—Yo... En mí. Échalo en mí, Tony —jadeó Louise. Aceleró el ritmo, sujetando a Louise firmemente en su sitio y martilleándola. El escritorio se sacudió por el impacto, junto con sus nalgas, que se sacudían con cada aplauso. La madera crujió con fuerza y pronto las vigas de la mesa se unieron rítmicamente a sus embestidas. Tony estaba perdiendo ligeramente el control y se volvía más imprudente y desesperado. Louise soltaba un gemido cada vez que sentía su pesado saco golpear su punto sensible. Su placer también crecía hasta el clímax. Con un gemido inhumano, Louise tuvo un orgasmo más fuerte de lo que creía posible, arqueando la espalda, casi haciéndose un ovillo mientras un galón de potente y espesa crema inundaba su pobre v****a, derramándose y desbordándose, filtrándose por su agujero y

