Prefacio: El hilo de los traidores
Desconocido…
El dolor era insoportable. Mi rostro se quemaba y el ácido se escurría a mi cuello; podía sentir mis labios despegarse y no podía parar de gritar; me revolcaba en la inmundicia de aquel costado en el que me dejaron y apenas conseguí tomar mi teléfono y marcar un número.
Demonios, maldición… Lo sabía ¡Lo sabía, maldita sea! ¡Sabía que esto iba a pasar! Pero… ¿por qué? ¿Qué hice para merecer esto?
El dolor entró tan profundo que me volví incapaz de mantener la consciencia, y mi mundo se hizo n***o.
«¿Estoy muriendo?», me pregunté, como si no fuese la tontería más obvia sobre la faz de mi mundo ahora mismo, y me desahogué en la nada.
• • •
Después de eso la historia se hizo simple: la policía encontró mi cuerpo a la mitad del camino entre la maleza y la basura; mi rostro era irreconocible, y el ácido quemó mi pecho y manos; sin embargo, una prueba de ADN fue suficiente para anunciarle al mundo algo simple: Blake Maier había muerto, y la pregunta nació en los programas de chismes y las tertulias nocturnas.
«¿Quién se quedaría con el dinero? ¿Quién manejaría la empresa?»
Porque, claro, manejaba una corporación multinacional y grandes sumas de dinero, propiedades y acciones.
Después de un precioso funeral, Logan, mi abogado de confianza, los llevó a mi mansión y se dispuso la apertura del testamento.
Todos estaban ansiosos, en especial mis padres, hermano y viuda, a quien amaba con toda mi alma. De seguro ansiaban saber en manos de quién terminaría todo lo que junté con esfuerzo…
Sin embargo, aunque esté muerto y penando en el purgatorio, ¿creen que les dejaré las cosas fáciles? No señor.
Lo que se hace en este mundo, se paga en este mundo y, aunque yo no pueda verlo o vivirlo… vendrá alguien y les dará una lección a todos los malditos que me hicieron esto.