Capítulo 2

3207 Palabras
2 Harper Su roce era como una droga, el cosquilleo que recorría mi cuerpo era muy familiar. ¿Que era una adicta a la adrenalina? Nunca lo había negado. Pero mi dosis durante los últimos dos años usualmente venía de ir a misiones de rescate y recuperación para la Coalición Interestelar. Más de doscientos cincuenta mundos, todos con civilizaciones. Océanos. Tormentas. Accidentes. En la Tierra trabajaba como una enfermera de emergencias. Lo había visto todo: desde heridas por bala hasta decapitaciones. Cuando los aliens aparecieron pidiendo guerreros y novias para la Coalición de la que la Tierra ahora formaba parte, me sentí impulsada a ofrecerme como voluntaria. Pero no como novia. Nada de eso. No sería una yegua de cría alien. Y no iba a disparar ningún arma. No era una luchadora, era una sanadora. Quería tener una aventura sin parejas dominantes ni batallas feroces. Quería ver lo que había allí afuera, en el espacio, en otros mundos. Teletranspórtame, Scotty. Así que me ofrecí como voluntaria, les dije lo que quería y acabé siendo asignada a esta extraña versión alien de un equipo paramédico de socorristas. La guerra con el Enjambre era interminable. Literalmente. Estas razas alienígenas habían estado en la guerra con el Enjambre desde hace siglos. Pero eso no significaba que nunca tuvieran emergencias. Desastres naturales. Ataques sorpresa. Nosotros íbamos después de cada batalla en este sector de la galaxia y seleccionábamos a los heridos; los ayudábamos a sobrevivir tras la lucha. A huir del Enjambre. Como sea. Era peligroso, pero me hacía sentir que estaba haciendo algo importante. Algo significativo, y no necesitaba dispararle a nadie. Mi equipo era humano, y seguíamos a las unidades humanas de combate por toda la Coalición como porristas asignados a un equipo de fútbol. Ellos luchaban y nosotros entrábamos luego. Nos enganchábamos a la parte de atrás del batallón Karter como sanguijuelas. Cuando los comandantes avanzaban, nosotros nos quedábamos por el tiempo suficiente para recoger el desorden. Eso suponiendo que la Coalición ganara. Si perdía, no quedaba nada que salvar. El Enjambre no dejaba material crudo atrás. Para ellos, mis hermanos y hermanas humanos, y demonios, cualquier guerrero de la Coalición que estuviese luchando, era como carne esperando para ser procesada. La mayoría de mi equipo de RecMed, o equipo de rescate médico, se ocupaba de los nuestros de la mejor manera posible. Seguro, un doctor prillon o una enfermera atlán se apresuraría a ayudar a un soldado terrícola caído, pero había algo sobre ver un rostro humano aquí, en el espacio exterior, que era importante para los guerreros que estaban en el piso sangrando. Muriendo. Extrañando su hogar con cada aliento que tomaban, y asustados de morir al otro lado de la galaxia. Ahora vivía aquí, en el RecMed Zenith, con el resto de mi equipo. Había ido a otros planetas y visto más razas alienígenas que la mayoría en este bar. Sin embargo, nunca había visto algo como él. Mi boca se hacía agua, y tenía ansias de tocar la barba incipiente en su mandíbula cuadrada mientras él tomaba mi mano. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba en pie, pensando y mirándolo como una muda, pero sus ojos nunca se apartaron de mi rostro. Rovo estaba completamente en el olvido. El bombón alien estaba absoluta y totalmente concentrado. En mí. En el pequeño rasguño en el medio de mi palma. —Deberías haber dejado que te curaran eso con una varita ReGen. No esperó que yo respondiese, simplemente sacó una de algún lado en sus pantalones, prendió la luz azul, y la agitó sobre mi palma. Había estado en el espacio por casi dos años, incluso había usado la varita sanadora con los heridos, y todavía no me acostumbraba al dispositivo de sanación. Era —junto con la más compleja