RECUERDO I

1992 Palabras
14 de septiembre, 2010. 9 años de edad… Keira. Meto un mechón de mi cabello que cae por mi hombre, detrás de mi oreja, bajo la atenta mirada de varios niños. Aferro mis manos en mis libros, rechinando los dientes, por tener que asistir a clase cuando implore para quedarme en casa; si mamá aun siguiera con nosotros, de seguro aún estaría en cama, durmiendo. Le dije a papá que era mala idea venir con mi cabello suelto, proteste, incluso hice una pataleta que le disgusto, pero yo estaba más irritada por tener que venir en ese estado; entonces recordé lo que prometí a la nona la otra noche, cuando hablamos por teléfono. Me pidió ser paciente con papá, ya que mamá no estaba para ayudarlo, y le era un poco complicado adaptarse a una vida sin ella. Hago una mueca de tristeza. Él está dando todo su esfuerzo para hacer como si nada hubiera sucedido por mí. Cuando ambos perdimos a mamá, él se mantuvo firme, para que no viera cómo se derrumbaba por perderla, escuche como en las noches lloraba y le pedí que regresara, que sin ella no era nadie. Aunque era capaz de entender lo que estaba sintiendo, se negó a mostrar su dolor por querer mantenerme estable. Sigue siendo difícil asimilar que ya no tengo a mamá en mi vida. Mi corazón se estruja. Luego de su muerte cambiaron muchas cosas. Tuvimos que mudarnos porque papá pensó que era lo correcto, para mí, aun cuando aseguré que deseaba quedarme en el lugar donde los recuerdos de mamá seguían vivos. Se negó. Giro a la izquierda sin mirar por donde camino y terminó chocando con alguien. Abro mi boca, lista para disculparme, pero me empuja, levanto mi cabeza y abro mis ojos desmesuradamente. Retrocedo. —Disculpa. —digo. El terror de los pasillos da un paso adelante. Me miró y tomó un mechón de mi cabello, retrocedo al momento de que ella avanza. Mi espalda choca contra los casilleros y su grupo de amigas me rodea. —Buenos días Keira. —me saluda Adria, la niña más popular de la escuela. Su cabello está decorado con flores amarillas, lleva dos coletas. Me mira como si fuera una peste. No sé qué tiene con mi cabello, desde que llegué no ha dejado de intimidarme o de burlarse de mí en clase. —Ensuciaste mi vestido. Examinó con mis ojos su vestido buscando la evidencia, pero no encontró nada. —¿Dónde? —indago. Frunzo mis labios y se acerca un poco más a mí. —No me importa si no lo ves, ensuciaste mi vestido—se encoge de hombros. —. Tendrás que pagar. Juega con mi cabello y la miro con desconfianza. Estira su brazo para atrás y una de sus amigas le entrega una tijera, abro mi boca formando una O y niego frenéticamente. —No —grito, me muevo. —. No ensucie tu vestido, déjame tranquila. La empuja, se enredada con sus pies y termina en el suelo. Su rostro se enrojece, salgo corriendo y me detengo abruptamente al ver a un niño parado en medio del pasillo, mirando directamente a nosotras. Solo he podido mirar su tenis. —¿Qué estás haciendo? —escucho que preguntó. —¿No debes estar en clase? La profesora te regañara y le diré a tu mamá, luego no quiero que llores cuando te castiguen. —¡Debería decir lo mismo! —protestó ella con el rostro rojo como un tomate. Miro de un lado a otro. Adria se levanta con la ayuda de sus amigas, sus ojos siguen puestos en mí, lleva un dedo a su cuello y lo pasa lentamente indicando que me matara. Cierro los ojos al ver que camina hacia mí, alguien tira de mi brazo y luego escuchó una pequeña discusión, para después escuchar un silencio profundo, pero no me atrevo a abrir los ojos. —Oye —me