(4)

1936 Palabras
—¿Qué piensas hacer hoy en la noche, Aly? —me preguntó Abraham, uno de mis compañeros de la clase de estadística—. Si gustas continuamos lo que iniciamos anoche y no pudimos terminar por el fastidioso de Ian. Me le quedé viendo extrañada. No le entendí nada. —¿De qué carajo hablas? —pregunté confundida. Abraham miró a los lados y luego se sonrió antes de continuar. —Olvidaba que estabas hasta el copete de aquello —me dijo en un susurro—. Ya sabes, estabas a punto de darme de aquello, y llegó el inoportuno de ian, siempre de perro faldero cuidando lo que nunca será suyo. Sentí rabia con él y conmigo por ser tan estúpida. —No, es que él me cuida porque me quiere, no porque esté cuidando nada. A diferencia de algunos, él sí sabe lo que es una verdadera amistad —le dije y me fui. La ira me corroía la piel y la bilis comenzaba a hacer estragos en mi estómago. Apenas vi entrar a Lara con una de las compañeras más arrogantes que había en esta Universidad: Danna Cellini, el malestar se acrecentó. —Hey, ¿A dónde vas? —me preguntó Lara. —Pese a que algunos no tenemos deseos de vivir para ver ciertos especímenes, nos toca, por ratos, y otros hacemos uso del libre albedrío. Me voy, soy de los pocos que debemos cumplir con la sociedad, me voy a la tienda —le dije sin mirar a los lados. —Debemos hacer un trabajo —me gritó Lara—. Es en grupo —me gritó. —Hazlo con quien te plazca, ya escogí mi grupo —respondí metiéndole desde la distancia. Abandoné la facultad como espantada y corrí hasta la parada de buses, no tenía que llegar aún a la tienda, pero en realidad tampoco quería estar rodeada de tanta hipocresía. De todos, Ian y Lara eran los únicos que consideraba transparentes, leales, amigos. Trabajé desde media mañana hasta que la tienda cerró. Ya era de noche cuando abordé un taxi hacia el departamento. Estaba agotada pero más por la falta de descanso que por el trabajo. La depresión aún me acompañaba, pero no podía irme otra noche al bar. Necesitaba dormir un poco. Temprano había apagado mi móvil, por lo que nadie supo de mí sino hasta que llegué a casa. —Ian anda como loco buscándote, le dije que estabas en la tienda, pero me dijo que mejor no te buscaba allá —escuché que me dijo Lara apenas entré. No le respondí, seguí directo a mi habitación. Necesitaba dormir, escapar de mi realidad. —¿Vas a cenar? —escuché que me gritó. —No. Tanta era mi tristeza que el alimento no era tan necesario en esos momentos en los que me sentía presa de ese sentimiento de pérdida y derrota que llevaba dos años acompañándome. No supe en qué momento logré dormirme, el hecho es que cuando desperté era cerca de las once de la noche. Después de ducharme, salí en busca de un té para poder seguir durmiendo. Soy una adicta con gustos extraños, me gusta tomar té y esas infusiones cuando no estoy pegada al alcohol o alguna sustancia extraña. Engaño a mi organismo, tal como la vida había venido engañándome. Lara estaba aun viendo la tele, en su habitación, tenía tan alto el volumen que pude escuchar desde la distancia las noticias. “Se dice que el asesianto de Nicola Sforza obedece a un ajuste de cuenta con la mafia italiana…” Mis oídos se bloquearon por completo, la taza resbaló de mi mano logrando esparcir el líquido en el piso y los pedazos saltaron por todos lados. En mi estómago se hizo un nudo atenazante. No supe si llorar o reír al escuchar semejante noticia. Tampoco cómo interpretarla. No habían muchos Nicola en Milán, y menos asociados a un grupo tan selecto, como la mafia. No había error, era él ..mi cuerpo tembló. El hecho era que a partir de ese momento podría considerarme completamente libre, y no tenía más razón para seguirme escondiendo del mundo. Quien me ataba al miedo ya no estaba, y debía celebrarlo, sentirme feliz, pero no era así. Mientras tanto a kilómetros de distancia. —¿Cómo es posible que no saben quien carajo es esa maldita mujer? —rugí bajo un estado de ira incontenible. Enrico que estaba conmigo en el salón me miró. —Tengo entendido que el viejo mañoso no se llevaba bien ni siquiera con su hija. La chica tiene tiempo perdida. Nadie sabe a dónde se pudo haber ido. —Necesito que ubiquen una maldita fotografía de esa condenada mujer —exigí fastidiado—. Los de hacienda no me van a ganar. Ni ellos, ni esa chica me van a quitar lo que es mío. —Mañana será otro día, Davide. Yo mismo iré a esa casa a buscar un indicio —prometió Enrico. A la mañana siguiente. Apenas eran las cinco de la mañana cuando salí de mi habitación. No había logrado descansar en toda la noche. Cierto que solo eran bienes, una masa más de acciones, empresas, inmuebles, y las rutas del desgraciado. Yo tengo mucho de eso, pero por honor debía reclamar y hacerme reconocer como dueño de todo lo que el desgraciado de Nicola amasó en mis narices. Era una cuestión de honor. El apellido Cellini debía mantenerse en alto. —No sabía que teníamos reunión tan temprano —adujo Enrico al verme aparecer en el salón. —Yo mismo iré a esa casa a buscar una pista de esa condenada irresponsable —escupí y caminé hacia la salida. —Ah, me