Capítulo 3

1022 Palabras
Maya se encontraba frente al registro civil, con las manos apretadas en un intento de mantener la calma. A su alrededor, todo parecía moverse en cámara lenta, como si el universo supiera que este momento era el principio de un giro irrevocable en su vida. Frente a ella, Oliver Harrison, el hombre que ese día se convertiría en su esposo, la observaba con una intensidad que le quemaba la piel. Levantó la cabeza por un segundo, y sus miradas se encontraron. El silencio entre ambos era ensordecedor. Los ojos de Oliver, de un azul profundo que solía ser cautivador, ahora estaban cargados de algo más oscuro. Su frente se arrugó, dejando entrever la impaciencia que sentía. Parecía estar contando los minutos para que todo terminara y pudiera empezar lo que ella sabía que sería un infierno cuidadosamente planeado. Maya sintió un nudo en el estómago. ¿Cómo había llegado a este punto? Como futura novia, debería estar experimentando emociones como felicidad o incluso nerviosismo, pero todo lo que sentía era confusión y miedo. No debería estar aquí. No con él. Su mente, incapaz de evitarlo, volvió a aquel día, el día que lo cambió todo. Zoé. Si tan solo no hubiera confiado en ella, si tan solo no hubiera cerrado los ojos a lo que vio... Zoé, la perfecta e intachable Zoé, no era tan perfecta después de todo. Maya la había atrapado con Carlos, engañando a Oliver. Quiso enfrentarse a su prima, decirle lo que pensaba, pero Zoé había rogado que guardara silencio. "No lo entenderás," le había dicho Zoé, con lágrimas que parecían sinceras. Maya no entendió, pero tampoco dijo nada. Hablar con Oliver hubiera sido inútil. Él estaba cegado por el amor que sentía por Zoé, un amor que ahora se había transformado en odio hacia ella. Maya sacudió la cabeza, obligándose a regresar al presente. La voz de Oliver la sacó de sus pensamientos, cortante como una navaja: —¿En qué estás pensando? Ella levantó la mirada, atrapada por esos ojos azules que parecían querer absorberla, destruirla. Había algo cruel en su tono, algo que la hacía querer desaparecer. —¿Solo actúas como inocente frente a todos, criminal? —continuó Oliver, su sarcasmo venenoso perforando cualquier capa de fortaleza que Maya había intentado construir. Maya apretó los puños, intentando no responder. Sabía que era mejor mantenerse callada. Discutir con él sería como enfrentarse a una tormenta, y nadie ganaba una discusión con alguien tan decidido a odiarte. "Cómo desearía haber sido yo quien hubiera caído de ese acantilado en lugar de Zoé," pensó, con una punzada de desesperación que la atravesó. "Tal vez Oliver sería feliz ahora, y yo no estaría aquí recibiendo miradas llenas de odio ni amenazas." Sin embargo, las palabras no dichas se atoraban en su garganta, formando un nudo doloroso. Oliver siguió observándola, como si intentara desentrañar cada uno de sus secretos con una mirada. Oliver aún podía escuchar la voz de Zoé en su mente, aquel grito desesperado que había marcado el comienzo de su tormento. —Oliver, ayúdame, por favor. El recuerdo era tan vívido que lo sentía casi como si hubiera sucedido ayer. La impotencia de ese momento lo atormentaba, un dolor que nunca se desvaneció. Quería culparse a sí mismo, pero su corazón roto necesitaba un villano, y Maya era el blanco perfecto. Ella estaba allí, había sido la última en ver a Zoé con vida, y aunque las grabaciones demostraron su inocencia, para él seguía siendo responsable. Ella fue la razón por la que había perdido a la mujer que amaba. La voz del oficiante interrumpió sus pensamientos, devolviéndolo al presente. —Ahora los declaro marido y mujer. ¡Puede besar a la novia! Los aplausos y los gritos de "¡Beso!" llenaron el salón. La pequeña reunión, compuesta únicamente por los familiares más cercanos, estaba cargada de una atmósfera tensa, aunque el público mantenía las apariencias. Oliver sonrió a los presentes, proyectando la imagen de un esposo complacido, pero Maya sabía que detrás de esa sonrisa no había más que frialdad. Maya sintió que el mundo se detenía cuando Oliver dio un paso hacia ella. Su corazón latía con fuerza, y sus manos comenzaron a sudar. ¿De verdad iba a besarla? La idea de ese contacto la llenaba de nerviosismo y, aunque no quería admitirlo, de un extraño anhelo de que, al menos por un segundo, las cosas fueran diferentes entre ellos. Oliver colocó una mano en su rostro, sus dedos firmes, pero no agresivos. Maya, incapaz de sostener su mirada, cerró los ojos, esperando el contacto. Pasaron unos segundos, pero el beso nunca llegó. Cuando volvió a abrir los ojos, vio a Oliver acercándose lentamente, pero en lugar de besarla en los labios, dejó un beso ligero en su frente. Una burla evidente. Oliver se separó, y con una sonrisa sarcástica, murmuró lo suficientemente bajo para que solo ella escuchara: —¿De verdad pensaste que te besaría? Maya negó con la cabeza, desviando la mirada para evitar que él viera la vergüenza y la humillación en sus ojos. —No esperaba nada —respondió con la voz apenas audible. Oliver dejó escapar una risa suave pero cargada de cinismo, y luego se giró hacia los invitados, alzando las manos como si todo fuera parte de una celebración genuina. Los aplausos continuaron, mientras Maya se quedaba ahí, sintiendo cómo cada mirada parecía clavarse en su piel. Esto no era una boda. Era un espectáculo. Ella se obligó a mantenerse firme, recordándose que no podía permitirse el lujo de quebrarse frente a todos. Pero por dentro, el peso de la situación comenzaba a aplastarla. Sabía que lo que le esperaba no sería fácil. Oliver parecía disfrutar del control que tenía sobre ella, y esta boda no era más que el comienzo de lo que él había prometido: un infierno cuidadosamente construido. A pesar de todo, Maya hizo lo único que sabía hacer en situaciones así: mantenerse en silencio y esperar el momento adecuado para recuperar algo de control sobre su vida. Pero mirando los ojos de Oliver, supo que ese momento aún estaba lejos.
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