🧑🏽‍⚖️EL JUICIO Y FLORES EN LA TORMENTA🧑🏽‍⚖️

2522 Palabras
EN CASA DE RENATA – UNA SEMANA DESPUÉS Renata hojeaba unos papeles en la cocina cuando el timbre sonó. Al abrir la puerta, encontró a una mujer joven, de cabello recogido y sonrisa amable. —¿Señora Renata Bianchi? —Sí… ¿en qué puedo ayudarla? —Soy la nueva trabajadora social asignada por el DIF para dar seguimiento al entorno familiar de la niña Cataleya Rinaldi. Renata parpadeó, confundida. —¿Seguimiento? ¿Por qué? No he sido notificada de ningún cambio. —A veces se hacen visitas sorpresa para corroborar el bienestar del menor. ¿Le molesta si entro? Renata dudó, pero luego asintió. —Pase. La mujer caminó por la casa observando con una mirada casi clínica: cuadros, juguetes, cocina, las tareas escolares de Cataleya sobre la mesa, las plantas bien cuidadas. Todo estaba en orden… pero Renata sentía una incomodidad nueva. Algo que le revolvía las entrañas.Cataleya apareció en la sala con su cuaderno en mano. —¡Mira, tía Rena! Dibujé a nuestra familia. La mujer se inclinó. —Hola, ¿tú eres Cataleya? —Sí —respondió la niña, tímida, escondiéndose un poco detrás de Renata. —Qué dibujo tan bonito… —dijo la mujer mientras lo observaba—. ¿Quién es esta persona aquí? ¿Es tu mamá? —No, es mi tía Rena. Ella me cuida. Mi mami y mi papi están en el cielo. —¿Y te sientes bien aquí? Cataleya la miró sin soltar a Renata. —Sí. Ella me quiere. Aquí tengo todo. La mujer anotó algo en su libreta. Renata, con voz firme, preguntó: —¿Podría darme su identificación, por favor? La mujer titubeó un segundo. —Por supuesto. —Sacó una credencial y se la extendió. Renata la tomó. Su intuición seguía gritándole que algo no cuadraba, pero no halló nada irregular en el nombre. Sin embargo, decidió algo en ese instante: iba a llamar personalmente a la oficina del DIF. —Gracias por la visita. ¿Desea algo más? —No, eso sería todo por hoy. Gracias por su colaboración. Renata cerró la puerta apenas la mujer se fue y tomó su celular. —Hola, ¿sí? Necesito hablar con la directora del departamento de custodias especiales. Es urgente. EN UNA CAFETERÍA DEL CENTRO – MISMA TARDE Margot bebía su café con una sonrisa sutil mientras su celular vibraba. Un mensaje corto del mismo número anónimo: “Primer paso hecho. Se ve muy limpia, pero vamos a seguir hurgando. Empieza la guerra de desgaste.” Ella respondió con un solo emoticono: un reloj de arena. —Te vas a hundir poco a poco, Renata —susurró, sin poder disimular el brillo maligno en sus ojos—. No voy a ensuciarme las manos… al menos, no todavía. AL DÍA SIGUIENTE – CASA DE RENATA Renata recibió la confirmación que temía: no había ninguna trabajadora nueva asignada a su caso. El nombre en la credencial no existía. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. De inmediato activó el sistema de cámaras del jardín, llamó al abogado de la familia, y duplicó el contacto con el colegio. Luego se sentó en el sofá, con Cataleya en brazos, mientras la niña leía un cuento. —¿Tía Rena, por qué estás seria? —Porque a veces, mi amor… hay que estar atentas para proteger lo que se ama. Cataleya la miró con ojos grandes. —¿Me estás protegiendo? Renata asintió, sonriendo con ternura. —Siempre. Hasta cuando tú no lo ves. Y en su interior, una promesa se tejía con la fuerza de una madre que no lo era por sangre, pero sí por todo lo demás: Nadie te va a arrebatar de mí, Cata. Nadie. EN UNA CALLE OSCURA – ESA NOCHE El hombre al que Margot había contratado, vestido con ropa común, caminaba hacia un auto estacionado. Otro sujeto lo esperaba adentro. —¿Y bien? —Nada aún. Esa mujer es más sólida que una roca. La casa, el entorno, los