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Saga los Siete Pecados Capitales: Gula.

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Descripción

Jhon fue obligado a seguir los pasos de su padre estudiando gestión de empresas con maltratos hasta que llego su salvacion teniendo que dejar de lado su pasión, pintar por los miedos e inseguridades, una lucha interna por cambiar y superar se encuentra con Gina una chica con muchas deudas y problemas cuando su padre desaparecio cuidando de su madre ahora, se le dificulta salir adelante, descubre que sus traumas al parecer aun no estan sanados. Sus caminos se unen para intentar salir juntos de los traumas, inseguridades y amenazas, entre pinturas, esculturas de piedra, fantasmas del pasado y del presente. ¿Conseguiran superar el lienzo blanco que tienen delante, podran llenarlo de colores?

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Banquete de sombras.
Ficha de la obra: Óleo sobre lienzo. 180 x 120 cm. Técnica mixta. Autor Albert Willard. Año: 1998. La sala está en penumbra, él visitante entra y lo primero que percibe no es la imagen, sino el olor: sangre, ácido, denso, cuero. Como si la pintura exhalara su propio aliento. Frente a él, el cuadro titulado Banquete de sombras parece latir, la vista borrosa, cuando consigues ver la obra y la niebla se disipa, el aliento se corta. Puedes ver las pinceladas llenas de dolor y ansiedad, yacía un niño arrodillado al punto de casi desmayarse sujetándose sus pequeñas manos ensangrentadas, a su lado el arma que le infringe tanto dolor, todo en el cuadro es oscuro, nada de color salvo la hebilla del cinturón de cuero puro, caro, resplandece brillante en toda esa oscuridad. La obra está recién terminada, aun mojada chorros caen como lagrimas por el lienzo a la espera de ser secadas, pero caen al suelo sin ningún tipo de atención. Era la sexta vez que repetía la misma partitura con el violín, sus manos y dedos le dolían, el brazo comenzaba a flojear, sus lágrimas comenzaban a caer lentamente por sus mejillas no tenía permitido llorar, así que cerro la boca con fuerza. — Otra vez. — La voz de su padre resonó por encima del violín, un escalofrió le recorría la espalda y lo hacía sudar, trago saliva y comenzó de nuevo la melodía, no miro a su padre ni una vez, pero sentía su mirada juzgadora, imaginaba su expresión y le daba pánico, comenzaron a sudarle las manos y eso lo hizo fallar en una de las notas finales, levanto la mirada con rapidez hacia su padre, había fallado y eso significaba un castigo y no uno cualquiera. «Él tiene razon, soy un inútil». Penso el niño. Observo como su padre apretaba con fuerza el sillón de cuero n***o, estaban en la penumbra casi, salvo por una pequeña lampara de mesa al fondo del despacho lo que le dificultaba verlo al completo, su padre se levantó de golpe y se abalanzo sobre el sujetándolo del brazo con fuerza, soltó un quejido de dolor, intento amortiguarlo mordiéndose el labio inferior porque no tenía permitido quejarse o llorar, pero lo hizo sin poder evitarlo sabiendo cual sería el castigo. Dejo caer el violín con un golpe seco para intentar parar el golpe que le daría su padre, pero no basto. — ¿¡Cual es el castigo por fallar la melodía!? — Le pregunto su padre con ojos rojos inyectados en sangre. Jhon abrió los ojos de par en par al entender que esta vez iba a ser mas duro que cualquier otra vez. — ¡Dilo! — Grito su padre de nuevo, Jhon grito la respuesta intentando soltarse del fuerte agarre de su padre. — ¡Las manos, golpearas mis manos hasta que sangren! — Su padre no dijo nada más, dejo que el silencio se metiera en los huesos de Jhon hasta que escucho la hebilla del cinturón titilar y el ruido de la tela al ser deslizado, escucho crujir el cuero de la fuerza que su padre hacia al sujetarlo, pataleo e intento soltarse con todas sus fuerzas, pero no tenía tanta fuerza...Aun no. Un golpe tras otro en las manos algunos incluso llegaron a los brazos un arma tan cara, el cinturón de un perfecto traje de diseño. Había perdido la cuenta de todas las veces que había recibido golpes por no ser