—Davide —me habló Enrico.
Estaba recién sentándome a desayunar mientras él y un grupo de mis hombres se dedicaban a hacer lo que les ordené desde ayer.
—¿Qué sucede?
—Debes enviar a Visconti, me encuentro en la empresa Eni Sforza —me informó.
—¿Qué puede ser tan difícil para llamar a ese amargado? —respondí con brusquedad.
—Es que el administrador encargado de la empresa dice que nadie puede tomar posesión de la empresa ni ningún bien sin antes haberse aperturado el testamento —me dijo Enrico y esto me enfureció.
En reacción, tiré el plato y todo lo que estaba sobre la mesa.
—¿Cuándo te has detenido por un maldito papel, Enrico? Saca a todo el mundo de ahí y después veremos —ordené caminando hacia mi habitación.
Colgué la llamada.
—Definitivamente tengo que ponerme al frente de todo, sino, no resuelven —escupí subiendo las escaleras de dos en dos.
Sin detenerme a pensar mucho, con las llaves de mi auto en la mano y mi arma, salí de la casa.
—Visconti —dije cuando escuché que el abogado contestó mi llamada—. Te veo en la empresa Eni Sforza en quince minutos.
No me importaba si él estuviera o no ocupado en otro asunto. Siempre que yo lo llame a él o a cualquiera de mí equipo, debían tenerme como prioridad.
Abordé mi deportivo Pagani gris, y sin pensarlo mucho, luego de ponerme los lentes de sol me embarqué en el tráfico de la autopista.
Siempre he odiado tener que hacer a un lado mis planes para atender cosas que bien podrían resolver mis hombres, pero como la incompetencia está a la orden del día, me tocaba presentarme y terminar de hacer entender quién es el que manda en esta ciudad.
—Buenos días, señores —dije cuando ingresé a la recepción de la empresa Eni Sforza.
—Señor —una rubia operada me abordó—. Disculpe, no puede ingresar.
La miré de arriba hacia abajo. Se veía apetecible. Aparte de tener buenos pechos, sus caderas se veían provocativas, un buen agarre en ese momento en el que uno se ve desbocado y necesita asirse de algo para no perderte cuando un cuerpo promete tanto como el de ella. Se sonrojó. Claro, y era de esperarlo. No disimulé el escaneo que mis ojos le dieron por encima de los lentes oscuros. Mis ojos y mi m*****o la aprobaron apenas terminé de detallarle hasta el esmalte de las uñas de sus pies, tenía sandalias. Algo tentador para un hombre como yo, activo y deseoso de un buen cuerpo.
Le guiñé un ojo y me dije que seguramente más adelante me atreva a probarla. Bueno, si decido conservarla entre mi personal.
—¿Quién va a impedir mi ingreso? —le pregunté en una actitud intimidante.
Sus labios temblaron antes de responder.
—Es que estamos esperando al abogado y a los de hacienda para resolver algo —dijo la rubia—. Vuelva luego… con… con gusto lo atenderé.
—Claro que me atenderás con gusto… pero, ahora —respondí demandante—. Soy el nuevo propietario de todo esto —le aclaré con toda la confianza que me da ser el responsable de haber sacado del camino a la escoria de Nicola.
—A… ay, señor, por favor, no me quiero meter en problemas —dijo nerviosa.
—Créeme que si no me dejas pasar, este sería el menos de tus problemas —le dije acercándome a su rostro—. ¿Dónde están?
Le pregunté refiriendome a Enrico y mis hombres.
—En el penthouse, señor.
No miré atrás y abordé el ascensor. A mi paso muchos me veían, pero como no soy de intimidarme con nada, proseguí a mi objetivo.
—¿Qué pasa aquí?
Apenas ingresé a la recepción de la presidencia, en el penthouse se me quedaron viendo… caras conocidas.
—Davide Cellini —dijo un hombre al fondo de la recepción.
—El mismo… Marco Nistico —respondí reconociendo ese rostro donde fuera que lo encontrara.
Marco era la mano derecha de Nicola. Un ser que a mi modo de ver debe morir. Saqué mi arma sin pensarlo mucho.
—No, por favor —gritó una mujer al fondo.
—Puedes matarme pero no lograrás comprender la magnitud del problema que te echas encima sin mi asesoría —respondió Marco con una tranquilidad que fastidiaba.
—No tengo nada que entender que pueda resolver por mi cuenta —le dije y sin pensarlo mucho disparé justo entre sus ojos.
