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Styx
Nuestra compañera parecía aturdida mientras Blade la acariciaba, besaba su piel, su cuello; pero no se opuso a mi fuerza. Cuando entró al bar, todo el aire que estaba en mis pulmones se había ido, como si acabaran de golpearme, y mi pene se endureció al instante. ¿Y ahora? Ahora no podía dejarla ir. La necesitaba así, con sus brazos por encima de su cabeza, su cuerpo abierto y confiado. Expuesto. Vulnerable.
Ella no comprendía esta conexión inmediata. Yo la reconocía, y sabía que las mujeres de la Tierra no. Especialmente una que no había venido por el Programa de Novias. Solo conocía a una mujer terrícola. Katie. Era hermosa y alocada, justo como Harper. Pero no me había hecho sentir igual. Ansioso, sí, pero no por ella. Ella le pertenecía a otro, a un cazador everiano que mataría por mantenerla consigo.
Ahora que tenía a Harper en mis brazos, comprendía aquella intensa necesidad de poseer y proteger. Harper nos pertenecía a Blade y a mí. No había duda. Era mía, y mataría a quien sea que tratara de separarla de mí, de lastimarla.
Como si hubiera sido hecha para mí, instintivamente me dio lo que necesitaba. Confianza Pasión. Su cabello dorado era como un beacon; sus ojos verdes tan expresivos que podía ver su alma. Lo veía todo en ellos. Su deseo, su miedo. No escondía nada, y la parte animal en mi interior había tomado una decisión.
Mía.
No habría discusión. Ni resistencia. No quería resistirme, la quería a ella. A su húmedo y caliente coño dándome la bienvenida mientras la llenaba. Quería oír sus gritos guturales de placer mientras la llevábamos a sus límites, haciéndola venir una y otra vez hasta que perdiera el control. Quería escuchar mi nombre saliendo de sus labios; no como lo había dicho ahora, sino con anhelo en su voz. Con afecto. Dulzura. Sabía que nunca me cansaría de sus labios, o del sabor de su whiskey terrícola en su lengua. Tendría que negociar con alguien por la programación del S-Gen para asegurarme de que tuviese la bebida disponible.
Vi como su mente daba vueltas y giraba, calculaba y trataba de averiguar qué queríamos, qué haríamos. Había venido por voluntad propia al vestíbulo conmigo, incluso si no comprendía por completo su deseo de ser mía. Podía ver la duda. Pensaba que estábamos locos —quizás que ella lo estaba, también—, haciendo promesas que suponía que no teníamos intención de cumplir.
Se equivocaba.
—Eres mía ahora, Harper.
Subí mi rodilla hasta la coyuntura de sus muslos mientras Blade la besaba, con una mano en su pecho, y la otra tocando su trasero redondeado.
Su suave gemido hizo que mi pene sufriera mientras veía a Blade saboreándola. Ella lo besó, abandonando toda resistencia. Sus débiles muñecas eran tan delgadas y delicadas que la sostenía como lo haría con un pájaro bebé, temeroso de romperla, y cada segundo mi mente calculaba todos los posibles resultados.
Blade la devoraba, su hambre ardía como la mía en el momento en el que había percibido su aroma. Ella se estremeció, derritiéndose por nosotros, sometiéndose ante nosotros, y sabía que había tomado la decisión correcta cuando Blade ofreció algo que nunca le habíamos dado a otra —nuestra mordida. Nuestra protección.
Para siempre.
Ella era Coalición. Su uniforme. El bláster a su costado. Todo era de uso común para los equipos de RecMed, los técnicos médicos y equipos de limpieza que entraban luego de una batalla para ayudar a los guerreros que podían ser salvados. Había estado en esos campos de batalla muchas veces; no para salvar vidas, sino para hurgar en busca de armas. Tecnología. Cosas que mi legión pudiese vender en el mercado n***o. Evitábamos cuidadosamente a ángeles curadores como ella. No estábamos allí para pelear, ni tampoco para salvar. Estábamos allí por necesidad.
Según los estándares de la Coalición, mi gente era criminal. Marginados. Zenith era un eje tanto para actividad civil como militar; le pertenecía a la Coalición, pero no era una base militar. El sitio existía en la zona gris entre lo que habría sido un mundo de utopía y la realidad. Realidad fría y cruel.
Mi mundo.
Blade la levantó con delicadeza, moviéndola para que su clítoris rozara mi duro y largo muslo una y otra vez, moviendo sus caderas con la constante presión y liberación de su firme agarre en su culo. Ella jadeó, apartando la boca de la suya mientras continuaba jugando con sus pechos y tocándolos con su mano libre; primero una, y luego la otra.
