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Muñeca de la mafia

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venganza
oscuro
prohibido
love-triangle
matrimonio bajo contrato
familia
forzado
los opuestos se atraen
segunda oportunidad
de amigos a amantes
arranged marriage
playboy
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chico malo
chica mala
mafia
mafioso
heredero/heredera
drama
tragedia
bxg
perdedor
mentiras
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intro-logo
Descripción

Las familias Di Natale y Di Santis han tenido una férrea enemistad, que se ve truncada de pronto por la repentina muerte de Giovanni Di Natale, cabeza de familia, lo que lleva a sus mas allegados a tratar de sobrevivir a una sangrienta guerra.

Salvatore, su hijo mayor y heredero, ha decidido sellar la paz con su rival, a través del matrimonio de su hija, Vittoria, con el hijo de Don Domenico Di Santis, Alessandro. Un hombre ruin, de apariencia agradable pero cuya sed de poder recorre sus venas.

Vittoria, una mujer fuerte y decidida, se siente atrapada en esta unión forzada, pero debe fingir ser lo que no es. Una mujer débil, para ganarse la confianza de su nueva familia.

Cuando conoce a Giovanni, el hermano menor de su esposo, un hombre de carácter sarcástico, cínico y de una fuerte inclinación a romper corazones, las cosas se ponen turbulentas y ella ve una oportunidad. Usando su encanto y belleza para sacarle información, Vittoria busca entonces la manera de acabar con sus enemigos. Sin embargo, pronto se encuentra atrapada en una red de emociones y lealtades divididas.

Mientras se debate entre su deber hacia su familia y su creciente atracción hacia Giovanni, se encuentra en medio de una guerra de poder y traición. La familia Di Natale y la familia Di Santis tienen secretos oscuros, y pronto descubrirá que nada es lo que parece.

¿Podrá Vittoria encontrar una forma de escapar de su matrimonio sin amor y seguir su corazón sin traicionar a su familia? ¿O se verá atrapada en la violencia y la venganza que rodea a las familias mafiosas?

