CAPITULO 16

468 Palabras
Como pude me postré de rodillas, el tiempo se acababa y sabía que mi cuerpo no resistiría más. ¡Gabi!, ¡Gabi! ¿Dónde estás hija mía? Dios del cielo si estás ahí, escúchame por favor, no permitas que muera sin saber que mi niña está bien. –inundé de lágrimas mi rostro, mi espíritu se quebró y la voz apenas me salía -No creo que esta sea tu voluntad, te pido perdón por todos mis pecados, te suplico ¡Oh Señor! que me ayudes, no dejes que las fuerzas me abandonen, lléname de tu Espíritu Santo mi amado Salvador. Conocí al Señor cuando tenía 12 años, viví conforme a sus preceptos durante un largo tiempo, luego un día cualquiera me alejé, a los 17 años no conseguí algo que mi corazón anhelaba y lo culpé. Ahí hundida en ese hueco me arrepentí de haberlo hecho, mi vida sin él no tenía sentido. -Sé que me aparte de ti hace mucho, tal vez sea lo que merezco, pero tú eres misericordioso. -Un viento suave me tocó, caí boca abajo y me golpeé con el piso, no podía más. Lloré incontrolablemente mientras oraba, su presencia estaba conmigo en esa habitación, podía sentirlo, si moría tendría la certeza que Gabi estaría bajo su manto de protección. Pedí sin cansarme que nunca permitiera que mi hija cayera en las manos de Daniel y su familia. Me fui desvaneciendo, la paz y la tranquilidad que sentía era maravillosa, me volví a Dios y él me escuchó. Era el último suspiro que me quedaba, me iba en paz con el Señor y con el mundo, deseché el dolor, la rabia y el odio que mi corazón albergaba. El crujir de la puerta me espantó, mire al frente y ahí estaba Daniel gritando, el mismo aire suave que me acariciaba, con furor increíble cerró la puerta. El portazo fue ensordecedor para Daniel, con locura se apresuró a abrirla, agarró la manilla y se apoyaba en sus piernas en un fallido intento de salir. No entendía lo que pasaba, aún muerta su maldad me perseguía, pero era demasiado real e intuí que seguía viva, sin fuerzas levanté la cabeza como pude, lo vi venir a mi encuentro, el miedo ya no era parte de mí. Quedé inmóvil observándolo cuando de pronto cayó al lado contrario de la habitación, se golpeó abruptamente con la pared. -¡Dejadme! gritaba, ¿quiénes son ustedes?, ¿cómo entraron? ¡No, no, no me toquen! Lloraba como un niño aterrado, se daba golpes contra la cabeza y tapaba sus ojos al mirarme -No comprendí que sucedía, mi mente no daba para razonar tampoco. Vi una luz a lo lejos, levanté la mano derecha y sentí como mi espíritu dejaba el cuerpo. Es hermosa pensé, ¿eres tu Dios?, pronuncié.
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