La fiesta de los Chrysler

1070 Palabras
Había pasado como una semana desde la última vez que me bañé, y me sentía atrapada en un ciclo de pensamientos oscuros y solitarios. Estaba tirada en mi cama, con el rostro hundido en la almohada, cuando mi mamá entró de repente sin llamar. La puerta se abrió con un crujido, y ella se acercó a la ventana, abriéndola de golpe. —¡Es hora de que tomes un poco de aire fresco, Mía! —me dijo con un tono que no dejaba espacio a la discusión, mientras apartaba las cortinas. Miré hacia la ventana, el aire frío golpeando mi rostro y casi me sentí culpable por estar tan encerrada en mí misma. Pero, antes de que pudiera decir algo, mi mamá comenzó a sacar varios vestidos de una bolsa de lujo que llevaba consigo. Detrás de ella, estaba nuestro estilista personal, un hombre siempre impecablemente vestido que parecía ser la solución a todos nuestros problemas de imagen. —Tenemos algo importante que hacer hoy, querida —anunció mi mamá, sin esperar respuesta. Luego me miró con una sonrisa que no podía disimular el aire de autoridad—. Fuimos invitadas a la fiesta de los Chrysler, y necesito que te pongas lo más bonita posible. Mi rostro se endureció, y mi estómago dio un vuelco de ansiedad. No quería ir. No podía ir. —Yo no iré —respondí rotundamente, cruzándome de brazos y quedándome reclinada en la cama. No podía soportarlo. Ver a Logan de nuevo... no me lo podía permitir. Pero mi madre, sin inmutarse, me miró como solo ella sabía hacerlo. Esa mirada que te decía que no había opción, que no había forma de discutir. —No me hagas perder el tiempo, Mía. No tienes elección. Los negocios con los Chrysler son importantes para la empresa, y necesitas hacer lo que se espera de ti. No podía pelear con eso. Sabía que su imperiosa necesidad de mantener la buena relación con la familia Chrysler era más importante que cualquier cosa que yo pudiera querer. Así que, con un suspiro resignado, me levanté de la cama. El estilista se acercó, ya con los ojos puestos en mí, como si me estuviera analizando. —Vamos, Mía, no me hagas esperar. Este será un cambio rápido —dijo, con una sonrisa profesional, mientras sacaba los productos de maquillaje y peinados de su bolsa. Mi mamá, mientras tanto, observaba con una mezcla de determinación y orgullo. —Lo harás bien, cariño. Confío en ti. Sólo piensa en la importancia de todo esto. Y aunque mis pensamientos me gritaban que no quería hacer nada de esto, que no quería estar en esa fiesta, me vi obligada a seguir adelante, una vez más atrapada en el laberinto de lo que se esperaba de mí y lo que mi corazón no podía soportar. Me metí rápidamente en la ducha, sintiendo el agua caliente caer sobre mi cuerpo, pero mi mente seguía en otro lugar. Todo me parecía una obligación más, un paso que debía seguir sin poder detenerme. Mientras el agua me envolvía, intenté liberar un poco de esa presión interna, pero no funcionaba. No podía quitarme la sensación de que nada de esto tenía sentido, de que no tenía ganas de estar allí. Cuando salí de la ducha, Thom ya estaba esperándome con una toalla en las manos. Sin decir una palabra, comenzó a secarme el cabello, sus movimientos eran rápidos y seguros, como si estuviera acostumbrado a tratar con personas que no querían ser tratadas. Mi madre estaba sentada cerca de la mesa, mirando su teléfono, aparentemente calmada y segura de que todo saldría bien. Thom me arregló el cabello con delicadeza, como si quisiera que no me diera cuenta de lo que estaba haciendo. Me peinó con ondas suaves, pero las cosas seguían dando vueltas en mi cabeza, y no podía concentrarme en nada más que en la idea de que todo esto era falso, una mentira que debía representar, pero que no sentía. —Esos ojos... —dijo Thom con tono calculador mientras me maquillaba. Mi madre, sentada en una esquina, lo observaba atentamente, guiándolo en cada paso. —Haz que resalten, pero sin exagerar. —La voz de mamá era firme, como siempre. Sabía exactamente lo que quería. —Quiero que se vea natural, pero... que se vea radiante, como una joven con futuro. Como una mujer segura de sí misma. Mientras Thom aplicaba el maquillaje, mi mente vagaba. Ni siquiera sentía que estaba allí, en esa habitación, con estas personas que querían que fuera alguien más. Quería salir corriendo, escapar de esa vida que me sentía ajena, pero mis piernas no respondían. Thom terminó de maquillarme y luego me ayudó a ponerme el vestido. Mi madre observaba atentamente, esperando ver qué pensaba del resultado. Era un vestido elegante, ajustado en la cintura, que dejaba ver mis curvas, el color era un verde oscuro, sencillo pero llamativo. —¿Qué opinas, Mía? —preguntó mi madre, sonriendo con satisfacción mientras Thom ajustaba un poco el vestido en mis hombros. Yo solo la miré, sin mucho interés, y me encogí de hombros, un gesto que mostraba lo que realmente pensaba. —Está bien —murmuré, aunque mi tono de voz no reflejaba ni un poco de entusiasmo. Thom, con una sonrisa satisfecha, asintió mientras mi madre continuaba mirando mi reflejo en el espejo. —Sí, este es el vestido. Definitivamente es el que mejor resalta tu figura. Es perfecto para la fiesta. Yo ni siquiera podía mirarme al espejo. ¿Qué sentido tenía hacerlo? Todo lo que veía era una versión de mí misma que no reconocía, vestida para encajar en una vida que nunca elegí. Mi madre, por fin satisfecha con el resultado, me dio una mirada aprobatoria. —Vas a estar perfecta, Mía. Esta fiesta será importante para todos. Thom terminó de ajustar los detalles y se alejó con una sonrisa. Mi madre, al ver el reflejo de mi rostro vacío, dejó de hablar y se acercó a mí. —Sé que esto no es fácil para ti, pero confía en mí. Lo estamos haciendo por el bien de la familia. Lo que más me dolió no fueron sus palabras, sino lo que implicaban. Porque, en realidad, todo lo que quería era escapar de esa vida, y lo que veía frente a mí no era más que una versión de mí misma que no quería ser.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR