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La Viuda Exótica

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multimillonario
prohibido
familia
HE
brecha de edad
arrogante
drama
sin pareja
serio
pelea
ciudad
Oficina/lugar de trabajo
secretos
friends with benefits
seductive
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intro-logo
Descripción

En Los Ángeles, nadie la llama por su nombre. Ella es la Viuda Exótica.

Bianca Moreau de Lancaster tiene cuarenta años, un cuerpo de diosa, una lengua venenosa y un hijo universitario que ya no la necesita pegada a él. Tras la muerte de su marido; un magnate que dejó millones, secretos y un hermano endemoniadamente atractivo, Bianca decide que es hora de volver al juego.

Treinta citas después, todo ha sido un desastre: desde millonarios con complejos ridículos hasta actores fracasados que no saben dónde queda el clítoris. El humor, el caos y las copas de vino se convierten en sus únicas compañías… hasta que aparece él.

Emiliano Lancaster. Su cuñado. Británico. Frío. Irresistible. El hombre al que juró no volver a mirar de la forma en que lo está mirando ahora.

El problema es que Emiliano no solo viene a encargarse de la empresa familiar, sino también de despertar en Bianca un deseo prohibido que ni ella, con toda su ironía y experiencia, puede controlar.

Entre mansiones en Beverly Hills, fiestas caóticas, amigos escandalosos y una familia que la vigila desde Londres, Bianca tendrá que elegir: ¿seguir siendo la viuda perfecta que todos esperan, o convertirse en la mujer salvaje que siempre escondió?

