EL VENENO DULCE

1197 Palabras
**JULIAN** El silencio de mi oficina es un arma de doble filo. Aquí, rodeado de cristales que dominan la ciudad y de informes que deberían absorber mi atención, lo único que me persigue es un recuerdo que no consigo enterrar. Hace dos meses, en un club de Manhattan, la conocí. Elara. Una mujer que parecía salida del caos mismo: ojos eléctricos, sonrisa insolente, un desafío en cada movimiento. No sabía quién era, y quizá por eso me permití lo que nunca me habría permitido con nadie más. Me acerqué, la provoqué y terminé cruzando una línea que ahora me quema cada vez que cierro los ojos. Si hubiera sabido entonces que era la hermana menor de Waldina, mi prometida, jamás habría dejado que la noche se convirtiera en lo que fue. Jamás. Pero la ignorancia me dio licencia, y el deseo me arrastró. Ahora, esa misma mujer que me desarmó en un club aparece en mi empresa, contratada bajo un contrato que yo mismo firmé, seduciéndome con cada palabra, con cada gesto. La ironía es cruel: yo, que construí un imperio sobre el control absoluto, me encuentro atrapado en un juego que no puedo ganar. Porque ahora sé la verdad. Sé que Elara no es solo la hacker brillante que contraté, ni la rebelde que me desafía en cada mirada. Es mi cuñada. La hermana de la mujer con la que se supone debo casarme y con la que yo convivo. Y mientras repaso cifras y estrategias, lo único que me pregunto es en qué momento exacto crucé esa línea. ¿Fue el primer beso en la penumbra del club? ¿Fue cuando la llevé a mi habitación sin sospechar nada? ¿O fue cuando decidí que el caos que ella representaba era más atractivo que cualquier orden que yo pudiera imponer? Ahora, cada vez que visito a mis suegros, ruego a los cielos que ella no esté presente, pero el karma es cruel. El reloj marca las horas, pero yo sigo atrapado en ese instante. Elara está aquí, en mis pasillos, en mis sistemas, en mi vida. Y yo, sentado en esta oficina, sé que el verdadero enemigo no es Kovač ni el sabotaje externo. El verdadero enemigo soy yo mismo… y el recuerdo de aquella noche que nunca debió existir. El silencio de mi oficina se quebró con el sonido suave de la puerta al abrirse. —Mi amor —dijo Waldina, entrando con esa calma que siempre parecía ordenar el caos. Su voz me arrancó de mis pensamientos, de la maraña de recuerdos que me ataban a Elara. —¿Qué pasa? —pregunté, fingiendo naturalidad mientras cerraba el informe que no había leído en absoluto. Ella avanzó con una sonrisa tranquila, sosteniendo la memoria USB que yo había dejado sobre el escritorio. —El hacker que contrataste es magnífico —comentó con satisfacción—. Liberó los archivos y todo está en orden otra vez. Sentí un nudo en la garganta. El mérito no era de un desconocido, sino de su propia hermana. Elara. La mujer que me había desarmado en un club dos meses atrás, la misma que ahora se infiltraba en mi empresa y en mi vida. —Me alegra —respondí, con una voz grave que intentaba sonar convincente. Waldina se sentó frente a mí, cruzando las piernas con elegancia. Me miró con esa serenidad que siempre me había parecido un refugio. —Deberías darme su contacto —dijo con naturalidad—. Nunca se sabe cuándo podría necesitar ayuda otra vez. El corazón me golpeó con fuerza. Si supiera la verdad… si supiera que la persona que había salvado sus archivos era la misma que me había besado con furia, la misma que me había arrastrado al borde de perderlo todo… No. No podía permitirlo. —Esa persona no es del país —mentí, con un tono firme, casi frío. Bajé la mirada hacia los papeles para evitar que ella leyera en mis ojos la verdad. Waldina asintió, sin sospechar nada. —Una lástima. Pero al menos sé que puedo contar contigo para resolverlo —dijo, levantándose para dejar un beso ligero en mi mejilla. Su gesto fue dulce, pero me atravesó como un cuchillo. El perfume de mi prometida se mezcló con el recuerdo del aroma especiado de su hermana, y la contradicción me quemó por dentro. Cuando la puerta volvió a cerrarse, me quedé solo otra vez. El aire de la oficina parecía más pesado, cargado de secretos. Me pasé una mano por el rostro, intentando borrar la tensión. Había mentido. Había ocultado la verdad. Y lo peor era que no lo hacía por proteger a Waldina… sino por proteger a Elara. Salí de mi oficina con el paso firme, aunque por dentro llevaba un torbellino de pensamientos. Me habían informado que un cliente me esperaba en uno de los penthouses que mi empresa tenía en venta. No era extraño: además de inversiones y tecnología, Thorne Global Holdings también se dedicaba al negocio inmobiliario de lujo. Pero esta vez había un detalle que me obligaba a ir en persona: el comprador era un viejo amigo mío. El ascensor privado descendió con suavidad, y mientras me ajustaba la corbata, repasaba mentalmente lo que iba a decir. Con los amigos, las negociaciones siempre eran más delicadas; había que mantener el equilibrio entre la confianza personal y la seriedad empresarial. Al llegar al penthouse, el portero me abrió la puerta y me recibió con una sonrisa. El espacio estaba impecable: mármol, ventanales infinitos, la ciudad desplegada como un océano de luces. Mi amigo me esperaba junto a la mesa de cristal, pero no estaba solo. Cuando giré la mirada hacia la compañía que lo acompañaba, el aire se me cortó. Elara. Ella estaba allí, con esa postura insolente que parecía apropiarse del lugar. Vestía con elegancia, pero sus ojos azules brillaban con la misma chispa rebelde que me había desarmado tantas veces. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente: un nudo en el estómago, un calor incómodo en la nuca. —Julian —saludó mi amigo con entusiasmo—. Te presento a mi acompañante. Elara sonrió, apenas, como si disfrutara del golpe que me estaba dando. —Encantada de coincidir de nuevo, señor Thorne —dijo, con un tono cargado de ironía que solo yo podía descifrar. Me incomodé. El traje me pesaba, la corbata me apretaba más de lo normal. Dos meses atrás, jamás habría imaginado que la mujer que conocí en un club, con la que crucé una línea que nunca debí cruzar, aparecería como la acompañante de un amigo que ahora es un cliente… y peor aún, como la hermana menor de mi prometida. Intenté mantener la compostura, pero cada palabra que pronunciaba se sentía como caminar sobre vidrio. Elara estaba allí, infiltrada en mi mundo, y yo no podía revelar nada. Ni a mi amigo ni a Waldina. Mientras mi amigo recorría el penthouse acompañado por el encargado de bienes raíces, yo apenas podía concentrarme en las explicaciones sobre los acabados de mármol y las vistas panorámicas. Mi atención estaba clavada en ella. Elara. Su presencia era un veneno dulce que me corroía por dentro.
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