cápsula de ReGeneración— milagroso. En cuestión de segundos, la herida en mi palma se cerró, se volvió rosa, y desapareció por completo. Antes había dolido, pero no sentía nada ahora. Estaba adormecido. —Gracias —dije, cuando apagó la varita. Aunque era amable, de algún modo se sentía incorrecto. Era incorrecto irme de aquí sin una marca o cicatriz cuando la imagen de Henry en aquel ataúd de transporte regresando a la Tierra seguía grabada con fuego tras mis párpados. —¿Por qué no te cuidaste? —preguntó. Noté un tono áspero en su voz, y aparté la mirada de nuestras manos unidas para alzar la mirada. —Era un rasguño. Le ofrecí un gesto de indiferencia con los hombros, y lo miré a los ojos. No podía apartar la mirada. No podía mentir. No quería hacerlo, así que me lo tragué y compartí mis sentimientos. Sí, sentimientos. Las cosas que ocultaba tan endemoniadamente bien. —Y necesitaba más el whiskey de lo que necesitaba un sanador. Él sacudió su cabeza lentamente, y su pulgar se movió de un lado a otro sobre la herida recién sanada. —Entonces me alegra haber estado aquí, para ocuparme de ti. Era tan serio. Su atención era adictiva, y la caricia me hacía estremecer del placer. No quería alejar mi mano de la suya. Un jodido lío. Eso es lo que era esto. Problemas. Y lo quería. Lo quería a él. Era tiempo de aligerar un poco las cosas, de disfrutar mi descanso entre misiones. No tenía mucho tiempo para tener una aventura con un hombre alien misterioso al que nunca antes había visto, que probablemente se iría en cuestión de horas y al que probablemente nunca más volvería a ver. ¿Una aventura? No. ¿Un rapidito? Quizás eso serviría. Pero estaba muy segura de que no quería estar en medio de una ardiente sesión de sexo con un desconocido y oír que las alarmas de la misión sonaran. Contén ese orgasmo, cariño. Tengo que irme... No me iría a mitad de nada. No con este tipo. Pero realmente quería ese orgasmo —o dos— que sabía que podría darme. No usaba el uniforme de alguna rama de la Coalición que yo conociese. Usaba ropas negras de cabeza a pies —incluso su cabello era tan n***o como el abismo. Tenía una gruesa banda plateada alrededor de un bíceps, pero sin variación alguna. Solo sus ojos tenían algo de color. Verdes. Era pálido, tal vez incluso más pálido que yo, lo que era sorprendente, pues yo era rubia nórdica por completo; tenía un padre irlandés, y la historia de la familia de mi madre remontaba a Noruega. Me quemaba solo de hablar sobre el sol. —Vaya suerte la mía. Le mostré mi sonrisa más evasiva. No era una experta en esto del coqueteo, pero tampoco era una virgen tímida. Esto no pasaría a más de un rapidito. Jamás lo vería de nuevo cuando escuchara la próxima llamada. Así que, ¿por qué no? Por ahora, tendría diversión, recordaría que era una mujer —incluso en mi uniforme insípido y unisex—, y que él era un hombre de verdad. Volteó su mano, uniendo nuestros dedos. —¿Tienes heridas en algún otro sitio. —No. La personificación del sexo no soltó mi mano. Era el espécimen masculino más increíble que había visto. Y había visto bastante. Los Ángeles estaba lleno de bombones; actores y modelos, surfistas y músicos. Venía de la tierra de los senos de silicona, del Botox y los implantes de glúteos, donde nada era real y todos eran hermosos. Y ninguno de ellos le llegaba siquiera a los talones. Los últimos dos años habían sido gratificantes, y agotadores. La mayoría de las personas quedaban consumidas al final de su servicio. Yo todavía no estaba cerca de terminar, pero estaba coqueteando seriamente con un desconocido alien, así que quizás estaba mostrando algunos signos de estrés de una manera completamente diferente. El sexo podría ser un buen calmante para el estrés. Especialmente con el doble alien de Joe Manganiello. Me daría orgasmos. Muchos. Entonces podría continuar