hubieras hablado más claro desde el principio —dijo Enrico y corrió al cuarto de control. Supuse para alertar a los hombres. En cuestión de minutos ya todos estaban organizados, salí con Enrico de copiloto en mi deportivo. Media hora después estábamos ingresando a la mansión Sforza, en las afueras de Milán. —¿Qui… quién es usted? —me preguntó una mujer de mediana edad que nos recibió apenas los hombres de Nicola me permitieron el acceso. No les quedó más opción, pues llegamos vistosamente armados. —El nuevo propietario del suelo que está pisando —respondí mientras caminaba alrededor del lujoso salón—. Por lo menos tenía buen gusto el maledetto —agregué admirando la decoración. —Se… señor, el señor Nicola dejó un testamento donde dejaba todos sus bienes, y no nombra a ningún hombre… Recuerdo que dejó todo a nombre de las niñas Alysel y Lily Sforza —me confesó la mujer con voz temblorosa. Algo en mi cuerpo tembló al saber que no era una sola maldita mujer de la que debía deshacerme, sino dos. —Precisamente usted me va a decir dónde están esos dos estorbos —le dije sin compasión en mi mirada ni el tono de mi voz. Me acerqué a la mujer mirándola con intimidación. Soy de poca paciencia y el pulso no es que sea cauto al momento de decidir disparar. Nunca me ha importado quien sea para dispararle si obstaculizaba mis intenciones. —Dígame dónde están —exigí amenazante. La mujer comenzó a temblar frente a mí. Sus ojos se abrieron como platos. Pasaron varios segundos y nada que abría la boca. —¿Me va a hacer dispararle? —pregunté con voz pausada, como si preguntar esto fuera lo más natural. Y lo era, en mi mundo hacer esa pregunta era tan básica como tomar agua, e incluso hasta no hacerla y actuar sin siquiera indagar, era lo más normal. Pero en ese momento, como no tenía la pista que necesitaba me tocaba ejercer autoridad. —La niña Alysel no está en casa… e…ella hace años no está aquí —dijo la mujer temblorosa. Caminé alrededor de ella, buscando un mínimo signo de que estuviera mintiéndome. —Y la otra ¿Supongo está durmiendo? —inquirí tranquilo y me encaminé hacia las escaleras que tenía al frente. —Señor, señor, por favor, no le vaya a hacer nada a la niña LIly… Si lo ve así se va a asustar —declaró la mujer corriendo detrás de mí. —Con mucha razón, deberá asustarse porque estará obligada a entregarme lo que es mío… No maté a ese maldito por nada —escupí y le hice seña a Enrico para que se encargara de la mujer. Abrí varias puertas y no conseguí a nadie, hasta que uno de mis hombres me llamó desde el tercer nivel. —Señor, aparentemente no hay nadie más a excepción de los empleados y esto… —señaló el interior de la habitación—. Véalo por usted mismo. Al entrar me encontré con una niña en el centro de una pequeña cama, cuya mata de cabellos color naranja, que escondia su pequeña carita, sus ojos verdes, llorosos y su nariz roja como signo de haber estado llorando, llamó mi atención. —Nadie me informó que aquí había una niña —grite enojado—. Que la callen o la saquen de aquí —ordené. Si había algo que me exasperaba era esto, el llanto de un niño, el de una mujer y que me nieguen lo que exijo. —Señor, yo la calmo —entró la mujer y cargó a la niña que pese a llorar desconsolada no dejaba de mirarme con esos enormes ojos verdes que parecían deslumbrar el día que ni siquiera un rayo de sol asomaba. —Búsqueme a la otra para acabar de una vez con esto —le ordené a la mujer. Sus ojos se humedecieron y apretó la niña a su pecho. No entendía porqué no me obedecía si sabía que estaba enojado y con un arma en la mano podría ser letal. Asesiné a su patrón, eso debía ser prueba suficiente para que terminara de hablar. —¡Hable, carajo! —exigí—. ¿Dónde está la otra? Su mandíbula tembló y apretó más a la niña a su pecho. —No, no señor. por favor, no le hagas nada —pedía la mujer suplicante y mientras más apretaba a la niña, ésta lloraba más duro. —Entonces, búsquela —pedí fingiendo pasividad—. Solo quiero hablar con ella. La mujer guardó silencio y aflojó su agarre de la niña y la puso frente a mi. —Ella es la niña Lily —me dijo, haciéndome sentir estúpido, burlado. Apunté mi arma a su sien. —No… no le miento —dijo el ama de llaves con voz temblorosa—. Ella es la niña Lily. —Me dijeron que el maledetto de Nicola tenía solo una hija y ahora ¿me va a decir que tenía dos y para colmo una tan pequeña? La mujer tembló. —No, señor, Lily era su nieta. La bebé es hija de la señorita Alysel. Cuando Visconti me dijo que usara mis métodos, di por sentado que solo era jalar el gatillo y ya. Ahora ¿Que carajo hago con una niña que parecía atravesarme con su mirada llorosa y curiosa? —¿Dónde está la otra? —grité histérico. —Nadie sabe. Ni siquiera el señor Nicola sabía a dónde se fue. —¿Me está queriendo decir que no hay quien me firme la transferencia de las propiedades? —Y creo que tampoco quien se encargue de la niña, jefe —escupió Enrico cerrando con broche de oro—. Me temo que la pequeña forma parte del paquete que por voluntad propia usted se auto heredó.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR