sale de mi pecho. Me siento frágil, desnuda, expuesta. Me escocen los ojos y mi boca está reseca. Siento que he sido descubierta, pillada en el peor de los momentos. Mi muñeca pica. Hay una nueva marca reciente. Me tiemblan las manos en mi intento de ignorar el picor ardiente que me quema la delgada piel de la parte interior de la muñeca. Los ojos del psicólogo Connor Johnson, parecían poder atravesarme. Era como si me conociera pero se esforzara por no demostrarlo. Me parecía familiar, su voz y sus ojos… pero no puedo recordar dónde lo he visto. Me encierro en uno de los cubículos del baño y me dejo caer en el piso. La cabeza me da vueltas y no quiero volver a clases. Creo que quizás el hecho de ser psicólogo le proporciona poderes especiales de percepción. Quizás hasta sabe lo que pienso, sabe cómo soy o al menos lo sospecha. Y eso me asusta. No estoy lista para hablar de esto en voz alta.   Cuento en reversa desde el cien hasta el cero y cuando ya estoy algo más tranquila, me atrevo a salir del baño. Para mi sorpresa la campana suena y me hace sobresaltar junto a lavabo. Cuatro chicas entran al baño y yo finjo estar concentrada lavando mis manos.   -      ¿Vieron al psicólogo del programa? – Pregunta una de ellas mientras se admira en el espejo – Está mono. -      Es teñido – ríe otra. ¡Oh sí! Eso también lo noté, pero sí es mono, rubio teñido, pero muy guapo. -      Está que arde – una de ellas se sonroja y yo curiosamente también lo hago. ¡Es como…muchos años mayor! -      Está en segundo de la universidad – informa la que habló primero – mi hermano lo conoce. Aceptó el trabajo del programa para convalidar sus clases en la universidad. ¡Además de guapo es brillante! -      Yo lo vi primero – la que hasta el momento había mantenido la boca cerrada, se ríe como tonta – es mío. -      Fingiré estar loca, para que me incluya en el programa – dice otra.   Aprieto ambos puños. ¡Qué tontas son! ¡Él es mayor! ¡Además no hay que estar loco para ir al psicólogo! ¡Superficiales niñas tontas!   Salgo casi corriendo del baño, una vez en el corredor, los murmullos y gritos de los chicos de la escuela me aturden el cerebro. ¡Nunca encajaré aquí! Nadie piensa, nadie tiene una conciencia. Todo para ellos es tan superficial y color de rosas. Intento reprimir mis crecientes ganas de llorar como loca. No quiero que piensen que soy débil como el tallo de una flor delicada. ¡Quiero ser fuerte! No quiero que me afecten tanto las cosas, no quiero que me importe todo tanto, porque simplemente por ello no encajo en ninguna parte. Tomo aire y en eso veo a Evan platicando con una chica. Flirtean. ¡Flirtean! ¡Evan por el amor de Dios! ¡Ella es rubia, hueca y tonta! ¿Qué si la conozco? Claro que no, pero así son todas las chicas que se acercan a él a coquetear. Ahora poco me importa el estúpido e inútil programa de ayuda del psicólogo que es “mono”. Aprieto los puños y siento que me hierve la sangre, mi cara arde y me tiembla el mentón. Él sonríe. Está contento. Le gusta la chica. Es obvio. ¿Por qué me molesta tanto? Es solo Evan. Simplemente Evan. Doblo sobre mis talones y me voy a mi siguiente clase. La perfecta Literatura Anglosajona.       Me remuevo sobre la cama. Ninguna posición me parece cómoda cuando leo. Aunque desde hace dos páginas, no tengo idea de lo que estoy leyendo. ¡El Club de los Corazones Solitarios! Excelente libro, pésima concentración la mía. Me rindo, no puedo así. Todo en lo que pienso es en el psicólogo con su mirada acusadora y a Evan flirteando con la rubia desconocida y guapa. No sé qué es lo que me molesta más. El sentirme al descubierto frente a la mirada de Connor Johnson, o el sentirme amenazada por la presencia de la primera chica a la que Evan le da alguna señal de agrado.   Me pongo de pie porque mi estómago no deja de gruñir reclamando por nutrientes. Ruedo los ojos porque no quiero comer nada. No necesito kilos extra ahora. No necesitaré kilos extra, nunca. Escucho que papá cruza la sala del departamento. Mamá quien hasta ahora ha estado en la cocina, no dice nada. Salgo al corredor y espío a mis padres, quienes no se hablan ni se miran. Están tensos por la pelea de hace dos días. Me duele el pecho el tener que verles así. Los quiero aunque sean padres descuidados, y me estén ignorando y a la vez subestimando todo el jodido tiempo. Tomo aire profundamente y opto por ir a saludar a ambos. Timmy me agarra de la camiseta y no alcanzo a llegar a la sala. Me está mirando acusadoramente, como si yo hubiese hecho algo malo.   -      ¿Qué? – digo como un susurro. Él se cruza de brazos. Se quiere hacer el rudo. ¡Já! Doce años, las pecas y los ojos verdes lo hacen más bien tierno. -      No metas la pata – advierte. – Siempre que abres la boca, ellos terminan por gritar aún más. -      No es cierto – me ha ofendido. ¡Mocoso idiota! -      Lo es – rueda los ojos – eres la maldita piedra en sus zapatos. Lo sabes Charlie, les pone mal tener una hija tan rara – susurra escudriñándome con la mirada. Trago saliva. Ahora tengo un nudo en la garganta, me está temblando la barbilla y me esfuerzo por reprimir las malditas lágrimas que amenazan con desbordarse por mis ojos hacia mis mejillas. Yo no soy el problema. El problema es que ellos no se aman más y no son capaces de admitirlo en sus caras. Pero yo no soy el maldito problema de esta familia… No lo soy, ¿Verdad? -      Al menos yo…no me masturbo con un osito de peluche – suelto con repugnancia y él se pone rojo como un tomate. Lo empujo al pasar por su lado. Lo he herido. Su punto débil son las chicas, en especial ahora que está “Descubriendo cosas”     Ojalá algún día pudiera dormir como la gente normal. Dormir de verdad. Soñar cosas divertidas. O simplemente no soñar nada. Es preferible no soñar nada antes que tener que estar siendo víctima de horrorosas pesadillas cada noche. Bueno, noche por medio. Siempre hay un cuarto oscuro, una cama pequeña y puedo escuchar el sonido de gaviotas, así que supongo, estoy cerca del mar. Siento el estómago pesado, como si estuviera muerta de nervios a pesar de qué sé qué es lo que continúa, aunque nunca concluya con claridad. Veo a una niña de unos seis años, más o menos, está jugando con una muñeca y está cantando una canción que me pone los pelos de punta. Me molesta. Me asquea. Contengo el impulso de vomitar y la observo, no puedo ver su rostro. Está de espaldas a mí y su figura es borrosa y oscura. De pronto alguien entra al cuarto. Simplemente veo su silueta. Alto, macizo, algo cojo. Se pone de rodillas junto a la niña y le habla. No puedo ver el rostro de ninguno pero sé que los conozco a ambos. Los siento muy familiares. El sujeto ríe y la niña también, él le ofrece un caramelo y la niña no duda en aceptarlo. Él se pone de pie y cierra la puerta con pestillo. Agudizo mi vista. Él está golpeándola ahora. Ha pasado en menos de un segundo. La niña grita, llora. Nadie parece oírla. Él le propina un golpe en la mejilla haciéndola caer. Me parece que está inconsciente, porque no se mueve. Trago saliva, asqueada por la escena tan brutal. ¡Sé que es una pesadilla pero me asusta! Me pone tensa, y siento ganas de llorar. El sujeto cierra las cortinas, ahora no veo prácticamente casi nada. Él se quita el cinturón que le sostiene los pantalones y éstos caen resbalando por sus piernas… entonces despierto.   Estoy sudando frío. Tiemblo. Jadeo. El reloj del buró marca las cinco y siete minutos de la madrugada. Me dejo caer entre las almohadas de pluma y cierro los ojos. ¿Cómo hago para soñar algo normal? Esto de las pesadillas sobre la niña y el sujeto sin rostro y vergüenza llevo soñándolo por meses. No recuerdo lo que es tener un sueño normal. O al menos diferente.       Ya en la escuela mis miedos se despejan un poco. Hoy he comenzado la escuela mucho más tranquila, no sé por qué. En el corredor camino a mi casillero, Fred me detiene con un saludo mucho más cariñoso que el del resto de robots hipócritas que me encontré antes. Fred es primo de Evan, es un año mayor. Es moreno, alto, tiene lindos ojos y es muy amable. Es de esas personas con las que suelo salir a los bolos, o a comer pizza.   -      ¿Cómo estás, bonita? -      Viva – suelto una risa. Él sonríe como de comercial. Se lo ha tragado. Y decir “Viva” es mucho más factible que decir, “bien” y mentirle a la cara, o decir “mal” y tener que explicarle. -      Así veo. ¿Te acompaño al salón? ¿Qué tienes ahora? – sin dejarme responder me guía por el corredor, esquivando personas a nuestro paso. -      Biología – respondo. Él asiente y vuelve a sonreír. Intento buscar a Evan con la mirada pero no está por ninguna parte. -      Ni te molestes en buscar a Evan – suelta una risa y yo me sonrojo instantáneamente. – Está con Kristen. -      ¿Kristen? -      La tesorera del consejo estudiantil. Ahora trabajan juntos – rueda los ojos – y creo que a Evan le gusta. Bien por él, ella es bonita. -      ¿Le gusta? ¿Cómo la sabes? – siento la boca seca por la repentina información. La sensación que el suelo es inestable bajo mis pies, se acrecienta con rapidez. -      Solo lo sé. Es mi primo, y es un chico. Es cosa de mirarlo. -      Es mi mejor amigo. Me lo habría dicho. -      Es algo reciente. No creo que importe demasiado. -      A mí me importa – repongo y trago saliva. Estoy algo molesta y no sé por qué. -      ¿Almorzamos juntos? – pregunta sacándome de mi ensimismamiento. Yo siento algo aturdida. -      Te veo en el almuerzo.  
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