con mi siguiente misión tan relajada y flexible como taffy de agua salada. Bajó la mirada y la pasó por todo mi cuerpo, haciendo que mis pezones se endurecieran debajo de mi uniforme verde intenso. El verde significaba medicina en la Coalición. Los doctores usaban uniformes oscuros, color verde bosque; mientras tanto, nosotros llevábamos esta versión más clara, como esmeraldas. El color hacía que mis ojos destacaran, según me habían dicho. Había una gruesa cinta negra que rodeaba mi torso. Claro, en las mujeres como yo, eso solo servía para resaltar la curva de nuestros pechos. Estaba segura de que si él la usara en vez de su inflexible cinta negra, haría que su pecho se viera más ancho. Como si eso fuese posible. Estaba diseñado como un tanque. Ladeó su cabeza, y se acercó más, inhalando profundamente. —Sigo oliendo sangre, mujer. Me parece que no te creo. Si fueras mía, te desnudaría y evaluaría cada centímetro de tu perfecto cuerpo para asegurarme de que estuvieras completamente bien. Eso me hizo sonreír. —¿No me crees? —Si estuvieras mintiendo, ocultándome algo tan importante como tu salud y tu seguridad, no te gustarían las consecuencias. —¿Consecuencias? Mi corazón dio un brinco al oír la palabra. Abrí mis ojos y esperé a que se explicara. Mi lengua salió para relamer mis labios, súbitamente secos. —Un castigo —dijo, mientras sus ojos seguían el movimiento. Me quedé boquiabierta. Debería haber estado asustada. Era un desconocido. Un desconocido alien, usando un uniforme de un planeta desconocido, estaba hablando sobre herirme potencialmente. Quizás podía leer mentes, porque dijo: —No lastimo a las mujeres. Las protejo, incluso, según parece, de ellas mismas. Una nalgada desde luego te recordaría que no hay secretos, que tu cuerpo es mío para cuidar, para adorar. ¿Acababa de decir nalgada? ¿Se refería a su enorme y cálida mano sobre mi trasero desnudo? ¿Por qué era tan ardiente esa idea? Me relamí los labios de nuevo. —¿Quieres adorarme? Sus ojos se oscurecieron. Mientras mantenía nuestros dedos entrelazados, enganchó su otra mano alrededor de mi cintura y me acercó más a él. —Lo que te haré... Se estremeció y se acercó, soplando sobre mi cuello con su respiración mientras su nariz rozaba la curva de mi oreja. No estábamos solos; la cantina estaba al menos medio llena, y sin embargo parecía que estuviéramos en nuestra burbuja personal. Una burbuja en donde todo lo que veía era a él. Todo lo que podía oír era su grave voz. —...Será grabarme cada una de tus suaves curvas. Encontraré los lugares que te hacen recuperar el aliento, que te hacen estremecerte del deseo. Probaré tu piel. Tu v****a. Y eso es solo el comienzo. Te adoraría con mi boca. Decir que la temperatura de la sala subió quedaba corto. Mi uniforme se sentía repentinamente incómodo, y tenía demasiada tela. Quería que su palma tocara la piel desnuda de mi espalda, y que preferiblemente se moviese un par de centímetros más abajo para que pudiese tocar mi... —¿Quieres saber que haría con mis dedos? —Se echó hacia atrás y bajó su mentón para que nuestros ojos se encontraran. Lo hicieron—. ¿O con mi pene? Tragué con fuerza. Mi boca se hacía agua al oír la mención de su pene. —Vaya, eres muy bueno con esto. —Mi voz tenía una calidad entrecortada que no reconocía—. Mis disculpas por haber pensado que no tenías estrategia. —¿De qué estrategia hablas? —preguntó, echándose hacia atrás y tirando de mí para sacarme del bar. Con mi mano en la suya, me llevó hasta un vestíbulo. Le dejé hacerlo, abandonando mi cerveza. El vestíbulo era corto, con una puerta al final iluminada con bordes blancos para indicar una salida de emergencia. —La de recoger mujeres. Con un rápido movimiento de su muñeca, mi espalda estuvo contra la pared, y él estaba presionado contra mí. Sentí cada duro centímetro de su