**RICCARDO**
Observé a la chica angustiada que, con una energía inquebrantable, hablaba sin cesar con la intención de mantenerme despierto, sonriendo al notar su evidente preocupación por un completo extraño que no conocía. Era fascinante ver cómo, a pesar de mi situación, ella se esforzaba tanto, como si su misión fuera mantenerme alerta y evitar que el sueño me venciera, lo cual reflejaba una bondad que no muchos tendrían hacia alguien a quien no han visto antes.
—Mantente, despierto, por favor —me dijo con suavidad—. Estoy aquí para ayudarte, tranquilo, llamaré a una ambulancia.
—No llames ninguna ambulancia, mejor llama a un amigo mío.
—Dame su número. —se lo dicté y de inmediato Antonio contestó.
—¿Quién es? —dijo él. Ella me da su celular, muy antiguo para mi gusto.
—Ven por mí, estoy cerca de la universidad pública. —colgué—Muchas gracias.
—La herida es profunda, ¿estás seguro de que no quieres que te lleve a una clínica?
—Tengo un amigo médico. ¿Cómo te llamas?
—Valeria ¿y tú?
—Riccardo. Fue un placer conocerte. Aunque no son las mejores circunstancias.
—No hice nada. Soy defensora de las personas como tú que se encuentran en apuros.
—Me has ayudado mucho, aunque no parezca. Estoy en deuda contigo.
—Me alegra, trato de ser una buena ciudadana. Tienes suerte, no suelo venir por este camino, pero hoy tenía que recoger un pan en la panadería de la esquina. Es que mi abuela está mal de salud y ese pan le encanta.
—Entonces le debo mi vida a tu buena voluntad.
Su voz se convirtió en un ancla poderosa que me mantenía consciente en medio de la oscuridad abrumadora que amenazaba con consumirnos por completo. Cada palabra que pronunciaba era como un faro que iluminaba el sendero en la noche más oscura, y en ese caos implacable, su presencia resplandecía como un rayo de luz brillante, capaz de transformar el dolor intenso en un eco lejano que se desvanecía en la distancia. Reconocía que le debía mi existencia entera, y había una profunda comprensión dentro de mí que me llevaba a saber que no podía rendirme, que debía seguir adelante. Era imperativo encontrar una forma de agradecerle por su valentía y, al mismo tiempo, protegerla de todo el peligro que me rodeaba y que amenazaba nuestra existencia.
Mientras ella cuidadosamente vendaba mi herida, cada movimiento suyo parecía estar impregnado de una dedicación palpable y de un profundo compromiso con mi bienestar. La observé detenidamente, como si cada detalle de su ser pudiera ayudarme a mantenerme aferrado a la vida. Su largo y oscuro cabello caía en suaves ondas, enmarcando su rostro preocupado, donde cada línea de su expresión revelaba la angustia que sentía. Había algo en su mirada penetrante que me brindaba una sensación de seguridad inquebrantable, como si, a pesar de la tormenta furiosa que azotaba mi entorno, hubiera encontrado un pequeño refugio en su presencia serena. En ese instante, el mundo exterior parecía desvanecerse, y solo existíamos nosotros dos, atrapados en un momento de intensa conexión que me daba fuerzas para seguir luchando.
—Con esto la sangre debe detenerse, al menos hasta que la ayuda llegue.
—Eres muy buena, muchas gracias.
—Es un gusto para mí, hacer el bien.
Su determinación era verdaderamente admirable, pero al mismo tiempo inquietante. Podía sentirlo en cada fibra de mi ser: sabía que mi situación era muy grave; aquellos que me perseguían estaban decididos a no detenerse ante nada hasta dar conmigo, y la última cosa que deseaba era arrastrar a una persona inocente a este torbellino de violencia y peligro en el que me había convertido. Su bondad, aunque era como un bálsamo para mi alma herida, también me recordaba constantemente lo que podía perder en un instante. La idea de que ella pudiera verse atrapada en este conflicto me llenaba de ansiedad y preocupación.
