Capítulo: Una noche por dinero

974 Palabras
Cassie no durmió aquella noche. El peso de sus pensamientos la mantenía despierta, y cada vez que cerraba los ojos, una angustia sofocante le arrancaba el aire. Su corazón estaba destrozado, y las imágenes de lo que tendría que hacer se repetían como una pesadilla interminable. La idea de vender su cuerpo para salvar a su padre la desmoronaba. Era un sacrificio que la quemaba por dentro, pero la alternativa de verlo morir era aún más insoportable. Con los primeros rayos del amanecer, se levantó tambaleándose de la cama. Se acercó al espejo y sus ojos se clavaron en la peluca rojiza, símbolo de Rosa Venus, el nombre con el que se escondía cada noche. Sus manos temblaban al tocarla. Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro, como si al mirarla entendiera que no había escapatoria. «Lo haré», pensó con un nudo en la garganta. «Pero esta será la última vez que seré Rosa Venus». Con determinación fingida, salió de su habitación. El aroma a café y pan recién tostado inundaba la cocina, pero para Cassie no tenía significado. Su tía estaba allí, preparando el desayuno como si aquel fuera un día cualquiera. —Lo haré, tía —dijo con voz apagada—, pero después de esta noche, Rosa Venus habrá muerto para siempre. Su tía giró hacia ella con una sonrisa triunfante. Sin aviso, la abrazó con fuerza, como si la felicitara por algo grandioso. —¡Cariño, eres un ángel! —exclamó, sus palabras cargadas de una ironía que Cassie no percibió—. Tu padre tiene suerte de tener una hija que da todo por él… incluso su cuerpo. Si Cassie hubiera notado la malicia en esa sonrisa, quizá habría reaccionado, pero en su desesperación, no lo hizo. En silencio, dio media vuelta y regresó a su alcoba. El cansancio de una noche en vela la consumía, pero sabía que esa noche sería la más larga y dolorosa de su vida. *** Por la noche. El aire dentro de la casa era denso, casi insoportable. Cassie caminó lentamente hasta la habitación de su padre. Lo encontró dormido, sus mejillas pálidas y hundidas hablaban de su deterioro. Se arrodilló a su lado, tomando su mano con cuidado, temiendo despertarlo. —Todo va a estar bien, papá —murmuró mientras una lágrima silenciosa caía por su mejilla—. Pronto estarás sano otra vez. Depositó un beso suave en su frente y se incorporó, esforzándose por mantener la compostura. Cuando salió de la habitación, su tía la esperaba en el pasillo. —¿Estás lista, niña? —preguntó, con la misma sonrisa ladina que había mostrado esa mañana. Cassie asintió con un movimiento lento y resignado. En ese instante, su prima Vania apareció, con ojos expectantes. —¿Puedo ir con ustedes? —preguntó con emoción. —El bar no es lugar para una mujer decente —respondió su madre, sin perder la oportunidad de lanzar un comentario hiriente—. ¿Verdad, Cassie? Cassie tragó saliva, pero no dijo nada. Su prima, sin embargo, se limitó a sonreír con satisfacción. *** En el bar. La música sensual llenaba el aire, mezclándose con el humo y las risas burdas de los clientes. Cassie, ahora Rosa Venus, se preparó para salir al escenario. Caminó hacia las luces, sintiéndose como un robot. Su mente se había desconectado, y cada movimiento en su baile era automático, vacío. Las miradas lascivas y los gritos no lograban penetrar la barrera que había levantado para protegerse. Pero esa noche no era como las demás. Era la última. La peor. Cuando terminó, salió del escenario sin mirar atrás. En el camerino, su tía ya la esperaba, radiante de satisfacción. —Muy bien, cariño. El chofer te está esperando afuera. Él te llevará a donde… bueno, ya sabes. El corazón de Cassie se detuvo por un segundo. Tragó saliva y bajó la mirada. —¿Ya te pagaron, tía? —preguntó con un hilo de voz. Su tía sonrió, complacida, y asintió. Cassie tomó un abrigo largo para cubrirse. Salió a toda prisa, con el alma rota en pedazos. Afuera, un auto n***o la esperaba. Subió sin decir palabra. *** El trayecto fue silencioso. El chofer no habló, y Cassie se limitó a mirar por la ventana, deseando que aquel momento no fuera real. Cuando el auto se detuvo frente a un lujoso edificio, sintió que su cuerpo entero se tensaba. El hombre le entregó una tarjeta. —Es el departamento número setenta y siete. Cassie bajó del auto con pasos vacilantes. Su respiración era errática, y su pecho parecía a punto de estallar. Subió al piso indicado y se detuvo frente a la puerta. Insertó la tarjeta en la cerradura electrónica y entró. El lugar era elegante, demasiado para lo que había imaginado. Cerró la puerta detrás de ella y, mientras daba un paso más, una voz masculina resonó en el espacio. —Sabía que volveríamos a vernos. Cassie sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Giró lentamente, y ahí estaba él. Un hombre alto, vestido impecablemente, con un antifaz blanco y n***o que cubría parte de su rostro. —¿Tú? —exclamó con un grito ahogado. Era el mismo hombre que la había salvado aquella vez en el bar. El hombre avanzó hacia ella, su presencia imponente. —Rosa Venus —su voz resonó en el aire, grave y penetrante—. ¿Realmente estás dispuesta a entregarte a mí por dinero? Las palabras le cayeron como puñales en el corazón. Cassie se enderezó para no mostrar su vulnerabilidad. —Sí —respondió, con la mayor firmeza que pudo reunir. El hombre se acercó más, y un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando sintió el roce de sus manos. Sin previo aviso, la levantó en sus brazos, llevándola con una fuerza que no pudo resistir.
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