llaman. —, ¿no estás llorando, verdad? Odio a las niñas que lloran, se ven feas. Abro mis ojos. Lo primero que veo es un rostro muy cerca de mí. Tiene su nariz arrugada y una mueca de disgustos mientras me mira horrorizado. —No soy fea. —reclamo parpadeando. —¿Estás bien? —preguntó incorporándose, levante mi cabeza para mirarlo. —Perdona a Adria, no suele tener esos comportamientos. No fue su intención querer cortar tu extraño, pero bonito cabello. Toma un mechón, retrocedo. —¿Crees que mi cabello es bonito? —me atrevo a preguntar. Me miró a través de sus pestañas, con una sonrisa moviendo su cabeza de arriba a abajo, sin soltar el mechón. —Pues claro. —responde distraído. Esbozo una sonrisa. —Gracias por la ayuda. —musito con mis mejillas calientes. Vuelve a enfocar sus ojos zafiros azules en mí, estirando una amplia sonrisa mostrando sus dientes—, De eso nada, me debes un favor, roja. —¿Roja? —preguntó. —Por tu extraño y bonito cabello. 4 de abril, 2012. 11 años de edad… Bajo las escaleras con una gran sonrisa, para enseñarle a papá la boleta de notas, este año me ha ido mejor que el anterior; me quedo paralizada en medio de la escalera cuando escucho su voz, mi sonrisa se borra al oírla entrecortada. Asomo mi cabeza por la baranda y veo como sostiene la fotografía de mamá. —Han pasado más de tres años desde tu muerte y cada día te extraño más—dijo papá con voz ronca. —. No sé si pueda crías solo a Keira, amor. —La melancolía se respira en el ambiente. —. No puedo hacerlo sin ti, tengo tanto miedo de equivocarme y que me odie. Temo no poder comprenderla como tú. Me aterra pensar que nunca avanzará porque no le di la atención que merecía, luego de tu muerte. No quiero perderla. —aseguró trazando la fotografía. —. Ella es una niña inteligente, linda, comprensiva y cariñosa. A veces siento que me oculta su tristeza para no preocuparme. —rompe en llanto, cubro mi boca. Me limpio las lágrimas. *** Escondo mi rostro entre mis piernas. Papá piensa que me va a perder. Le aterra saber que algún momento no despertaré como mamá, pero la verdad es que no pienso dejarlo nunca. No quiero verlo llorar, me entristece el corazón, deseo verlo sonreír. —¿Sabes que llorar hace fea a las niñas? —me preguntó. Esa voz. Levanto mi mirada, veo borroso. Lo primero que enfoco bien son sus ojos azules, luego me doy cuenta que está sobre sus talones, mirándome espantado —¡¿Qué haces aquí?! —grito ocasionando que se asuste y termine sobre el suelo, sentado. —Porque quiero respirar aire, eso es todo. —me aclara espantado. Estiró su brazo y me extendió un pañuelo, lo tomo con tristeza. —Te ves fea. —destacó Stefan, divertido. Rompo en llanto. —No, no, no—dice desesperado, veo como tira de su cabello. Me tomó de las manos, su tacto me puso nerviosa. —. No llores, por favor. —me suplica haciendo un puchero. Me quitó el pañuelo y limpió mis lágrimas, con una mueca de asco. —¿Estás bien? —cuestionó con ese tono preocupado que siempre lo había escuchado, cada vez que hablaba con Adria. Suspiré y negué. —¿Qué tienes? —Extraño a mi mamá. —Oh, ¿y dónde está? —Muerta. Se queda en silencio y murmura algo que no entiendo. Me resulta divertido su expresión. —Lo siento. —se disculpa como si hubiera dicho algo malo. Y apretó mis labios cuando se da palmaditas a su boca —Está bien. Me sigue limpiando el rostro en silencio, lo veo pensativo y de un momento a otro se levanta asustándome. —¡Ya sé! —exclamó, llevo una mano a mí pecho. —Sé cómo puedes comunicarte con tu mamá. —me miró entusiasmado como si hubiera