POV LENA
Cuando el elevador se abre directamente al penthouse, la vista de madrugada me golpea con ese silencio helado que solo existe cuando la ciudad todavía no despierta. Mona está en la cocina, en bata, con el cabello recogido y cara de agotamiento. Debe haber llegado hace unos minutos; se nota en su expresión la resignación de quien ya sabe que hoy será un infierno.
—¿Dónde está? —disparo sin saludar, sin respirar, sin suavizar nada.
Mona parpadea, sorprendida por mi tono.
—Creo que… en su cuarto. Llegaron hace un rato. Roland lo trajo. Está muy mal, señorita West.
—Perfecto —respondo, con un sarcasmo que me quema la lengua—. Exactamente lo que quería escuchar.
Mona levanta una ceja, como preguntándose si es buena idea que yo entre ahí en este estado. Tiene razón. No lo es. No m