cuerpo, y ahogué un gemido. Mis manos estaban por encima de mi cabeza, sujetadas por su firme y delicado agarre. Se inclinó sobre mí hasta que estuve completamente inmersa en su calor. Su mano libre descansaba sobre la curva de mi cadera, su roce era como un rayo entrando a mi cuerpo. No traté de apartarme. No quería hacerlo. Se sentía bien. Demasiado bien. —Asumo que esa frase se usa en la Tierra. Si quisiese recogerte, estarías sobre mi hombro. —Significa que lograste que estuviera aquí a solas contigo, y ni siquiera sé cuál es tu nombre. ¿Acababa de mirar sus labios? Sí. Sí, lo hice. Y quería saber cómo se sentiría tenerlos contra los míos, cómo se sentiría su sabor. Miré hacia arriba para verlo observándome intensamente. Sus ojos hicieron ese movimiento errante de nuevo; asimilaron mi boca, mi cuello, mis pechos. —¿Te gustaría saber mi nombre antes de que te bese? Mis bragas estaban arruinadas. Justo como mi autocontrol. —Un nombre estaría bien. Quizás dime de dónde vienes. Hizo lo de colocar mi cabello detrás de mi oreja de nuevo, y mis piernas se volvieron como de gelatina. —Me llamo Styx. Soy parte de la legión Styx en Rogue 5. Fruncí el ceño. Qué nombres tan extraños. —¿Una parte del planeta tiene tu nombre? Su dedo se deslizó por un lado de mi cuello para acariciar la línea de mi hombro de un lado a otro. Sus ojos siguieron la acción. —Rogue 5 es una base lunar. Yo soy el líder de la legión Styx, por lo tanto, el nombre es el mío. —Nunca he oído hablar de Rogue 5 —admití, ladeando mi cabeza para darle un mejor acceso. —No es parte de la Coalición. Eso sí lo sabía. —¿Entonces qué haces aquí? —Estoy aquí por una reunión con un socio comercial. La manera en la que dijo las palabras socio comercial me recordaba a un episodio de Los Soprano. Todo eso de Hey, conozco a alguien que... —¿Todos en tu mundo son tan salvajes como tú? Entonces sonrió, sus dientes eran derechos y blancos. —¿Crees que soy salvaje? Movió su pierna para que su rodilla estuviese entre las mías, y prácticamente estaba cabalgando su muslo. Mi boca se abrió, y él aprovechó la oportunidad para colocar la yema de su dedo en mi labio inferior. El roce era calloso, incluso mientras aplicaba la presión más suave, frotando de lado a lado con una deliciosa provocación. —Dime tu nombre. No era una petición, era una orden de un hombre alfa. Como nunca fui de las que cedían tan fácilmente, me incliné hacia adelante y me llevé la punta de su dedo a la boca, chupándolo. Una vez, dos veces, rocé su piel con mis dientes antes de soltarlo. Solo un pequeño pellizco para que supiera que no estaba domada. —Harper. Harper Barrett de California. Digo, de la Tierra. Bien, sonaba como una idiota. Pero no parecía importarle. Sus pupilas estaban tan dilatadas que sus ojos eran casi negros, y una vena palpitaba en su cuello. —Te probaré ahora, Harper. Ah. Vale. Esperaba algo lento, pero reclamó mi boca con un hambre que me hizo débil. No podía decir más, y no es que quisiera hacerlo. Había coqueteado, tentado e incluso provocado a un hombre salvaje y rebelde. No estaba sujeto a las reglas o consecuencias de la Coalición. Y por la manera en que me besaba, con una necesidad desenfrenada y una atención exquisita, sabía que hacía las cosas a su manera. Una manera que me gustaba mucho. También a mis pezones, y a mi clítoris, y a mi anhelante sexo. Sí. Lo imaginaba desnudándome aquí mismo, llenándome con su m*****o, embistiéndome con tanta fuerza que mi espalda chocara contra la dura pared. Sin embargo, era lo suficientemente caballeroso como para decirme sus intenciones, de manera que pudiera decir no, si es lo que deseaba. Que no era así. No, deseaba que continuara y que nunca se detuviera. —Algo falta aquí. La voz vino de mi izquierda, y me puse rígida porque no estábamos solos. Styx no reaccionó. Continuó explorando mi boca con un fervor que nunca había conocido antes. Pero era como si me hubiesen arrojado encima ese famoso cubo de agua helada. Me separé ligeramente. —Styx —murmuré, respirando audiblemente. —¿Hmm? —preguntó, pellizcando mi mandíbula con sus dientes. Volteé la cabeza para poder mirar a mi lado, y Styx tomó ventaja de esto, bajando su boca hasta mi cuello para que no pudiera apartar la mirada de nuestro espectador. Sí, estábamos siendo observados. Por un hombre muy enorme, y muy guapo. Era inmenso, como Styx, y usaba el mismo uniforme. La misma cinta plateada en su brazo. Pero mientras el cabello de Styx era más corto y de un color n***o oscuro, el de este hombre era plata; largo, liso y con brillo. No era gris, o rubio, o de algún color que yo hubiese visto antes. Y su cara era como perfección tallada, sus ojos de un color gris pálido. Lucía como un dios guerrero de una fantasía de Dragones y Mazmorras. No era real. Su sonrisa, mientras su mirada repasaba mi cuerpo y la mano de Styx inmovilizando mis muñecas por encima de mi cabeza, era pícara. Y amplia. Moví mis muñecas en señal de protesta y me quedé perfectamente quieta en los brazos de Styx. El juego había acabado. —Styx —repetí. No alzó la cabeza, solo siguió besando y lamiendo, incluso mordiendo mi mandíbula, luego mi oreja, y después a lo largo de mi cuello. —Ese es Blade. Extraña presentación, pero obviamente se conocían y se sentían lo suficientemente cómodos para tener una mujer entre ellos. —Es... esto, es un placer conocerte —dije, aunque no estaba muy segura de que esa fuese la verdad. Me moví con más fuerza, y solo entonces Styx alzó su cabeza con un suspiro. —No os detengáis por mí —dijo Blade, dando un paso adelante—. Me uniré a vosotros. Colocó una mano sobre mi mejilla; su caricia me derritió tanto como la de Styx. Era delicada. Maravillada. Y de repente me sentí muy... entre ellos. —Esto... —¿Mencioné que a Blade y a mí nos gusta compartir nuestras mujeres? —preguntó Styx. —¿Compartir? —pregunté con voz chillona, mi corazón estaba martilleando con tanta fuerza que temía que fuese a explotar. Los miré, sus diferencias eran como las del día y la noche. Como la sal y la pimienta. Como lo caliente y... lo caliente. Oh. Dios. Mío. —El doble de placer para ti. La promesa silenciosa de Blade cortó el aire con el filo que tenía su propio nombre. —Reclamaremos una compañera juntos. —Se inclinó, recorrió el lado de mi mejilla con su nariz e inhaló, justo como Styx había hecho—. Nuestra mordida te hará tan sensible, tan desenfrenada, que el roce más leve hará que te vengas. Una y otra vez. Sus ardientes palabras me hicieron estremecer, los calientes susurros entraban a mi mente como una droga. Estaba borracha con su atención, mi cuerpo estaba determinado a disfrutar del viaje incluso cuando mi mente discutía. Procesaba. Dos hombres. Al mismo tiempo. La idea no me asustaba tanto como debería haberlo hecho. Pero reclamar una compañera juntos. ¿Compañera? ¿Decían para siempre? Sabía lo suficiente sobre los otros guerreros aliens, como los prillones, atlanes, y el resto de estos machos alfa súper posesivos, para saber lo que significaba aquella palabra. —¿Compañera? —pregunté—. No, no soy una compañera. No soy la pareja de nadie. ¿Estaban locos? Solo quería un rapidito. Un buen rato. Un poco de diversión antes de volver a las tripas y la violencia y los mataderos. Lo de compañera apenas se había registrado en mi mente cuando la segunda parte de lo que había dicho se abrió paso a través de mi cerebro empañado por el sexo. —Espera. ¿Mordida? ¿Dijiste mordida? Pestañeando con confusión, miré a Blade, quien sonrió. Pensaba que lo había visto todo durante mi estadía en el espacio. ¿Pero esto? Jamás habría imaginado colmillos. Sí. Colmillos.
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