En un pequeño lugar de Gran Canaria...
Jimena González, era considerada la chica más desafortunada de su pequeño pueblo natal. Ella, en cambio, a sus treinta años ya cumplidos, no podía sentirse más que conforme con el sino que le había tocado.
Llegaba la noche mientras se disponía a cerrar su pequeño negocio, ese que tan orgullosa le hacía sentirse, mientras despedía a los últimos clientes que rezagados aprovechaban para llevar su pan recién horneado para la hora de cenar.
Estaba agotada, aunque eso solo no notaba en el momento de poner sus pies en la empedrada calle, con el frio de la noche recorriendo su cuerpo y haciendo que se encogiera buscando nuevamente el calor entre su desgarbado abrigo de lana.
No tardaría mucho en llegar a casa. Pues su pequeña casita de campo se encontraba llegando a la pequeña periferia de la zona antigua del pueblo. Su zona favorita en el mundo.
— ¡Jimenita! —escuchó mientras subía a su coche.
Reconoció casi de inmediato la voz de su mejor amiga Berenice. Además, de que ella era la única persona que solía llamarla así.
—"Hello my friend" ¿Cómo estás hoy? —salió del coche para darle un abrazo —, me alegro de verte. Uf, que carita de cansancio me traes hoy ¿no?
—Sí, ha sido un día full, no hemos parado. A ver cuando tienes un hueco y te pasas por la dulcería para ayudarnos con tus nuevas recetas, me ha dicho tu madre que se te dan muy bien los trucos de la abuela Concha.
Berenice no dudó en sonreír sobre la sugerencia que Jimena siempre le hacía. Trabajar en la pastelería codo con codo. Era tentador y muy halagador, pero siempre la hacía temer las consecuencias de mezclar amistad y familia con trabajo y dinero. Y no podía anteponer nada a la amistad que mantenían.
—Sí, no se me dan mal. He de reconocerlo. Y sabes que siempre puedes contar conmigo.
Jimena tan solo disimulaba su decepción ante las respuestas distantes de Berenice. La conocía tan bien que no le hizo falta saber con palabras, las verdaderas razones para no entrar en el negocio que ambas adoraban.
—Bueno, es tarde para seguir hablando aquí bajo la relentada, ¿no te apetece venir a casa y cenamos juntas?
— ¡Pues claro que sí! ¿A qué te crees que venía, a decirte hola?
—Pues también es verdad. No es normal verte por aquí a estas horas. Sube y me cuentas qué te traes entre manos.
El cielo nocturno estaba levemente iluminado cuando las amigas llegaron a la pequeña casa de campo. Aunque escasamente nublado, la humedad de las noches en las cumbres canarias siempre se hacía notar nada más ocultarse el sol.
El hogar siempre reconfortaba a Jimena. Recorría su pequeño y humilde hogar como cada día, rodeada de retratos y recuerdos de su ya desaparecida familia. Encendía la antigua chimenea de leña de sus abuelos y encontraba los pequeños momentos de paz que tanto ansiaba al llegar a casa.
—La noche de hoy está preciosa, menos mal que tenía que venir. Adoro ver la luna llena en todo su esplendor.
—Sí, a mí también me encanta. Esa ventana tiene las mejores vistas de la casa, a veces me quedo como tonta mirando y termino quedándome dormida tumbada en la alfombra.
Jimena caminó con urgencia hasta la ducha, algo extrañada por la manera meditativa en la que su amiga admiraba el paisaje. El temblor de su cuerpo la apremiaba a que necesitaba el calor de una larga ducha caliente, así que no le dio más vueltas al asunto.
— ¿Ya tienes todo listo? ¡Ay qué buena amiga tengo! Es que eres la mejor —contestó ilusionada tras salir del baño viendo que la cena estaba preparada y la mesa servida.
Berenice se había dispuesto a organizar todo y aligerar una comida improvisada, al estilo de ambas amigas, algo ligero y rápido para matar el apetito nocturno. Una ensalada de aguacates, atún y tomates bien aliñados, sería suficiente.
La casa ya gozaba con una agradable temperatura gracias a las tenues llamas de la chimenea, haciendo que ambas se acomodaran en la pequeña mesa del comedor.
—Tú te traes algo entre manos ¿verdad? Te conozco y sé que hoy estás algo más callada que de costumbre. ¿Qué cavilas en esa cabecita?
Berenice dudó en como comenzar el tema que llevaba meditando toda la tarde. Negó con la cabeza y respondió con una tímida sonrisa. Como había esperado, Jimena no tardaría en notarlo.
—A ver, siéntate y cuéntame mientras comemos. Ya sabes que puedes contarme todo lo que necesites soltar.
—Ok, pero primero quisiera preguntarte si has sabido algo de Norberto. ¿Has recibido algo? Alguna carta, alguna invitación...
A Jimena, casi le hizo atragantarse el volver a escuchar aquel nombre.