Ahora estaba temblando, con su pálida piel de un color rosa, sus labios hinchados, rojos, y listos. Anhelaba verlos expandiéndose alrededor de mi pene mientras follaba esa dulce boca, mientras reclamaba cada centímetro de su cuerpo.
—Esperad —dijo en medio de una respiración.
Blade y yo nos paralizamos, mirando a nuestra compañera y esperando que continuara.
—Esperad. Parad. Yo... esto es una locura.
No estaba indiferente. Más bien lo opuesto. Quizás su reacción la había asustado, quizás era demasiado fuerte.
—Querer lo que podemos darte no es una locura. Muchas mujeres en nuestro mundo han estado esperando por lo que te estamos ofreciendo.
—¿Muchas mujeres, eh? —Se mordió el labio y apartó su cabeza de nosotros—. Chicos, no soy una novia. Pensé que podría pasarla bien con vosotros. —Me miró a mí, y luego a Blade—. Pero vosotros sois endemoniadamente calientes. Podríamos tener algo de diversión, pero eso sería todo.
—¿Por qué?
Qué extraño. Se había sentido atraída al instante y se había atrevido a venir al vestíbulo conmigo por algo de privacidad. Incluso había dicho que estaba interesada en estar con los dos. ¿Ahora había cambiado de parecer? ¿La habíamos abrumado con nuestro discurso sobre el por siempre? No podía mentirle. Tenía la intención de hacer que se quedara conmigo, y necesitaba aceptar ese hecho tan rápido como fuese posible. Era mía.
—¿Por qué? Porque no estoy buscando un compañero. —Su mirada se dirigió hacia mí, y vi la confusión en sus ojos, la mirada ansiosa mientras se arriesgaba a mirar a Blade—. O dos.
Fruncí el ceño, preguntándome por qué se atormentaba con tanta resistencia. Había estado al borde de un orgasmo —solo por cabalgar mi muslo. ¿Por qué se había detenido? ¿Por qué se negaría un placer así? Quería verla viniéndose, quería ver sus ojos empañándose y perdiendo el enfoque. Saber que yo era la razón por la que había perdido el control. Quería que confiara en mí lo suficiente como para perder ese control; anhelaba esa intimidad, esa parte secreta y apasionada de ella.
—Tienes miedo —dije, analizándola de cerca. La compartiría con Blade, pero con nadie más. Blade era más cercano a mí que cualquiera de mis hermanos, y no confiaría en nadie más para ayudarme a protegerla—. ¿Te asusta tener dos parejas?
—Esto, no. Yo he... olvídalo. El pasado no importa.
Se volvió de un color escarlata brillante, su cuello y su rostro adoptaron un intrigante color rosa. ¿Avergonzada?
—¿Has estado con dos amantes antes? —pregunté.
Asintió, y mi sonrisa casi me dolió.
—Bien. ¿Entonces qué te asusta?
—No te lastimaremos —dijo Blade, inclinándose una vez más, rozando su mejilla con sus labios—. Te cuidaremos. Te protegeremos. Y te adoraremos.
Sacudió la cabeza, temblando en mis brazos.
—¿Sigues teniendo miedo? ¿De nosotros? —preguntó Blade.
—No. No de vosotros. ¿Pero de vuestros colmillos? ¿De que me mordáis? Eh, sí.
Trató de tirar de mi agarre en sus muñecas, y me negué a dejarla ir. No ahora, no cuando había descubierto cómo la reclamaríamos. Habría sido mucho más fácil si nuestra compañera fuese de Rogue 5, pero no. Teníamos que encontrar una mujer que no sabía nada sobre nosotros, ni sobre nuestra necesidad de morder a nuestras compañeras mientras la follábamos para reclamarla. De marcarla con nuestros dientes en la coyuntura de su cuello y hombro. La idea era mucho más intimidante con Blade y yo, pues la reclamaríamos juntos.
No todos los de Hyperion compartían compañeras. No había leyes en cuanto a esto. Demonios, no había muchas leyes en Rogue 5. Hacíamos lo que deseábamos dentro de nuestras propias reglas, reglas que debían obedecerse.
Reglas que yo hacía.
Reglas que quería romper. Por ella.
Blade inspiró su aroma, cerrando los ojos con un placer que ella no podía ver, mientras él la absorbía a sí mismo. Memorizaba su aroma, tal y como yo lo había hecho.
