3. Una no dulce presentación.

1040 Palabras
3. Una no dulce presentación. Dulce ha terminado de tomar la avena y ahora doña Luz le sirve un poco de jugo de naranja. Está sentada sola en la mesa, frente al gran ventanal, incluso para ella que supera el metro sesenta. Hace quince minutos Amanda, su madre se ha ido de viaje con destino desconocido, pero no es la primera vez que pasa, seguramente es por culpa de su padre. —¿Hoy tengo clases? Dulce alza los ojos con dirección a ella, la única en toda la casa que la trataba con cariño. Doña Luz le devuelve la mirada, pero ella está un poco cansada por los años y por el frió que hace desde hace un par de semanas. —Hoy no mi niña —le responde con mucho afecto, mucho más de lo que siente por su propia hija que se ha quedado en el jardín haciendo malas caras. Eso le pesa pero no puede darse el lujo de dejarse llevar por sus penas. —Hoy es sábado, tienes el día libre. —¡Pues será mejor que vayamos a dar una vuelta! Dulce está contenta, a veces pierde la noción del día, es por que los días dentro de casa son todos iguales, al menos para ella. Pero los fin de semanas son especiales, su padre siempre la lleva al circo o algún teatro y ahora se muere por saber a dónde la llevará. —No está don Héctor. —¿Y a dónde se ha ido? —Dios sabrá —suelta doña Luz, y suspira sin darse cuenta que Dulce la ve. Dulce baja los hombros, sabe que no saldrá a ninguna parte. —Ah, pero si me han dejado colgada… —No digas eso, mi niña… Pero Dulce se ha acordado de algo. —¿La chica de anoche, tu hija, dónde está? —¿Cómo te has enterado mi niña? —pregunta con algo de curiosidad. No espera que doña Amanda se lo dijera, y no es posible ya que apenas y le ha dado un beso de despedida y todo delante de ella. Dulce sonríe ante la pregunta. —Es que te oído anoche… Doña luz le trae un vaso de agua para terminar el desayuno. Dulce aún sigue con el jugo de naranja y se lo bebe de una, llevada por la emoción de la nueva invitada de casa quiere ponerse bonita. —Mi hija se quedará hasta fin de mes. Dulce se emociona al escucharla. —¿Dónde está ella? —antes de ir a verla quiere ponerse un vestido diferente, quizás estrene uno de los que su abuela materna le ha envidado en navidad, desde Londres. —Afuera, en el jardín —contesta doña Luz algo preocupada por la excesiva emoción que muestra Dulce ante la idea de Cielo. Por su parte, Dulce se hace ideas, incluso ha llegado a ver en su cabeza, que ambas salen a pasear, vestidas con los mejores vestidos. Conocen a dos galanes y se enamoran. Y lo mejor de todo es que se vuelven amigas íntimas. Dulce se incorpora. —Quiero ponerme un vestido bonito. —¿El de hoy no lo es, mi niña? —Claro que sí, pero quiero llevar uno especial para conocer a mi nueva amiga. Decir nueva solo era de palabra, porque nunca antes ha conocido a nadie de su edad. Y Cielo será la primera. Por su parte, doña Luz teme lo que vaya a pasar cuando su hija vea a Dulce, y ruega por dentro que no lo vaya a arruinar. Dulce se dirige a su dormitorio, abre el placard y se queda viendo preguntándose ¿cuál de todos esos vestidos será el adecuado? Toma uno blanco con pequeñas flores violetas. Se desviste dejando caer sobre la alfombra su delicado vestido amarillo y deja al descubierto sus curvas de mujer que cubren los vestidos, siempre infantiles que le compran. —¿Me veo bien? —pregunta al espejo con marco dorado, igual que lo hace Blanca Nieves en el cuento. —Te ves hermosa —responde ella misma y así se siente. Cuando se ve impecable; sandalias de cuero que le hacen juego, deja la habitación y baja corriendo, atravesando la sala y el comedor, hasta cruzar la puerta que le lleva hacia el jardín delantero. Donde, doña Luz le ha dicho que está su hija, su nueva amiga. Afuera hace frío, más de lo que parece desde adentro. Pero avanza, aún en contra del viento que sopla contra ella como si le digiera que se regrese a las calientes mantas y suelo firme, que ni siquiera se le acerque. Dulce la busca con la mirada, a primera vista no la ve, pero si se esfuerza un poco más descubre que la chica morena está sentada en la puerta del garaje, donde su padre guarda todo lo relacionado a sus carros. Ese sector es el que menos le agrada, pero de todas formas, allá va ella. El vestido se levanta y mueve con mucha fuerza, hasta que llega. Cielo parece aburrida hasta que la ve. La mira de pies a cabeza como ha hecho con Amanda. —Pareces una muñeca de porcelana —le suelta. —¿Lo dices de verdad? —No. —¿Solo bromeabas? —la saluda Dulce con una sonrisa de oreja a oreja, pero Cielo apenas y le interesa. —Quítate de mi vista —le dice con torpeza. No la soporta, más que todo porque su madre se la pasa hablando de lo buena que es Dulce, pero la tal Dulce no es más que una retrasada. Dulce que no está acostumbrada a esos malos tratos cambia de cara, aunque se siente agraviada quiere evitar los conflictos y decide dejarlo pasar. —Me llamo Dulce —se presenta, como lo hace alguien de buena familia. —¿A quién le importa? —suelta con impaciencia —¿Por qué no te alejas? ¿Acaso eres retrasada? Dulce ha entendido el mensaje bastante claro. La chica esa no es amistosa. Dulce se pone a jugar con un mechón de sus cabellos y le responde: —No soy una retrasada como dices, yo solamente soy la dueña de toda esta casa.
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