Hace una mueca.
Trabajo en una librería de cinco a ocho de la noche, lunes a jueves. Antes de estar allí, trabajé como mesera en una cafetería y luego en un local de antigüedades. Es difícil para mí, mantener un trabajo estable debido a mi condición.
Siempre están en mi cabeza las falsas alarmas, el peligro y la paranoia. En la librería llevo más de tres meses y si me he mantenido a flote es por Laura.
Le debo mucho. Es mi soporte cuando creo que el mundo se me viene encima. Sin embargo, cuando vuelvo a estar sola me pierdo.
—Pero es viernes.
—Debo suplir a la chica del mostrador —explico.
Bufa jugando con un mechón de su cabello rubio.
—Vale, será otro día.
Vuelvo mi atención a la profesora. Ha empezado a explicar otro tema. Siento la afilada punta de su lápiz pinchar mi espalda.
—Dime —susurro.
—Hay una oferta de trabajo que se ajusta perfectamente a tu horario, la paga es buena y si estás interesada…
—¿Qué? Me lo dices luego.
—Vale, vale.
En el receso me cuenta de que va el empleo. Es trabajar en un opulento piso como personal de limpieza. El sueldo es exorbitante y el horario muy bueno.
Pero…
—Pensé en ti, cuando vi el anuncio en internet. Está cerca de tu edificio. —le da un mordisco a su sándwich —. Pero también pensé, mi amiga se va a negar si le digo que el dueño es un hombre de treinta y tantos, que además vive solo.
Reflexiono en sus palabras.
Estoy bien con mi empleo, no tengo razón para renunciar y aceptar un empleo nuevo y con un desconocido.
—Paso, no estoy interesada.
—Lo sabía, vale al menos lo intenté. —me da una sonrisa —. El tipo tiene buena pinta, es guapo y unos ojos que te hipnotizan.
—¿Cómo lo sabes? ¿Lo conoces?
—Que va, no, no lo conozco. Pero si lo tuviera frente a mí, probablemente no tardaría en derretirme. —suspira y yo ruedo los ojos —. Vi unas cuantas fotos suyas en Internet, se llama Bastián Ivanov, es un hombre muy importante y misterioso.
—¿Misterioso?
—No está casado, no tiene hijos y con lo guapo que es, me parece un misterio que no tenga a una atractiva mujer a su lado.
—Quizás es un mujeriego, un hombre sin ataduras que prefiere mantenerse alejado de los compromisos —me encojo de hombros.
—Puede ser.
Suena el timbre.
Llego a mi apartamento, sin una pizca de ánimo de hacer la investigación pendiente. Con desgana me tumbo en el viejo sofá.
Tampoco pruebo bocado, porque tengo inapetencia. Temo que si me obligo a almorzar, mi estómago devolverá todo. Sin embargo, soy consciente que no debo dejar de comer.
Devoro una manzana que está en la barra de la cocina. Me siento aletargada. Estoy cansada.
Sé que debo suplir a Ana, la chica de enormes gafas de la librería, pero no tengo ganas de nada. Me he sentido tan vigilada estos días que casi ni duermo por las noches; y me veo tentada a aceptar la propuesta de Lau, e incluso pienso en la posibilidad de pedir una cita.
Por un lado, si acepto el empleo ya no tengo que venirme tan tarde a casa, por el otro, no quiero saberme en un lugar desconocido y con un extraño que podría ser un completo loco.
Niego con la cabeza ¿Cómo es posible que esté siquiera pensándolo?
No.
No voy a arriesgarme.
Con la idea paseándose en mi cabeza, me quedo dormida en cuestión.
La pesadilla no tarda en llegar, sigilosa, burlona y ya me tiene atrapada. Y me vuelvo a sentir una niña miedosa.
Nada aminora el miedo que siento.
Mis palmas sudan y mi corazón casi perfora mi pecho; debe ser ya casi de noche, no puedo saberlo. La bruma es oscura, densa y no soy capaz de sostenerme en la realidad.