Marco cayó de lado sobre la costosa alfombra, mientras la secretaria gritaba y lloraba.
—Tú —señalé a la mujer—. Deja el escándalo, aquí no ha pasado nada. Recojan la basura y limpien la pequeña mancha.
Caminé hasta donde estaba Enrico.
—Jaja, como siempre resolviendo a tu manera, Davide —comentó Enrico—. No dejaste que el hombre terminara de contarme el drama de la vida de los Sforza… que por cierto, ahora parece tu drama.
Lo miré serio, no estaba para juegos.
—No tengo tiempo qué perder. Ahora resuelve el resto. Ya te quité la basura del camino, por ahí viene Visconti —le dije mientras guardaba mi arma en la solapa de mi chaqueta—. Espero que con esto quede todo resuelto.
Me di la vuelta para abandonar el lugar.
—Te sugiero pasearte por la pequeña casita de Sforza —me dijo Enrico con cierto dejo de sorna en el tono de su voz.
—No tengo tiempo, hazlo tú apenas salgas de aquí, vas y resuelves todo; incluso, resuelve el tema del personal, quien esté de mi lado se queda, el que no que se vaya, y si se ponen quisquillosos, ya sabes. Aplica la inyección letal —le dije y avancé hacía el ascensor.
Decidí no seguir escuchándolo. Esos temas burocráticos no son lo mío, por eso siempre dejo todo en manos de Enrico, Visconti y el resto de mis hombres.
Me fui a la casa de mi madre, donde ya me esperaba Danna, mi hermana menor.
—A buena hora llegas, Davide —Su tono de voz no era de emoción por verme—. ¿Qué carajo te crees para hacerme esperar? —reclamó la niñata.
—Según mis cálculos ya te están quedando tres dientes menos, y si sigues así ya tendré que mandarte a hacer toda la dentadura —le dije mirándola con desaprobación.
Me torció los ojos en respuesta.
—No voy a tolerar que me trates como a una de tus empleadas. me pediste que te apoyara en esa estupidez y aquí me tienes esperando.
—Te aguantas —respondí mientras caminaba a saludar a mi madre.
Me incliné y le di un beso en la frente.
—Ciao, Mamma
—Figlio, a buena hora llegaste —me saludó mi madre—. Le iba a dar algo a esa niña.
Tomé asiento frente a mi madre y giré a ver a Danna. Si no fuera porque es la menor de mi sangre ya la hubiera nalgueado, es demasiado malcriada, pero no la culpo, soy parte responsable de su carácter caprichoso.
—Figlio, Donato me dijo que asesinaron a Nicola, ¿Qué sabes de eso?
No le respondí, no era necesario. Así mintiera, ella iba a sacar sus conclusiones. Si algo ha tenido mi madre es ese sexto sentido que nunca le falla.
—Ya sabía que tenías las manos metidas en esto —me dijo en su acostumbrado tono de voz pasivo—. Ahora ¿qué vas a hacer?
—Creo que la pregunta sobra, Mamma —le dije en tranquilidad—. Hacerme del territorio que desde siempre fue nuestro.
El ama de llaves se acercó a servirme café. Lo tomé.
—¿Ya terminaste de contar tus grandes hazañas o el señor quiere que pierda más tiempo esperándolo? —preguntó Danna con sarcasmo.
Justo en ese instante entró una llamada a mi teléfono, era Visconti.
—Davide, el ministro de hacienda dice que no te puede apoyar esta vez. Tienes que irte por lo legal si quieres tomar posesión de todo lo que era de Nicola —soltó Visconti sin darme tiempo a decir nada.
—¿Qué rayos dices? —cuestioné enojado—. Nicola no tenía a nadie y para que los malditos de hacienda se agarren esos bienes, los tomaré yo a la fuerza. Así me case otra guerra más, lo tomaré.
—No hay necesidad de eso, solo tienes que convencer al ama de llaves de su mansión para que te diga dónde está su figlia —me dijo en tranquilidad—. Solo tienes que presionar a la chica, es una mujer, no creo que resista a tus métodos y te firme la transferencia de la propiedad de todo.
Lo que me faltaba, ahora me toca disputarme lo que tanto trabajo me costó con una maldita mujer.
—No es nada difícil para ti —aseguró Visconti.
Al fondo escuché la voz de Danna.
—Me voy, ya veo que solo me hacen perder el tiempo. Iré a la Universidad Mamma —dijo sin mirarme—. A mí, no me llames más.