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1-Enemigos Íntimos
Los gritos de mis padres retumbaban en nuestra habitación, Franchesca se agarraba a mi con todas sus fuerzas. Mi pobre hermana siempre había sido demasiado sensible, detestaba los ruidos fuertes, pero los detestaba aún más cuando estos provenían de nuestros padres. El cuarto nos rodeaba en penumbras, las cortinas cerradas, las ventanas rejadas, nadie podía entrar o salir de aquella gran cárcel de oro. Porque aunque lo tuviéramos todo ahí dentro, nos faltaba la libertad de nuestro propio ser. Mi mirada fría, se centraba en un pequeño trozo de diario que colgaba de la parte inferior de mi espejo de medio cuerpo. "Todo era culpa de ellos" pensé sin vehemencia. Mi hermana se apretó fuerte a mi cintura, ocultando su blanquecino rostro de todo aquello. Desde el espejo observaba ambas escenas como si yo no fuera parte de ellas. Los gritos sólo aumentaban, sabía que si esta vez discutían no era por algún capricho que mi madre hubiera realizado, o por algún mal trato por parte de mi padre, no, era por mi... Y... por ellos. Fruncí el ceño con rabia al volver a ver aquel recorte mal hecho, que había sacado del último diario que pude robar del despacho de mi padre. "EXPLOSIÓN MORTAL EN PLENO CENTRO DE LA CIUDAD. ¿Una vez más un acto mafioso?". Rezaba aquel titular amarillista en el cual se describía a la perfección como una explosión de tamaño significativo acabó con la vida del Director General, y con el dueño de uno de los emporios gastronómicos más grandes que se habían visto en esta ciudad. Giovanni Di Natale, flamante dueño de la mejor fábrica de pastas, que se había visto envuelto en escándalos de corrupción, lavado de dinero, y cualquier otro escándalo de evasión de impuestos, sólo para mantener su fortuna alejada de los Fiscos. Un hombre ruin, déspota, y de carácter tan helado y manipulador, que se atrevía a pasar sobre cualquiera con tal de lograr su objetivo. Y lo logró, siendo de aquella manera, dejó atrás su pequeño pueblo donde vivió sumido en la pobreza para llegar a ser uno de los cabecillas mafioso más importante del todo el sur de Italia. Conocido como " Distruttore dell'anima" (el destructor de almas) mi abuelo forjó un imperio del más duro concreto. Hoy, tres días después de su fatídica, pero nada accidentada muerte, mi padre se enfrentaba al peor de sus miedos, que todo lo que mi abuelo hubo construido desaparezca en cuestión de segundos, y todo culpa de Domenico Di Santis. Líder de la otra gran familia que dirigía este lado de la ciudad, una guerra que ya se había llevado a un m*****o de mi familia, y que muy pronto, se llevaría otra, y probablemente fuera la mía. Los gritos acallaron, el más profundo de los silencios volvió a tomar el papel principal en la habitación. Franchesca había detenido sus sollozos, su cuerpo en calma reposaba sobre mi regazo... Apoyé su cabeza sobre la almohada, y en silencio me alejé. La puerta de la habitación se abrió produciendo un pequeño chirrido que alertó a los dos grandes hombres que aguardaban del otro lado. Sus miradas volaron hacia mi persona, preparados para cualquier eventualidad, con un simple gesto hice que se apartaran de mi camino. El más alto de los dos, Rigobertto, intento interponerse en mi camino dando un pequeño paso hacia mi a modo de advertencia,pero eso no fue suficiente para evitar que mi pequeño y ágil cuerpo se escabullera por su lado izquierdo dejándolo atónito, una vez más. Siempre había sido demasiado lento. Las paredes de rojo oscuro iban perfecto con el sentimiento que se hallaba en toda la casa, desconcierto, alerta, y por sobre todo, temor. Cada uno de ellos estaban esperando el siguiente movimiento de mi padre, quien por primera vez en su vida, tendría que enfrentar cara a cara no sólo a sus enemigos, sino peor aún... A sus propios subordinados. Si no podía demostrar la entereza necesaria, era el fin. Para todos. Golpeé dos veces la puerta, detrás no se oía ni el más ligero rastro de respiración, pero sabia que mis padres estaban ahí. Abrí con cuidado, cansada de aguardar sin respuesta, sobre la cama, vi el cuerpo de mi madre recostado, temblando, y tapando su rostro con aquel pañuelo tan fino que le había pedido a mi padre que le comprara. Fruncí el ceño sin entender del todo su reacción... —Necesitamos hablar—la voz penetrante de mi padre me tomó por sorpresa, mi cuerpo se irguió, y solté el picaporte—. No creo que este sea el mejor lugar para hacerlo. —Lo sé...