Tiemblo haciéndome ovillo.
Aún sigo con la misma ropa de la mañana. Aprieto los párpados, a duras penas he encapsulado el terror que me araña con sus garras, rasgando mi interior.
Sé que estoy teniendo otro estúpido episodio. Todo pinta a una escena espectral y me encojo.
El ordenador portátil está encendido y la silla giratoria se mueve en un acto casi imperceptible. Las desgastadas cortinas de mi habitación son prisioneras de la brisa nocturna, sumidas en el vaivén de una tras otra ráfaga fría azotando.
Me abrazo a mi misma, en cualquier momento pasará. Me sobresalto con el sonido de mi teléfono. Y no me extraña que sea Laura.
—¿Sí?
—Te escuchas algo agitada ¿Necesitas que pase por ti?
Silencio.
Regulo mi entrecortada respiración, aparto el nerviosismo en mi voz. No quiero que me escuche trémula.
—No, estoy bien, Lau. A-ahora mismo me pondré a investigar el proyecto.
Quizá he fallado un poco en el intento.
Suspira al otro lado de la línea.
—Vale, solo llamo para saber si puedes pasarme los apuntes. Me la pasé parloteando y no presté mucha atención en clase —admite con fastidio.
Laura es una chica lista pero por desgracia, a veces, un tanto distraída.
Dejo salir una exhalación.
—Te lo pasaré todo por correo, ahora te dejo que debo seguir, Ejem… ya sabes.
—Claro, April. Mil gracias, te quiero. Ah, disculpa haberte llamado a esta hora.
—Descuida, Lau, descansa.
Dejo el móvil en la mesita de noche y suelto el aire retenido. Froto mis ojos y me pongo manos a la obra. Ya casi es la nueve de la noche. Y he faltado a la librería.
Ahora es probable que me echen.
Mierda.
No pude hacer nada para evitar caer en un sueño profundo. Tendré que hablar con el señor Miller. Es un hombre difícil de convencer, con suerte me dará una oportunidad.
Saco de la mochila mi libreta y comienzo a discar en el ordenador lo que pude apuntar en clase.
Me dan ganas de orinar. Dejo de teclear y me levanto con urgencia. Lo último que quiero es hacerme pis en los pantalones.
Empujo la puerta del baño con cautela, uno nunca sabe lo que puede encontrarse. Y eso que temo que pase, está sucediendo de nuevo sin verlo venir. El labial rojo carmesí que no suelo usar, reposa sobre el lavabo y en el espejo alguien, sé que ese sujeto, ha escrito en una letra torcida y forzada: “Sueño contigo hasta en las noches más oscuras, y no quiero que llegue el amanecer, solo por mirarte una y otra vez, mi eterna locura”.
No dudo en tomar un vaso de vidrio que está a mi alcance y soltando una exclamación lo aviento contra el espejo. Se ha hecho trizas y algunas esquirlas se han clavado en mi mano derecha. La sangre sale a borbotones.
Busco una borra de algodón y yodo.
Arde mucho.
Suena mi teléfono. Es solo un mensaje. Seguro Laura, porque aún no le paso los apuntes.
Desbloqueo el teléfono con la mano izquierda.
Desconocido: No te lastimes, April. No te hagas daño tú misma.
Mi cuerpo se agita, ya mi pulso se ha disparado y mis pulmones atrofiados, como si he corrido un maratón.
Él me está mirando. ¡Está aquí!
Ahogo un sollozo en el fondo de mi garganta. Todo se torna verosímil, sin paranoia en medio. No estoy segura.
Entonces me encuentro mirando a todos lados. Como una loca desquiciada; nefelibata, porque no me percibo de la realidad. No sé si mi cabeza está inventando todo de nuevo.
No lo sé.
Tiro el teléfono en la cama.
—¡Ya sal de allí, no seas un cobarde!