—No, no, déjame —grité sin fuerzas, mientras intentaba forcejear con el hombre que tenía encima.
De pronto dejé de sentir el peso sobre mí y luego escuché a mi alrededor un alboroto.
Al poco rato alguien me cargó.
—Te dejo sola un rato y mira lo que pasa —la voz de Ian me sorprendió—. Déjame abrocharte el cinturón.
En realidad lo escuché pero no le prestaba mucha atención. No era consciente de mí ni de lo que me rodeaba.
—¿Te sientes bien? —me preguntó apenas tomó su lugar frente al volante.
Apenas había caído en cuenta que ya no estaba en el bar, ni en el callejón donde ví que me guió el estúpido. Estábamos en el auto de Ian.
Todo me daba vueltas. Recorrimos unos kilómetros y él se estacionó al verme realmente mal.
—A ver, salgamos un rato para que tomes aire.
Le hice caso y apoyada en él nos paramos frente al capó de su auto y esperamos a que se me pasara un poco el efecto de todo lo que ingerí. Volví el estómago dos veces, y solo pasada una hora fue que consideré que ya no haría un desastre en el interior de su auto.
—Gracias, Ian —le dije cuando volvimos a abordar el auto—. Si no hubieses llegado a tiempo…
—Estarían muertos todos —respondió Ian interrumpiéndome—. Jamás dejaría que te pase nada en mi presencia —acarició mi rostro y sonrió—. Vamos a dejarte en tu depa y luego iré a casa. Mañana tengo una reunión a primera hora.
Ian es un sol en medio de la oscuridad que es mi vida. Siempre vive al pendiente de mí.
—Te llevaría a mi casa pero ya conozco las reglas… —hizo una pausa—, entre amigos mejor no tentar a la suerte, y la mía contigo pende de un hilo —agregó dejando claro, una vez más, que no es inmune a los encantos que todos dicen tengo.
En cuestión de minutos ya estábamos en la entrada del edificio. Todo estaba callado, y era de esperarlo, eran las tres de la madrugada.
—Puedo subir… sola —le dije cuando vi que pretendía subir conmigo—. Segura —agregué al ver la incredulidad en su rostro.
No me detuve a despedirme como era lo correcto. No tenía fuerzas, pero fingí tenerla para no hacerlo acompañarme. Ya mucho había hecho para acompañarme esa noche. O fui yo la que lo acompañé a él y terminé en este deplorable estado.
«Ni cómo buena compañía sirvo», pensé mientras caminaba dando traspiés.
¿Cómo llegué al departamento y cómo le hice para no despertar a Lara? No sé. El hecho es que me quedé dormida en la orilla de mi cama, con la ropa puesta y el bolso colgado en mi hombro.
—Aly, despierta —escuché una voz que me llamaba.
Siento que sacuden mi cuerpo, pero estaba tan pesado que no podía abrir los ojos ni levantar la mano.
—¡Por Dios! ¿Qué tanta mierda te metiste anoche? —reclamó Lara—. Te dejé solamente unas cuantas pocas horas sola y mira como te trajo el maldito de Ian.
Lara es mi amiga y compañera de departamento.
—Déjame dormir, hoy no iré a ningún lado —respondí obnubilada.
De repente me sentí como en el aire.
—Para nada, tu vas a ir a la primera hora de clase y luego irás a tu turno en la tienda —me respondió en un tono de voz autoritario.
Para cuando fui consciente de mí misma estaba bajo las cascadas del Niágara, o esa fue la sensación que me dio la fuerza del agua al salir de la ducha cuando Lara sin avisarme la dejó caer sobre mi rostro.
Porque sí, se había decidido a terminar de despertarme. Y mira la forma en la que lo hizo. Aunque no quisiera despertarme, me tocaba.
—Glup… glup… —balcubeé al sentir que me ahogaba—. Apa… apaga eso —pedí desesperada.
—Nada de eso, ahora termínate de quitar esos trapos y luego te das una buena lavada de dientes —me dijo con expresión de asco—. ¡Qué asquerosidad llevas en la boca! Te tomaste todo el bar e inhalaste todo lo que se te atravesó en el camino, ¡salen dragones de ese aliento horrendo!
No le dije nada, porque ya estando más despierta y con la mente más clara, acepté que así había sido. Siempre me pasaba. La depresión me ganaba, y la noche anterior me ganó. Tomé hasta cansarme e inhalé todo lo que me ofrecieron. Ni recuerdo cómo llegué aquí.
«Maldita vida», pensé mientras le hacía seña para que saliera y me dejara sola.
—¿No me digas que también te vas a quedar a ver como lavo mis partes? —le digo con ira, no hacía ella, sino por la mierda de vida que llevo.
Hace gestos de desaprobación.
—Para nada, pero contigo últimamente hay que andar como si estuviera frente a una niña —reclamó—. No haces sino cagar la jaula a cada tanto tiempo, Aly. ¡Qué mierda contigo!
No le respondí, la dejé desahogarse. Lara, después de Ian, es la única persona que en mi maldita existencia me ha soportado.
Como pude me duché, lavé frenéticamente mi larga cabellera y mi cuerpo.
Como si con eso fuera a borrar toda la mierda que hice y me metí anoche.