—pegué media vuelta, y me encaminé hacia su despacho, seguida por sus pasos que se sentían ligeros, y poco firmes. Se movía con una fragilidad que se podía palpar, por lo contrario, mi caminar era fuerte, tenía los pies sobre la tierra, y mi entereza así lo demostraba, siempre había sabido cual sería mi papel en esta familia, pero ahora... A falta de un heredero hombre, todo eso podía cambiar. Mi padre caminó por delante, abrió la puerta de su despacho, me hizo un breve gesto con la mano para invitarme a tomar asiento en aquellos sillones de cuero n***o y pesados. Me dejé caer en silencio, respirando lento y pausado. Mi mirada se vio atrapada por una pequeña foto que se situaba en la estantería tras el aliento de mi padre, una en donde mi abuelo, lucía un traje imponente, y una mirada que podía calarte hasta lo más profundo de tu ser. Junto a él, un joven de cabellos oscuros y alocados parecía incómodo, la diferencia entre ambos era notorio, el joven se veía perdido, escuálido... En su mirada se llegaba a notar un dejo de timidez... Uno que a pesar del pasar de los años seguía igual de intacto. Ese joven, ahora un poco más fornido, se dejó aparecer frente a mi. Me observaba en silencio, y sus manos no dejaban de tocarse entre sí. —Supongo que ya tienes una idea clara de lo que pienso hablar—su voz profunda, rasposa, intentaba sonar firme, pero a mi no podía engañarme, era mi padre después de todo, uno que me había tratado con sólo amor y dulzura desde que tengo recuerdos. Lo contrario a lo que había hecho mi abuelo, quién veía en mi un estorbo o peor, una decepción. ¿Cúal había sido mi error? Sólo el nacer mujer, una primogénita que el pensaba jamás podría llenar sus zapatos. Su duro trato me desestabilizó al inicio, pero no impidió que diera todo de mi para demostrarle su error... Me gusta creer que al menos en sus últimos años de vida si llegó a quererme... Y lo que era aún más importante, llegó a considerarme alguien digna de seguir su legado y eso no lo iba a perder por culpa de una familia que se creia capaz de eliminar rastro de la mía. —Domenico Di Santis—solté sin pensar. El asintió con impetuosidad. —Tiene un punto débil—movió su silla un poco para luego retirar del cajón de enfrente un pequeño archivo que empujó hacia a mi. Al abrirlo una foto de un joven de unos rasgos fuertes y duros fue lo primero que observé. Tenía una mirada helada que no era capaz de transmitir nada—. ¿Sabes quién es? Asentí sin dejar de observarlo, seguí dando vueltas las hojas para hallar detrás otras fotos dónde se hallaba él mismo joven pero con otros miembros de su familia. Un chico de ojos claros y cabello oscuro captó mi atención de pasada, se veía diferente a su hermano mayor, con un poco más de... Temor, sí, eso era lo que desbordaba su mirada. Uno que lo había marcado de manera muy abrupta para dejarlo tan pequeño en aquella foto. —Vittoria...—levanté la mirada para escucharlo—. Alessandro es su principal heredero, su mano derecha, por ende es el bastión que debemos romper. —Creí que tenía otro hijo —señalé la imagen—. ¿De qué sirve eso si él podría tomar el mando? —Giovanni no es importante —soltó sin más, desvió su mirada un poco hacia sus manos—. Él no es cercano a su padre, tu y yo, sabemos más de su familia que él mismo. Por ende, aunque llegara a presentarse aquí, es un mal menor que podremos eliminar sin mucho contratiempo. Su postura se irguió, dejando sus hombros rectos, y la cabeza en alto. Tratando de volver a recuperar su orgullo del inicio. —La única manera que tenemos para lograr desestabilizarlos, es hacerlo con paciencia, pero sobre todo, desde adentro Vittoria —asentí con vehemencia. Sabía hacia donde estábamos yendo—. Fuera, son peligrosos, despiadados, pero desde dentro, tenemos una ventaja, la de poder estar delante por un paso, por más pequeño que este sea. Entiendes que Franchesca no podría hacerlo —tomó con cuidado y cariño la foto que se hallaba frente a él, sobre el escritorio de madera pulida—. Es débil, una rosa que si siente tan sólo un pequeño soplido podría desmoronarse y con ella llevarnos a nosotros. Pero tú —levantó la mirada, observándome con lo que presentí era confianza, y quizás, un poco de envidia—. Vittoria, tú eres como tu abuelo, un viento salvaje e indomable que podría, si se lo propone, acabar con todo a su paso. Ahora necesito esa fuerza, esa fiereza, pero sobre todo... Necesito que controles tu carácter Vittoria. Mis hombros se hicieron hacia atrás con sorpresa, fruncí el ceño con un poco de indignación. Yo era así, rebelde, incontrolable, una persona que si debía hacerlo aplastaría a quién se metiera en su camino, tardé años en volverme fuerte y ahora... Debía olvidarlo. —Eso es ridículo, padre—el tono de mi voz se levantó, me sentía subestimada y en especial molesta—. ¿Qué pretendes? ¿Que me comporte como una niña frágil, que no es capaz de levantar la mirada si alguien le grita? ¡Eso es ridículo!—agregué con ímpetu y hastiada. —¡Eso es lo que harás!