— ¿Quien? ¿Qué Norberto?
— ¿Quién va a ser? Tu Norberto. Ese con el que estuviste saliendo hasta final de curso. Creo que no conoces a otro...
Por supuesto que no. No es que fuera un nombre demasiado común el suyo. Las amigas se miraron en silencio durante un leve momento.
—No, está claro que no he sabido nada de él desde entonces, lo hubieras sabido —concluyó picoteando su ensalada, dando por zanjada la respuesta.
Pero Berenice no había terminado.
—Y, ¿carta? ¿has recibido alguna invitación?
— ¿Acaso hay alguna que tuviera que recibir? De verdad, vete al grano. Ya me está dando miedito tu manera de andarte por las ramas.
Y eso hizo. Berenice metió la mano en su bolsillo para sacar un elegante sobre ribeteado y extenderlo cerca de su amiga que lo miraba con curiosidad y temor al mismo tiempo. Soltó el tenedor, tomó el sobre en sus manos como si de cristal se tratara, para sacar de él una fina y elegante invitación. Lo leyó en pocos minutos y tan solo pudo exclamar
— ¡¿Una fiesta de antiguos alumnos?!
—Como te quedas... —ni preguntó, ni disimuló asombro a la noticia que tan preocupada la había tenido.
Ambas prefirieron pensar en silencio mientras terminaban de comer. Una, alucinaba por la incoherencia de una profesora de instituto, seguramente con una vida muy aburrida, que ahora tras casi quince años le daba por reunir a todos los alumnos de su último curso. La otra, a la espera de una opinión compartida de todo aquel reencuentro podría suponer una decisión importante para ellas.
—Flipante, ¿no crees? Lo que me extraña es que tú no hayas recibido la tuya aún.
—Ni falta que hace, yo no participaré en esta locura de fiesta. ¿Acaso te lo habías planteado? Bien sabes quienes más forman parte de ese último curso y tú igual o más que yo, deberías echar a correr ante la idea de vértelas de nuevo con tu ex marido.
Jimena reguló al instante, sobre todo al ver que su comentario podía haber molestado a su amiga. Guardó silencio mientras estudiaba la reacción de alguien que había sufrido mucho a causa de ese desgraciado.
— ¿Sabes? Eso ya lo había pensado. Aunque te agradezco que me lo recordaras.
—Amiga, lo siento, no quise decir que... —¡mierda! esta vez la había cagado bien. Movió su silla junto a la de Berenice para intentar solucionar su metedura de pata.
—Sabes que no me gusta recordarte a ese cabronazo, ni mucho menos hacerte recordar lo terrible que fue contigo. Te juro que, si intentara volver a acercarse a ti, yo misma le mataría con mis propias manos. Solo es que creo que todo esto de la fiesta es una auténtica locura.
Berenice aceptó con un gesto de su cabeza.
—Sí, supongo que es demasiado arriesgado. Pero en parte, quise escuchar realmente lo que pensabas, pues, creo que en ocasiones es bueno enfrentarse a eso que tanto tememos, ¿sabes?
Se hizo un leve silencio solo interrumpido por el crepitar de los troncos de la chimenea al arder.
—Quizá, es solo el miedo lo que nos impide avanzar —finalizaba casi en un susurro.
Jimena en cambio no supo bien qué contestar a eso. Pues jamás se había sentido de esa manera, o tal vez, ni siquiera lo hubiese visto de ese modo.
— ¿Y entonces? ¿Eso significa que quieres ir a esa fiesta? —preguntó temiendo la respuesta.
— ¡Pues no lo sé! Solo sé que estoy cansada de seguir así. Mi vida está como en pausa desde que me separé de Pablo y estoy harta de que me miren con pena, de que me vean como a una víctima. ¡Y a ver, sé que lo fui! pero también necesito seguir adelante, tener metas, sueños, ilusiones...
Hizo una pausa para volver a sentarse junto a su amiga, quien inconscientemente, la miraba como tantas otras personas. - Quiero volver a sentirme como una mujer, no como los restos que quedaron de quien era.
Jimena la abrazó con el corazón encogido a la mujer más fuerte que había conocido jamás. La única familia que le quedaba. Y se sintió mal por anteponer sus temores ante las necesidades de quien anhelaba una esperanza más que nunca.
— ¡Pues iremos! Además, ya verás que solo irán cuatro gatos —le levantó la mirada aun triste para animarla.
—Será la excusa perfecta para ir de compras y ponernos un modelito de escándalo. Quien te dice que no arrasemos esa noche. Y, por cierto, ¿cuándo dices que es? —volvió a coger la invitación en sus manos.
—La noche de Navidad, si no me equivoco.
—Pues serán, sin duda, unas navidades diferentes... —Jimena volvió a cubrir en un abrazo a su Berenice, rezando en el silencio de su mente por no tener que lamentar aquella inesperada decisión.