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INTRODUCCIÓN
+BIANCA+ Soy Bianca Royal de Lancaster y, aunque muchos me llaman la Viuda Exótica, esta noche me gusta pensar que soy otra cosa: la diabla oficial de Beverly Hills. Literalmente. Estoy disfrazada de diablita, con un vestido ajustado que parece pintado sobre mi piel, un corsé rojo brillante, tacones que podrían asesinar a un hombre de un solo pisotón y una cola que, francamente, me da más problemas que estilo. En la cabeza, unos cuernos brillantes que me hacen ver más peligrosa de lo que ya soy. La sala de mi mansión parece una película de Fellini mezclada con Las Vegas: mujeres por todas partes, todas solteras, divorciadas o viudas como yo. Es nuestra fiesta privada, un ritual de liberación donde nadie viene a juzgar, solo a beber, reír y, si la noche es generosa, a recibir a un par de strippers bien dotados, contratados por mi asistente. Camila, esa venezolana que siempre mete la pata, pero que adoro, juró que había elegido a “los mejores de Los Ángeles”. Yo confié. Y claro, mientras las chicas beben margaritas, bailan con la música a todo volumen y devoran bocadillos, yo me siento la reina del espectáculo. —Dios mío, Bianca —me grita Claudia, mi amiga abogada, disfrazada de policía sexy con esposas que tintinean cada vez que mueve el trasero—. Esta fiesta es un circo erótico. —Cariño, prefiero un circo erótico a un matrimonio aburrido —respondo, levantando mi copa de vino. Todas ríen. Isabella, con su disfraz de novia zombi (su idea de humor oscuro), me guiña un ojo. Y Thiago, mi mejor amigo gay, vestido de Cleopatra dorada, gira su copa y suelta con dramatismo: —Bianca, si los strippers no están buenísimos, te desheredo de mi amistad. Yo levanto una ceja, confiada. —Amor, tranquila. Si no están buenísimos… siempre puedes bailar tú. Risas, gritos, música. Todo iba perfecto. Todo. Hasta que el timbre sonó. Y ahí fue cuando mi vida volvió a convertirse en la tragicomedia que parece estar escrita exclusivamente para mí. —Yo abro —digo, moviendo mis caderas con toda la sensualidad que mis tacones permiten. Camino hasta la entrada, consciente de cada mirada que me sigue, porque sí, incluso mis amigas se quedan embobadas mirándome. Y lo entiendo: no es fácil ignorar a una mujer que camina con tacones de quince centímetros, cola de diablo y vestido rojo que podría incinerar una iglesia entera. Ajusto mi sonrisa felina y abro la puerta con voz cantarina: —Bienvenidos, chicos… Pero mi frase muere en el aire. Literalmente se asfixia en mi garganta. Porque lo que veo no son strippers semidesnudos con músculos aceitados. No. Lo que veo es a mi hijo Adrian, con sus ojos verdes heredados de mí, observándome como si le hubieran arrancado las córneas de golpe. Y junto a él, un hombre que jamás debí ver en este contexto: Emiliano Lancaster. El hermano menor de mi difunto esposo. El cuñado prohibido. El británico arrogante, alto como un rascacielos, con traje perfectamente entallado y una mirada gris que parece desnudarme sin pedir permiso. No me jodas quiero que me trague la tierra, y no literalmente, mi hijo, ¡mi hijo me está viendo! No encuentro donde salir corriendo, aaaah, me siento completamente desnuda. ¡AVERGONZADA! ¡QUE ALGUIEN ME SALVE! —Hola —dice con esa voz grave que podría hacer pecar a una monja—. Cuñada, un gusto volver a verte. Mi corazón da un brinco. Mi rostro cambia de la sonrisa sexy a la expresión pasmada de una actriz que se quedó sin guion. —¿Qué… qué hacen aquí? —pregunto con la voz más aguda de lo normal. Eso fue lo único que pudo salir de mi boca, la verdad que no sé qué hacer. Adrian, como siempre, responde con su sarcasmo afilado: —Porque es mi casa, mamá. Y porque mi tío viene a visitarnos. ¿Algún problema? Yo quiero decirle: “Sí, hay un problema, cariño. El problema es que estoy vestida como una diabla pornográfica esperando a un par de strippers y tengo treinta mujeres solteras detrás bailando como si fueran a competir en Miss Orgía 2025.” Pero no puedo. No. Me quedo helada. Emiliano arquea una ceja, con esa calma británica que me saca de quicio. Me mira de arriba abajo. Sus ojos bajan lentamente desde mis cuernos hasta mis tacones, pasando por cada centímetro de mi vestido rojo infernal. Y sonríe. El maldito sonríe. —Te quedan bien los disfraces, Bianca —dice con tono bajo, burlón—. Aunque tal vez deberías cubrirte un poco. ¡Cubrirme un poco! ¿Con qué? ¿Con un mantel? Yo trago saliva y me aparto, porque no puedo dejarlo en la puerta. No puedo hacer que mi hijo piense que estoy a punto de tener una orgía privada. —Adelante —murmuro, con mi sonrisa fingida. Adrian entra primero, saludando de manera casual a todas mis amigas, que se quedan petrificadas en medio de la sala. Porque claro, una cosa es estar disfrazada de enfermera sexy gritando “¡quiero que me revisen el corazón!” y otra es hacerlo frente al hijo universitario de tu anfitriona. Mi hijo universitario tiene 20 años y es suficiente para morirme. Isabella casi se atraganta con su margarita. Claudia le da un codazo a Thiago, quien apenas puede contener la risa. Y luego entra él. Emiliano. Con su traje n***o impecable, su corbata floja y ese aire de hombre que nunca pierde el control. Cada paso que da parece retumbar en la sala, como si el mismísimo diablo hubiera decidido entrar a mi fiesta de diablas. Mis amigas lo miran como si acabara de aterrizar Henry Cavill en medio de nosotras. Yo trato de recuperar la compostura, pero su mirada se cruza con la mía y siento cómo mi piel arde. —Qué… sorpresa —digo, fingiendo que no estoy a punto de morirme de la vergüenza. —Oh, sí. Una sorpresa muy… interesante —responde él, con ese acento que podría convertir la lectura de la guía telefónica en porno suave.

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