4. Cielo nublado.
Cielo ignora sus palabras, como hace con todo lo que le desagrada, como hace cuando doña Luz le dice que debe estudiar si quiere tener un futuro mejor, como cuando en el colegio de señoritas La Paz, las chicas hablan a su espalda y dicen que no pertenece. Cielo se empeña en pasar por alto todas esas palabras, y siempre busca la manera de devolver el golpe.
—¿Y ese vestido de nena de diez? —señala con la única intención de lastimarla.
—No es un vestido infantil.
Cielo blanquea los ojos al ver que no lo ha conseguido.
—¿Eres retrasada mental o algo así?
—No, ¿por qué lo dices? —pregunta con verdadera curiosidad, lo que Cielo solo pasa por alto con una mueca de hastío.
—Olvídalo, ¡Ash! Por dios… —suelta llena de aburrimiento.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué te ves como si… ?
—¿Cómo qué?
—Mmm —balbucea —. Como si estuvieras estreñida.
—No lo estoy, no trates de ofenderme.
—No es lo que quiero hacer, solo que te ves… algo así.
—Lo que pasa es que estoy aburrida.
—Me pasa lo mismo… —suelta Dulce mirando hacia el cielo —. Es sábado.
—¿Qué pasa con que sea Sábado?
—Los sábados mi papá me lleva al cine o circo, o lo que haya… —suspira —, pero hoy parece que no tengo suerte.
—¿Por qué no sales sola y ya? No pareces ser muy niña como para poder hacerlo, ¿o sí?
—¿Salir yo sola? Imposible.
—¿Por qué no? Yo salgo sola desde que tenía diez…
—No puedo salir.
Dulce mira hacia la puerta de calle con terror, pero Cielo no llega a verla. En ese momento doña Luz se les acerca.
—Mi niña, hace mucho frío —le dice a Dulce—. Vuelva a su dormitorio, no vaya a ser que se me resfríe…
A Cielo le da repulsión que su madre trate a la niña retrasada de la casa mejor de lo que a ella ha tratado en toda la vida y quisiera poderle soltar una sarta de recriminaciones, pero si la echan de esa casa, se quedan sin el cuarto que alquilan a una cuadra de la Garita. Desvía la cara para ocultar todos esos malos sentimientos hacia doña Luz.
—Está bien —le contesta Dulce con una sonrisa que Cielo está lejos de ignorar y piensa para sus adentros “Esta sí que parece una retrasada” “Mira que ya tiene hasta tetas y se comportas como una nena de diez”
—¿Me acompañas adentro? Dulce le ofrece. Doña Luz le hace gestos para que lo haga y Cielo lucha con su maldito genio que quiere salir y soltar groserías por la boca.
—¿Tengo otra opción? —blanquea los ojos. Dulce no comprende por qué se comporta de esa forma, es demasiado inocente como para darse cuenta de la realidad, de lo que pasa a su alrededor y le toma de la mano, como si fuera una nena y la lleva con ella. Atrás se queda doña Luz totalmente preocupada y rezando porque su hija se comporte como ella espera.
Pasan por el comedor lujoso con alfombras lujosas y cuadros lujosos con marcos de oro, como muebles floreados estilo cuento de hadas. Todo eso a Cielo le causa asco y a la vez siente envidia, suben por las gradas alfombradas, hasta llegar a un segundo piso.
Pasan, una, dos, tres, cuatro puertas y entran en la quinta.
Dulce abre la puerta y Cielo siente como si le hubiera abierto un mundo nuevo ante ella.
—Pasa —le invita Dulce.
Cielo da un paso y desde ya siente la calidez de ese dormitorio de ensueño. Aunque no dice nada, siente que no quiere salir de esa pieza jamás.
Dulce se saca las sandalias. Cielo la imita. Deja a un costado las zapatillas viejas, lo que da un aspecto contrario a todo lo que hay a su alrededor.
La alfombra blanca debajo de sus pies se siente como un ensueño.
Dulce se tumba en la cama que parece tan suave como la alfombra y siente que quiere hacer lo mismo, pero se frena, se cruza de brazos negando todos esos sentimientos encontrados de envidia y repulsión. “¿Cómo alguien puede vivir con tantos lujos cuando afuera hay…”
—¿Quieres recostarte a mi lado? —Dulce interrumpe sus pensamientos —¡Ven!
—Como sea… —suelta Cielo y lo hace, comprobando la suavidad y el gusto que da recostarse en esa cama —¿Qué se puede hacer aquí?
—No mucho… Podemos leer revistas.
—¿De moda? —blanquea los ojos, sin que Dulce pueda verlo.
—Sí, también de actrices… —responde ella—. Mi mamá compra cada semana… es una cinéfila empedernida.
—¿Qué mierda es eso?
Dulce se tapa la boca con las dos manos y suelta una risilla.
—Dijiste una grosería.
—Siempre las digo. —se incorpora de golpe —¿Dónde dices que tienes esas revistas?
Dulce le señala el librero. Cielo va y comienza a curiosear.
—Todavía no me dijiste tu nombre —le hace recordar.
—Ah, ¿qué importa mi nombre?
—Que las personas decentes como dice mi mamá se presentan.
—Pues yo no soy decente.
—¡Qué cosas dices! —ríe ella —. A lo mejor no te gusta tu nombre, no serías la primera persona a la que le pase eso… —comenta subiendo los pies a la cama mientras la veía hojear una de las tantas revistas que tiene—.Un día conocí a un buen señor que se llamaba Zenón…
Cielo no parece entender la gracia y por eso continúa.
—En París mí papá tiene un buen amigo que se apellida La Puerca, ¡pobre hombre! Cada vez que le llamaban en la escuela todos se le reían en la cara… pero ahora, como dice mi papá, nadie se le rie más.
—¿Por qué?
—Porque es un diplomático. En lo personal, a mí no me gusta mi nombre…
—Dulce, suena bien.
—Sí, hasta que te llaman “Dulce de batata”
—¿Qué mierda es batata?
—¿Nunca fuiste a Buenos Aires?
A Cielo no le gusta que le cuestionen y siempre se le salen palabras cuando siente que debe defenderse.
—Claro que voy siempre…
—¿Y no conoces el dulce de batata?
Cielo no sabe de lo que habla, pero no lo va a admitir.
—Pues, claro que he comido un montón.
—Entonces eres una afortunada… a mí casi nunca me dejan comer cosas dulces… ¿De qué estábamos hablando? Ah, sí. Por eso no me gusta mi nombre, porque yo me pregunto para qué me pusieron ese nombre si ni siquiera me dejan comer dulces…
—Yo como muchos dulces.
—¿No traes algo ahora?
Cielo se revisa en los bolsillos del pantalón. Encuentra de mucha casualidad un masticable que se ha olvidado hace semanas y se lo ofrece.
—Toma, para que veas que no miento.
Dulce lo observa.
—¿Qué pasa? ¿No lo quieres?
—Claro que lo quiero —comienza a des envolverlo. Es el primer obsequio que recibe de una chica de su edad. Y lo saborea con placer.
—¿Me vas a decir tu nombre? —pregunta con el masticable en la boca. Cielo está mirando la imagen de Kevin Costner y se imagina posando con él en la alfombra roja de Hollywood.
—¿Y? ¿Me lo dirás?
—¿Qué?
—Tu nombre.
—Cielo.