—No te morderemos aquí. Ni ahora. No en el pasillo trasero de una cantina.
—Así que dejaréis el acto vampírico para después. Oh, bien, eso me hace sentir mucho mejor. Eso lo arregla todo.
Cada una de sus palabras destilaba sarcasmo. ¿Y qué era un vampiro, por todos los dioses?
—No tengas miedo del reclamo. Para cuando enterremos nuestros colmillos en tu piel, estarás rogándonos que lo hagamos —susurró Blade en su cabello y ella se estremeció, con los ojos cerrados; el movimiento recorrió todo su cuerpo y el mío. Sí. Nos quería. Nos necesitaba. Necesitaba esto.
Ella bufó.
—Cuando termine mi servicio en la unidad de RecMed, me iré a la Tierra. Estáis llamando a la puerta equivocada con esto de uniones y cosas de mordiscos.
—No tienes miedo de nuestros dientes —dije—. Tienes miedo de ti misma.
Sus ojos se abrieron, y su mirada se encontró con la mía. Sí, vi el destello de vulnerabilidad, la sorpresa de que pudiese haber encontrado la verdad que estaba al acecho en su cerebro. Lo hacía bien, desviaba sus miedos a nuestros colmillos para ocultar su verdadera preocupación. Podría tenerle miedo a la mordida, pero le temía más a su atracción por nosotros.
—¿Tienes miedo de venirte? —preguntó Blade.
Cuando rodó los ojos, sabía que no estaba ni cerca de eso.
—Tiene miedo de venirse... por nosotros.
Ella cerró sus ojos con un suave suspiro. Sí, mis palabras eran mucho más acertadas.
—¿Te preocupa ser demasiado sensible? ¿Querernos demasiado? ¿No poder detenerte?
Nos ofreció una pequeña risa.
—Bien. Omitamos lo de los colmillos por ahora. ¿Cómo puedo sentirme tan atraída, tan excitada por un hombre alien que acabo de conocer en un bar? ¿Y su amigo? Me asusta un poco, sí. Ni siquiera os conozco. Así que esto, según la definición, es una locura total.
—No nos conoces... todavía.
Sus caderas se movieron.
—Lo sé. Solo que es...
Blade recorrió el exterior de su brazo con un dedo.
—¿Intenso?
Ella asintió contra la pared.
—Sois dos. Yo, esto... pensé que querría un rapidito, algo divertido para poder olvidar durante un rato hasta que me llamen de nuevo, ¿pero esto? Vosotros sois... intensos.
Ahora era mi turno de sonreír, sintiéndome complacido al oír que sentía esta... esta conexión entre nosotros tan abrupta y profundamente como nosotros. Mi mirada se dirigió a Blade, y no necesitamos palabras. Él lo sentía, también.
—Necesitas venirte —dije, viendo la necesidad, el anhelo en cada una de sus curvas, en cada respiración.
Ella asintió.
—No te follaremos aquí. Prefiero una cama. Y privacidad.
—Y tenerte a ti desnuda —añadió Blade.
Sus ojos la examinaron así como su mano, grabándose sus facciones.
—Eso también —añadí—. Pero necesitas esto, así que deja que tus compañeros te den el orgasmo que necesitas.
—No sois mis compañeros —replicó, resistiéndose de nuevo.
Suspiré internamente. Ella no era de Hyperion, ni siquiera de Rogue 5 en los exteriores de la luna. Era de la Tierra. Aunque Katie tenía una marca que la hacía una descendiente everiana, parecía que Harper era una terrícola pura y no comprendía de manera innata lo de tener un compañero. O dos. No iríamos a ningún lado presionándola con el tema de los compañeros ahora. No estaba bien hacerlo, especialmente cuando quería ver su rostro cuando encontrara su placer. Le daríamos lo que necesitaba aquí, y luego resolveríamos el problema del “compañero”. Y lo de la mordida. No tenía dudas de que volvería a mencionarlo más tarde, pero si era así de receptiva solo estando de pie en un pasillo, cuando la reclamáramos no tendría miedo. No pensaría en nada, solo en el deseo.
—Te vendrás —dije, bajando el tono de mi voz y pronunciándolo como una orden, no como una pregunta. Haría lo que yo dijera, incluso con esto.
Antes, sus ojos se veían un poco salvajes y estaban demasiado enfocados en lo que estábamos haciendo. Estaba en pánico. Pero luego de esas tres palabras, su mirada se encontró con la mía, sus pupilas se dilataron de una manera que la mayoría del color verde desapareció de ellos, y se enfocaron. En mí.