Ahora mismo solo puedo ver el camino espinoso. Me remuevo sobre la cama en la habitación de invitados de mi madre, que una vez fue mi propia habitación, un lugar que alguna vez me había brindado consuelo, pero que en este momento solo parece intensificar el eco de la tristeza, importancia y rabia que me embargan. Las paredes adornadas con fotos familiares y los rostros sonrientes de mi madre y yo me observan desde un pasado más simple. Ahora, cada imagen parece burlarse, recordándome que dejé todo atrás y aposté a nada porque lo había perdido todo. Había dejado atrás la casa que hasta hace nada compartí con Raphael, un hogar que había creído que sería un refugio. Pero la realidad terminó siendo mi cárcel, mi purgatorio personal por acciones que no había cometido. La memoria, tan caprichos