recibido algo. —¿Cómo? —Escríbele una carta, cuéntale todo lo que quieras —sugiere con una sonrisa. —, de seguro ella lo leeré desde arriba. —¿Tú crees? —dudo. Asintió sin perder su sonrisa. —Así lo sentirás más cerca y tendrás la facilidad de comunicarte con ella. —afirmó entusiasmado. Me abalanzo contra él, me recibe con los brazos abiertos, perdiendo el equilibrio y caemos juntos al suelo. Mi cabeza se recuesta sobre su brazo, no permito que se levante porque lo sostengo de la cintura y apego mi cabeza sobre su pecho. —Gracias Stefan. —digo —De nada. Suspiro, aliviada. —Por cierto—susurró en mi oído. —, te ves fea cuando lloras. Trata de no llorar muy a menudo porque espantaras a las personas. —¡Oye! Ríe. 25 de marzo, 2015. 14 años de edad… Me quedo impactada al ver el paisaje colorido, parpadeo y paso mis manos por mis ojos sobándolos, para luego volverlos a abrir. —Impresionante —alabo lo que ven mis preciosos ojos. —. Esté es el mejor cuadro que he visto, ¡me encanta! —chillo. La dueña del cuadro, me mira con molestia y rueda los ojos, su cara estirada me da risa, pero no puedo reírme de mi nueva mejor amiga. Intento tocar el cuadro, pero su mano me detiene. —¿Qué haces? —la frialdad en su voz me sorprende. —Solo quería tocar. —titubeo con torpeza. —No, no lo toques. —me interrumpe. Sonrió y eso parece irritarla. —Mucho gusto, soy Keira. —Extiendo mi mano, negó con su cabeza. —¿Te he preguntado tu nombre? —Eh, no, pero… —Entonces no entiendo porque me lo dices. Frunzo mi ceño, eso parece satisfacerla, pero de inmediato cambió mi expresión y extiendo una enorme sonrisa. Parpadea confundida. —¿Cómo te llamas? —le preguntó, me ignoró. —¿Cuántos años tienes? Que tonta, estamos en el mismo grado, significa que tienes mi edad. ¿Desde cuándo pintas? ¿Acaso tienes clases particulares? ¿Te gusta el arte? ¿Cómo es que es fácil para ti? ¿Tienes amigos? Porque si no, me gustaría ser tu amiga, me agradas—lo escuché suspirar. —. Aunque tienes esa aura de amargada, pero no importa, serás mi mejor amiga—sonrió ampliamente cuando sus ojos me observaron. —. Entonces, ¿me dirás tu nombre? —NO. —respondió perdiendo los estribos, me encogí de hombros. —No importa, lo conseguiré. Sabes que esa técnica que utilizaste es muy difícil, ¿me puede enseñar? Seré muy buena alumna, aprendo rápido, no tendrías problemas con enseñarme y si deseas puedo pagarte las clases, pero si no lo deseas, solo enséñame porque me gusta tu técnica. Intentado aprenderla todo este año, pero he fracasado, sin embargo, no quiero rendirme… —Puedes callarte. —No…—quiero seguir hablando, pero la profesora se detiene frente a nosotros. —Muy bien, Sloane. —la felicitó mientras yo estiro una sonrisa triunfante. Así que Sloane se llama mi nueva mejor amiga. 10 de enero, 2016. 15 de años de edad… Lo miro desde lejos, su sonrisa es la más hermosa que he visto. Me quedo embobada observando como si fuera una acosadora. Las personas pasan por mi lado, mirándome extraños, más aún al esbozar una sonrisa. Es tan encantador. —¿Qué haces? —Pregunta una compañera de clase, sigue mi mirada. —Suspirando por Stefan. ¿Cuándo reaccionarás? Te he dicho muchas veces que se rumorea que está saliendo con Adria. Hace mención a la víbora. Pongo mala cara. —Cállate —siseo. —. Es válido soñar. Apenas cruzamos nuestros ojos, desvía su mirada y se centra en Adria, quien pasa por su lado saludándolo curvando una sonrisa coqueta. Bajo mis hombros, con tristeza. Nunca centrará su mirada en mí.
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