Ella se gira, pero no por haberme escuchado ya que lleva audífonos, sino por mera casualidad. Lleva un cigarrillo en la boca y al verme lo saca y sonríe.
—Me asustaste. ¿cómo te ha ido? —me dice con una sonrisa, una sonrisa que devuelvo.
—Bien, muy bien. No te he visto mucho desde que llegaste.
—Fue un viaje largo —me contesta con una sonrisa—, ¿qué haces despierta?
—Quería hacerte compañía, que habláramos un poco más —contesto.
—No pensé que alguien supiera que venía aquí.
—Bueno, es claramente algo que acabas de empezar a hacer, ¿cierto?
—Claro, acabo de llegar, Jess —contesta.
—¿Y cómo has visto todo por aquí? —ella abre los ojos, pero luego se recompone rápidamente.
—Todo bien, me gusta estar aquí, lo sabes.
Me acerco más a ella y ella lo que hace es retroceder, confirmando mis sospechas. Confirmando lo que ha visto. Ahora estoy segura.
—¿No hay algo que quieras decirme? —pregunto y ella niega.
—No, ¿qué debería decirte?
—Lo que viste detrás de la casa —ella frunce el ceño fingiendo no saber nada.
—¿Lo que vi detrás de la casa? No sé de qué me hablas Jessica.
—Lo sabes, sé que lo sabes y sé que lo dirás. No creo que seas buena guardando un secreto.
—No tengo ni idea…
—¡Cállate! —la interrumpo con mi grito—, quiero que me mires a los ojos y me digas que lo viste —ella se muerde el labio inferior.
—Lo vi, pero no se lo diré a nadie, te lo juro —yo río.
—¿Me lo juras? ¿por qué algo me dice que no te crea? Será por qué harías lo que fuera por encajar aquí —saco mis manos de mi espalda y ella niega con la cabeza al ver lo que traigo en mis manos.
—No empieces algo que no vas a poder terminar. No vas a poder, Jessica, así que vete y déjame en paz.
—Yo creo que sí, que sí lo voy a poder acabar —me lanzo a ella con el cuchillo y ella intenta zafarse de mí.
Con todas mis fuerzas forcejeo con ella hasta que ambas caemos al suelo. Me subo sobre su cuerpo y quito su mano con fuerza de la mano que me tiene inmovilizada. Opto por golpear mi cabeza contra su nariz haciendo que sangre, de modo que, aprovecho la distracción para incrustar el cuchillo en su abdomen. Una, y otra y otra y otra y otra vez. Tantas veces hasta que comienza a salir sangre por su boca y la vida se le escapa de sus ojos.
Su sangre mancha mi pijama y cuando estoy segura de que está muerta me levanto de sobre ella. Me quedo de pie sobre su cuerpo inerte y dejo caer el cuchillo totalmente anonadada. No pensé que podría hacerlo y lo hice. Me quedo estática hasta escuchar un carraspeo masculino. Me doy la vuelta y lo veo.
—Veo que si sabía —dice.
—Claro que sabía —contesto—, y ahora es tu turno deshacerte de ella.
—Sabes que será jodidamente notorio.
—De eso me encargo yo, pero es mejor eso a que se sepa lo que vio.