Era imposible para Rosa María escapar de aquel gran hombre de un metro con noventa y cinco de estatura en aquella ducha. Tampoco, la morena podía pasar desapercibido el hecho de que Henry en sus ya treinta y tres años, se había puesto mucho más atractivo. Aquel gallardo pelinegro, de espalda ancha, piel blanca como la leche, la cual estaba llena de lunares y pecas sobre su espalda, hacía que Rosa se derritiera por él cada vez que lo veía sin ropa. A su vez, en medio de ese fogoso beso, la morena no podía negar que también fantaseó en varias ocasiones por todos esos tres años, con él acorralándola en aquella ducha, ya que Henry siempre acostumbraba a hacer eso con ella cuando vivían juntos. Él hombre siempre la sorprendía para hacerle el amor, cosa que a ella le encantaba pero que con Andre