perfecto en lo que le ordenaban, había perdido la cuenta de todos los golpes que había recibido en las manos los moratones en los brazos de agarrones inesperados, hubo un momento que dejo de llorar, de gritar y de resistirse, se había perdido tanto en su mente repitiendo una y otra vez que se excediera y acabase con su vida que no se dio cuenta de cuando paro, solo vio abrirse la puerta alguien corriendo se acercó a él, hizo todo para fijarse quien era vio a su nana llorando pero no escuchaba nada, solo escuchaba sus pensamientos. «Ojalá mama estuviera aquí». Poco a poco su vista se volvía negra, el alivio comenzó a arroparlo lo último que pudo notar fue que alguien lo cogía y lo zarandeaba, pero estaba cansado, solo quería que el sufrimiento se acabase daba igual la manera. ¿Puedes sentir la tristeza, la ansiedad, el dolor? Actualidad. Las palabras de su padre le vienen a la mente.«Los hombres no pintan, construyen imperios». decía mientras le arrancaba los dibujos de las manos, el pincel cae al suelo roto, como lo está su alma y lo saca de su trance, otro más, se levantó del pequeño taburete, se acercó a un pequeño armario de cajones, abrió el segundo cajon, cientos de pinceles iguales bien colocados lo llenaban sin dejar un hueco, cogió uno con cuidado de no mover los demás y cerro el cajon con pereza, volvió al taburete se sentó y dejo el pincel sobre la mesa auxiliar donde estaban todas sus herramientas, observo de nuevo la obra «Otra más, otra igual». Sin dejarla secar, la quito del caballete, avanzo sin ganas hasta la puerta que dirigía a otra gran sala llena de sus obras, avanzo por los pasillos enumerados y bien ordenados, se paró frente al uno, puso la obra sobre uno de los huecos vacíos del estante especial para pinturas, los que correspondían al número uno no había muchos, fue la etapa más dura, la que quizá aún no está superada. «Recordó el día en que rompió su primer pincel tenía ocho años, su padre lo había encontrado pintando un retrato de su madre, muerta hacía poco le gritó, le golpeó y le obligó a memorizar un discurso en alemán como castigo». Desde entonces, cada trazo que no dio se convirtió en una herida, cada color que no usó, en una ausencia y solo veía negros y grises. Ese día se repetía en sus sueños levantándolo de forma abrupta, después de ese día su nana Bettina no se había separado de él ni un segundo protegiéndolo del maltrato de su padre cosa que estaría agradecido eternamente, había sido como una segunda madre para él, Jhon había tenido que seguir con las normas impuestas por su padre pero Bettina era ahora la que lo supervisaba, Jhon comenzó hablar de nuevo, para ser de familia rica siempre había parecido un niño desnutrido y sin color pero esto comenzó a cambiar con los cuidados de Bettina, ante el miedo obedeció las normas de su padre estrictamente, estudió economía y gestion de empresas, música clásica, conforme crecía aprendió a dirigir las empresas de su padre, a hablar con diplomáticos, consiguió tocar el violín con precisión quirúrgica pero nunca pudo volver a pintar, como su padre quiso para que se encargara de su empresa, la mayor distribuidora de energía y gas de toda Alemania convirtiéndolos en la familia más rica de toda Baviera, con eso se convirtió en el empresario más joven aun estando en la universidad con un trabajo perfecto y reconocido. Hasta ese día, 5 de enero del 2009. Era domingo, su cumpleaños número dieciocho con la ayuda de su nana había podido convencer a su padre para cambiar su lugar de residencia este acepto mientras se ocupase bien de su trabajo y no hubiera fallos, así que su padre quedo viviendo en su antigua casa situada en Munich y Jhon se mudó junto con su nana a Rosenheim, montando el mismo allí una pequeña sede donde controlar todo el sistema energético. Afuera llovía con rabia, Jhon se levantó caminó hacia la cocina y abrió todos los armarios, sacó ingredientes que no sabía que tenía: especias, frutas, carnes, vinos, no sabía cocinar, pero eso no importaba no era comida lo que buscaba, era otra cosa, encendió el horno, puso música, nunca clásica, sino algo