—me detuvo en medio de un alzamiento de voz—. No es una petición, es una orden. No necesito que ellos sientan aún más desconfianza de ti, lo que necesito es que te guardes tu orgullo ridículo y uses tu cabeza. Aparté la mirada con enojo, sentía bronca, me crucé de brazos y mi espalda se puso recta. —Vittoria—su tono se relajó —. Si logras pasar desapercibida como una no amenaza, tu trabajo será sencillo... Podrás saberlo todo y así ayudarnos —su mano hizo el ademán de acercarse a la mía, aunque con dudas, la tomó entre las suyas. Sorprendida lo observe—. Hija, lo que debes hacer será entregarte tanto en mente como en cuerpo, no es fácil, lo sé... Pero es nuestro deber, por tu hermana, por tu familia... Eso es lo que significa ser un líder. Hacer lo que sea, por el bien de todos. —Es fácil decirlo cuando no eres tú quien va entrar a la cueva del lobo. ¿Cómo van a respetarme si hago eso padre? —Eres lista, verás como evitarlo, y te ayudaré también—su toqué se volvió intenso—. No estarás sola aunque lo creas. Demuestrales, que eres digna nieta de tu abuelo. Tú serás su líder después de todo, el respeto lo impones tú. Pero para eso debe saber cómo atacar, no siempre ir de frente gana las batallas... .... Las personas iban y veían de un lado a otro del cuarto, las mujeres que parecían gacelas corrían de aquí para allá, buscando accesorios, ropa, bolsos, todo lo que fuera necesario para poder arreglarme para esta noche. La mirada de la persona que el espejo me devolvía era una de una mujer vacía, sin sentimientos algunos pero con un propósito claro. No era de extrañarse que mi madre se hallara junto a mi en silencio, con el rostro caído y demacrado. Vestida de tonos oscuros, desde la horquilla de mariposas que adornaba su cabello recogido, hasta la punta de sus zapatos de diseñador discreto, quien la viera le daría el pésame. Esta, de seguro lo aceptaría, pues así lo sentía, esta reunión era el comienzo de mi muerte, la de su hija predilecta, pero no sería el fin de todos nosotros, y eso era lo que importaba. —Señorita Vittoria —vi aparecer detrás de mi, por el espejo, a una joven mujer que no pasaría los 20 años. Lucía llena de vida, con sus mejillas sonrojadas y sus ojos vibrantes, detuve mis mirada en ella—. ¿Qué le parece este brasier? Es cómodo pero sobre todo muy sensual. —Está bien—lo tomé, y lo puse con el resto de prendas sobre mi regazo. Pronto tendría que correr a cambiarme, aún faltaban horas, pero era mejor estar lista mucho tiempo antes, pues el exterior puede disfrazarse rápido, pero ocultar mi temperamento frente a ellos, eso me llevaría horas de práctica. —Yo creo que te ves hermosa—la puerta se abrió dándole paso a una jovencita de cabellos dorados y risa estridente que se acerco a mi para fundirnos en un abrazo. Su cuerpo pequeño, le hacia aparentar menor edad de la que poseía. Todos la trataban como el más fino cristal, digna de cuidados extremos para que así no pudiera romperse. —Aún no me he cambiado, Franchesca—solté en medio de una sonrisa pícara. Ella elevó los hombros restándole importancia. —Para mi siempre estás hermosa, aunque lleves un disfraz de novia feliz—mi sonrisa se detuvo con tristeza, dejaría a mi pequeña hermana sola, pero estaba descubriendo recién ahora que aunque pareciera indefensa, Franchesca era muy lista y era capaz de saberlo todo... Tal vez, ¿la había estado sobretegiendo demasiado?—. Ese tonto tiene suerte, eres hermosa y lista, aunque creo que es mejor desearle suerte a él, porque no podrá contigo—otro abrazo más me rodeo por sorpresa —. No sabrá que lo golpeó. Ese pequeño brillo que estaba ahí, frente a mi, ahora parecía tan autosuficiente, y a la vez tan débil, que sólo me daban ganas de abrazarla y no soltarla. —Franchesca, regresa a tu cuarto ahora—el tono frío de nuestra madre cortó el ambiente como un cuchillo—. Tú—señaló a una mujer de unos treinta y tantos, que obedeció con temor y rápidez—. Llevala al cuarto y arreglala, no quiero demoras ¿lo has entendido? Me despedí con un breve asentimiento de cabeza, para comenzar a cambiarme. Quien no conociera a mi madre, se asombraría de la fiereza con la que siempre trataba a todas las empleadas, su deleite parecía ser el mantenerlas bajo un estrés constante. De cualquier manera, las personas seguían insistiendo en traerle más y más mujeres, pues al parecer les parecía más digno que las traten como basura pero le den un techo y comida, a que lo hagan fuera, en las calles, donde el trato era el mismo pero las consecuencias mucho peores. Desde que esta guerra entre familias estalló, la vida se había convertido en una miserable sucesión de hechos horribles, tanto para nosotros pero aún peor para aquellos que vivían en las cercanías. Sus vidas se habían convertido en un calvario del que no sabían si saldrían con vida, para ellos era mejor entregar a sus hijos a cualquiera de las dos familias responsables de su desgracias, antes que dejarlos morir en la miseria... —Señorita Vittoria, están en la puerta—miré mi reflejo con el rostro estoico, y la postura recta. Él estaba aquí... Todos... El momento de empezar esta trampa estaba a punto de iniciar... —Comencemos con este jueguito... .... .

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