Con suerte Ian es el único hombre que me respeta y no dejó que terminara de piernas abiertas en alguna escalera con cualquier imbécil de esos que se me acercan y yo deprimida, en mi debilidad emocional me dejaría llevar.
No quiero nada de esto, mi vida es miserable, pero tampoco tenía fuerzas para tomar la decisión de aventarme por el maldito puente que cruzaba eventualemente para ir a mi trabajo.
Tan fácil que sería acabar con este sufrimiento.
Pero soy cobarde. Con carácter para algunas cosas, y débil ante lo importante. Las decisiones importantes me asustan.
Sumergida en mis pensamientos, me sobresalté cuando escuché tres golpes secos en la puerta.
—Sales o entro y te saco —me dijo Lara con voz amenazante—. Ya estamos sobre la hora, y no pienso llegar tarde por tu culpa… —hizo una pausa—. Ah, y tampoco sueñes con que te voy a dejar aquí.
Al sentir que mis sienes comenzaron a punzar de dolor, apagué la ducha y salí, enrollé mi cuerpo y me dediqué a limpiar mis dientes. En esta oportunidad me gaste una buena porción de enjuague bucal. La verdad, apestaba.
—De verdad debes quererme mucho para soportarme —susurré mirando mi reflejo en el espejo como si le hablara a Lara.
Diez minutos después estaba frente a la cafetera, me serví una buena porción de café y me lo tomé así sin azúcar. Necesitaba algo que me desperezara del sueño y la resaca tremenda que cargaba.
—¡Hasta que al fin! Ven, toma asiento —me dijo y giré a verla.
En su mano tenía el estuche de maquillaje.
—¿Qué carajo piensas hacer? —reclamé.
—Un milagro, por lo visto —respondió con brusquedad al ver mi rostro.
Sí, no estoy en mis mejores fachas. Sé que anoche acabé con mi semblante. Me veo destruida. Pero por dentro estoy peor. Hace tres años perdí la única vida que tuve. Hacé tres años vivo sin tener una vida.
Me bastaron solamente nueve meses y un par de días para vivir en el cielo. Después de eso comencé a conocer lo que era vivir en el verdadero infierno.
—No sé cómo le vas a hacer, Aly, pero debes buscar la manera de salir de esa mierda —continuó Lara sermoneándome—. Si sigues como vas, no llegarás ni al final del semestre, que digo el semestre, no matricularás para el próximo año.
«Sí supiera que eso es lo que más deseo. No quiero seguir sufriendo las miserias de mi vida», le respondí en la mente.
—No sé porque pierdes tu tiempo si sabes que al llegar a cualquier lado me lavaré el rostro —me quejé al ver que sacaba una base.
—Ni se te ocurra hacerlo; por lo menos, no mientras yo esté en la Universidad, y como nos toca ver las tres materias juntas, te aguantas.
No le respondí porque no tenía caso hacerlo, siempre me llevaba la contraria, y más en estas situaciones. No tenía mayor argumento para contradecir sus palabras.
Como siempre: Lara tenía razón, solo que yo no iba a cambiar. Mi vida ya estaba destruida.
¿Para qué cambiar?
Ni sé cómo estoy estudiando. La verdad considero que es una pérdida de tiempo para quien no tiene ilusión en la vida, pero ella siempre dice que soy inteligente.
¿Inteligente yo?
Lo que soy es una escoria de ser humano. Si hubiera tenido inteligencia, hace tres años me hubiese enfrentado a ese maldito viejo.
Ese que conocí como mi padre. El que me arrebató la vida, las ganas de seguir viviendo, el que me arrastró al mundo que poco a poco está acabando conmigo y del que ahora no sé cómo salir.
Sí, soy adicta… y alcohólica.
Así de miserable es mi vida que caí en los dos peores vicios en los que puede caer una mujer. Mi debilidad mental no me dio para más, sino que buscar un escape fácil. Lo encontré en las calles.
Mi medio de escape a tanta soledad, fue ese, y desde entonces no encuentro satisfacción en nada más que en esos dos grandes destructores de vida. Soy consciente de ello, pero no puedo dejarlos, no tengo fuerza de voluntad.
—Vamos, después hablamos de este cuadro tan patético que ahora me toca ver por lo menos tres veces a la semana —reclamó Lara dejando el estuche sobre la mesa y mostrándome la puerta.
Salí sin protestar y dejé que el aire frío de la mañana me recibiera y refrescara mi rostro caliente de tristeza y vergüenza, no conmigo, sino con Lara.
Abordé su auto y sentada en el lado del copiloto, me dediqué a ver por la ventana mientras avanzábamos por las avenidas de la ciudad.
—No imaginas cuánto quisiera ayudarte, pero si no te decides a contarme qué te llevó a esta mierda no sabré por donde comenzar —me dijo Lara
Mi corazón se encogió. No he tenido fuerzas para contarle a ella ni a nadie lo que me sucedió. Pienso que es mejor así. Hablar de mi pasado es remover heridas que no han sanado y la lastima no me va muy bien, prefiero que me siga considerando una mierda. Por que eso soy, una simple y vulgar mierda que vino a ocupar un espacio en esta vida que bien pudo haber ocupado otro ser con propósitos.
Desde que perdí a las dos únicas personas más importantes de mi vida, no tengo nada bueno por lo que luchar.