sucio, visceral. Empezó a cortar, a mezclar, a improvisar cada plato que era un acto de rebeldía el pastel de hígado con pétalos de rosa, la sopa de vino con perlas de tapioca, el pan relleno de tinta negra. La mesa se llenó, Jhon se sentó en el centro, como un emperador sin reino se sirvió una copa y bebió, comió, masticó con lentitud, como si cada bocado fuera una confesión, pero no se saciaba la comida no era suficiente los sabores eran perfectos pero el vacío seguía ahí. Rio con amargura entonces empezó a hablar no con palabras, sino con recuerdos. —¿Te acuerdas, padre? —susurró, mirando al plato de carne —. Decías que pintar era para inútiles que el arte no alimenta. — El vino se derramó sobre el mantel Jhon ni siquiera se dio cuenta, no lo limpió, siguió comiendo, siguió hablando. —Yo pintaba para mí, aunque nunca lo entendieras, aunque me obligaras a tocar el violín como si fuera una máquina. — La mesa parecía crecer, los platos se multiplicaban, Jhon no se movía solo comía solo lloraba en silencio, ni siquiera se daba cuenta. En algún momento, la comida empezó a cambiar, las frutas se pudrieron en segundos, las carnes sangraban, las copas se llenaban solas, Jhon no lo notó estaba dentro del cuadro, él era parte de la obra. Su camisa se manchó, su rostro se deformó, pero él seguía comiendo porque el hambre no era físico, era otra cosa. Era el eco de una infancia sin ternura era la sombra de un padre ausente era la necesidad de ser visto, aunque fuera por un lienzo. Y ahora, frente a la mesa, Jhon entendía que su hambre no era por comida, sino por expresión, se levantó y caminó hacia el estudio que nunca usaba abrió un cajón y encontró una libreta en blanco, la colocó sobre la mesa y con los dedos manchados de salsa, empezó a pintar no usó pinceles usó restos. El vino como acuarela, la grasa como textura, la tinta del pan como sombra, pintó un rostro, el suyo, deformado, hambriento, desesperado. Cada trazo era un grito, cada mancha, una memoria pintó hasta que la libreta quedo llena de expresiones de ojos inyectados en sangre, tristes, desolados lo miraron y lloro. La escena termina con Jhon solo, rodeado de platos vacíos y un cuadro recién nacido, su cuerpo está inmóvil, su boca entreabierta, en el aire flota una pregunta que nadie formula: ¿cuánto se puede callar antes de desaparecer? Un cuadro sobre otro cuadro, cada cual más oscuro, más triste, sin color, en escala de grises y negros que lo consumen. Jhon sigue parado frente a los cuadros del pasillo número uno ¿Cuantas horas han pasado, si quiera a comido, ha sido real o solo ha pasado en su mente? Consigue salir del bloqueo y con lentitud y cansancio consigue llegar a su habitación piensa mientras intenta conciliar el sueño sin una dosis de pastillas, él lo intenta siempre lo hace. Desde ese día Jhon había seguido los pasos impuestos por su padre dejando su mayor sueño atrás con pesar, su vida mejoro considerablemente y su carácter se volvió un poco más tolerante con las demás personas, pero era recto y estricto a lo que significaba el trabajo sin poder evitarlo, había heredado de su padre ese Toc perfeccionista que odiaba e intentaba cambiar, la mayoría de los días estaba arisco o enfadado porque las cosas no salían a su manera, otro error heredado de su padre, no podía obligar a que la gente hiciera las cosas como el, así que siempre guardaba silencio e intentaba enmendar el error. Desde ese domingo había decidido hacerlo para calmarse y solo había una cosa que podía calmarlo y donde podía dejar de ser perfecto dejar a relucir las secuelas que su padre le había dejado mental y físicamente, así que cuando el día había sido realmente duro o las pesadillas acechaban con fuerza volvía a casa con rapidez saludando sin falta a su nana que le había acompañado desde ese día fatídico y se había quedado con el sin reparo, bajaba al sótano, era el único lugar donde se sentía el mismo y a salvo, nadie podía entrar allí, era su lugar secreto, su sueño truncado, donde su padre no podía imponerle ni prohibirle nada, no podía alcanzarlo.

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