Capítulo: No enciendas la luz

643 Palabras
El hombre la llevó con cuidado hasta la cama, como si cada paso fuera un ritual medido. Depositó a Rosa Venus lentamente sobre las sábanas de satén. Por un instante, el peso de su cuerpo le pareció un ancla que la hundía en un abismo del que no podía escapar. Temblaba. Él lo notó, pero no dijo nada. Sus ojos se fijaron en ella, explorando sus dudas, como si pudiera leer cada pensamiento que la atravesaba. Cassie, atrapada entre el miedo y la necesidad, se debatía internamente. Quería correr, gritar, pero el rostro de su padre y el dinero entregado la encadenaban. Si no cumplía, ¿Qué haría este hombre? ¿A qué era capaz de llegar alguien como él? Él comenzó a despojarse del saco y la camisa con movimientos deliberadamente lentos. Su torso desnudo se reveló ante ella: fuerte, marcado, intimidante. Ella tragó saliva y desvió la mirada, como si eso pudiera protegerla de lo que estaba por venir. Cuando él se acercó, la sombra de su figura parecía envolverla. Como un depredador a punto de capturar a su presa. Ella instintivamente retrocedió sobre la cama, empujando su cuerpo hacia atrás, pero sus tobillos fueron atrapados con una fuerza que la hizo temblar. Era inútil resistirse. Él se inclinó hacia ella e intentó quitarle la máscara. —¡No! —exclamó ella, sujetándola con ambas manos—. No quiero que veas mi rostro... ¡No tienes ese derecho! La intensidad en la voz de Rosa Venus lo detuvo. Sus miradas se encontraron, y ella vio claramente el azul profundo de esos ojos que brillaban en la penumbra, cargados de deseo y algo más que no supo identificar. Finalmente, asintió lentamente, resignándose. —¿Tienes otra orden? —añadió en un murmullo—. La luz... por favor, apaga la luz. No quiero verte... ni que me veas. Él obedeció sin decir palabra. En cuanto la habitación quedó envuelta en oscuridad, todo se volvió un juego de sombras. La silueta del hombre se movió hacia ella con una certeza que la paralizó. Ahora, todo lo que podía distinguir era su figura, acercándose como un fantasma, como una amenaza ineludible. Cuando él estuvo lo suficientemente cerca, su aliento cálido rozó su piel. Cassie quiso cerrar los ojos y desaparecer. Pero no pudo. Sintió sus manos envolviéndola, su boca, reclamando la suya con una firmeza que no dejó lugar a dudas. Sujetó su máscara con fuerza, su único refugio. Sin embargo, su resistencia se desmoronó poco a poco con cada caricia, con cada beso. Intentó ahogar el placer que lentamente sustituía al miedo y al dolor, pero su cuerpo la traicionó. La oscuridad se volvió cómplice de una noche que nunca quería volver a recordar. *** A la mañana siguiente. Cassie despertó con el cuerpo pesado, la mente confusa y una sensación de vacío en el pecho. A su lado, el hombre dormía. Estaba girado de espaldas, envuelto en las mantas, su rostro oculto. Por un momento, quiso acercarse, despertarlo, decirle que se iba, pero la realidad la golpeó con fuerza. Lo recordó todo: sus manos, sus caricias, cómo la máscara había desaparecido en algún punto de la noche. Ahora estaba vulnerable, expuesta, y la vergüenza le quemaba la piel. No quería verlo otra vez. Nunca más, solo quería olvidar todo, como si eso nunca hubiese ocurrido. Con cuidado, se vistió, moviéndose como una sombra para no despertarlo. Antes de abrir la puerta, e irse, se detuvo un instante. Algo en su interior le pedía que debía mirar hacia atrás. Lo hizo, pero lo único que encontró fue más incertidumbre. Nunca sabría quién era el hombre misterioso, y eso ya no importaba, porque tampoco quería saberlo. Salió sin hacer ruido, sin volver la vista atrás. Mientras caminaba por los pasillos del hotel, susurró para sí misma: —Por favor... nunca volvamos a encontrarnos.
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