Mientras ella, con un cuidado notable, comenzaba a vendar mi herida, sentí que se tejía un hilo de conexión entre nosotros, algo más profundo que las palabras. Era un entendimiento mutuo de que, a pesar de la desesperación y la oscuridad que nos rodeaba, aún había una chispa de humanidad y esperanza que no podía ser extinguida ni por las circunstancias más adversas. Era como si el dolor y el sufrimiento que ambos estábamos sintiendo nos unieran de una manera única, permitiéndonos ver la luz en medio de tanta oscuridad. Su presencia a mi lado era un recordatorio de que, incluso en los peores momentos, la bondad podía florecer y que aún existía la posibilidad de encontrar refugio en los corazones de los demás.
—¿Qué sucedió? —preguntó, con una preocupación genuina en su voz.
Dudé un momento. Revelar mis secretos significaba ponerla en peligro. Pero había algo en su mirada que me animaba a confiar en ella. Quizás era su valentía o tal vez la pureza de su intención.
—Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado —dije, finalmente, el peso de mis palabras resonando en el aire—. Me metí en problemas con personas que no perdonan.
Ella asintió, su expresión se volvió más seria.
—No entiendo del todo, pero la sangre dejó de salir como antes, eso es bueno. Deja tus malos caminos y busca un trabajo.
—No soy un maldito ladrón.
—Ah, te malinterpreté, disculpa. Es que me horroriza que chicos jóvenes se vean envueltos en cosas delictivas. —escuché ruidos de autos.
—No, no puedes involucrarte más —interrumpí, el miedo apoderándose de mí—. No quiero que te hagan daño.
El sonido de varios vehículos pasando a gran velocidad por la calle principal me alertó de inmediato, despertando mi instinto protector que parecía estar adormecido en ese momento. Mi mente se activó y cada sentido se agudizó. Justo entonces, pasos resonaron en el pavimento más cerca de lo que hubiera querido, y sentí cómo mi corazón se aceleró en un latido frenético.
—¿Qué pasa? —preguntó Valeria, su voz temblando leve y visiblemente preocupada por mi estado.
—Debemos irnos —respondí con tono urgente, levantándome con dificultad mientras mi cuerpo aún se sentía débil—. No hay tiempo para discutirlo.
Ella me sostuvo con firmeza, ayudándome a mantener el equilibrio mientras me guiaba hacia la salida del callejón. La oscuridad que nos rodeaba parecía más densa y opresiva, mientras que cada sombra se tornaba en una amenaza palpable, como si estuviera a punto de cobrar vida. La adrenalina recorría mis venas, impulsándonos a salir de allí lo más rápido posible y dejándonos llevar por la creciente sensación de peligro que nos acechaba.
—¿Dónde podemos ir? Se hace tarde y debo regresar a casa, mi abuela se puede preocupar —insistió, su voz casi un susurro, como si el mismo aire pudiese traicionar nuestras palabras.
—Conozco un lugar —respondí, recordando un taller abandonado donde podríamos escondernos—. Regresarás sana y salva, te lo prometo.
A medida que avanzábamos juntos por el oscuro y confuso camino, su mano apretada firmemente en mi brazo me recordaba constantemente que no estaba solo en este momento de incertidumbre, que había alguien a mi lado que realmente se preocupaba por mi bienestar en medio de todo el caos que nos rodeaba. Cada paso que dábamos hacia lo desconocido parecía servir para fortalecer aún más nuestro vínculo, un lazo que se tornaba más fuerte a medida que enfrentábamos juntos los desafíos que se presentaban ante nosotros.
Por un instante, me detuve a reflexionar sobre cómo la vida puede dar un giro inesperado en un abrir y cerrar de ojos, cómo una simple decisión, incluso la más pequeña, puede conducirte a situaciones que jamás habrías imaginado experimentar. Valeria había entrado en mi vida en un momento crítico, justo cuando más la necesitaba, y aunque mi determinación era protegerla a toda costa, no podía dejar de reconocer que, en realidad, también había un profundo deseo en mí de recibir su ayuda. Me daba cuenta de que, en esta encrucijada, no solo era yo quien debía ser el fuerte, sino que juntos quizás podríamos enfrentar lo que venga y salir adelante, dándonos apoyo mutuamente.