informes… todo impecable. —¿Y los antecedentes? —Sin manchas pero estoy metiendo presión por otra vía. Ya planté rumores en la escuela yen dos días haremos que lleguen facturas falsas a nombre de servicios no pagados. Vamos a ensuciarla aunque no lo esté. El otro asintió. —Margot paga bien. —No lo hago. Pero si quiere guerra sucia, se la vamos a dar. EN LA HABITACIÓN DE CATALEYA – MISMA NOCHE La niña dormía plácidamente, abrazada a su peluche favorito. Renata se sentó en la esquina de la cama, acariciando su frente con delicadeza. Miró hacia la ventana. El viento movía las cortinas con suavidad, pero a Renata le pareció oír otra cosa entre susurros. Una promesa lejana. Una amenaza vestida de perfume antiguo. Margot. *SEMANAS DESPUES* La sala del juzgado de familia estaba impregnada de una tensión palpable. Renata, con el rostro sereno pero los ojos enrojecidos, sostenía la mano de Cataleya, quien, vestida con su uniforme escolar, observaba todo con una mezcla de curiosidad y temor. Margot, impecablemente vestida, mantenía una expresión de falsa humildad, mientras su abogada hojeaba los documentos preparados con meticulosa precisión. JUEZ: —Iniciamos la audiencia para determinar la custodia legal de la menor Cataleya Rinaldi Bianchi. ABOGADA DE MARGOT: —Su señoría, mi clienta, la señora Margot Rinaldi, es la tía biológica de la menor. Tras el fallecimiento de sus padres, considera que es su deber moral y familiar hacerse cargo de su sobrina. Presentamos informes psicológicos y sociales que respaldan su capacidad para brindarle un entorno adecuado. JUEZ: —¿La señora Renata Bianchi tiene algo que decir? RENATA: —Su señoría, he cuidado de Cataleya desde que sus padres fallecieron. Ella es feliz, está bien adaptada en su escuela y entorno. Tengo documentos que demuestran que Franco y Andrea me designaron como tutora legal en su testamento. JUEZ: —Entiendo. Procederemos a revisar los informes presentados. El juez examinó los documentos detenidamente. Tras una pausa que pareció eterna, levantó la vista. JUEZ: —He revisado los informes y documentos presentados. Sin embargo, he recibido información adicional que cuestiona la autenticidad de algunos de estos documentos. Además, el bienestar de la menor es primordial. Por lo tanto, y basándome en el principio del interés superior del niño, se otorga la custodia provisional a la señora Margot Rinaldi, con la condición de que se realicen evaluaciones periódicas para asegurar el bienestar de Cataleya. Renata sintió como si el suelo se desvaneciera bajo sus pies. Cataleya, confundida, miró a su tía. CATALEYA: —¿Tía Rena? RENATA (con voz temblorosa): —Todo estará bien, mi amor. Siempre estaré aquí para ti. Margot, por su parte, esbozó una sonrisa apenas perceptible, sabiendo que había dado un paso más hacia su objetivo. La sala comenzó a vaciarse lentamente. El sonido de los pasos sobre el mármol parecía un eco distante en el corazón de Renata. Se quedó sentada, inmóvil, con la vista clavada en el sitio donde minutos antes estaba el juez. Cataleya apretó su mano. CATALEYA (confundida): —¿Me tengo que ir contigo, tía Margot... ya? MARGOT (inclinándose hacia ella, forzando dulzura): —Solo será por un tiempo, mi amor. Vamos a llevarnos bien. Verás que en mi casa también hay espacio para la risa. Cataleya bajó la cabeza. No respondió. No hubo risa en su rostro. RENATA (mirando a Margot, conteniendo las lágrimas): —Déjame despedirme de ella a solas. Por favor. MARGOT (alza una ceja, luego asiente con gesto teatral): —Tienes cinco minutos. Afuera me espera el chofer. Margot se giró, dejando detrás el eco de sus tacones. La puerta se cerró.,Renata se arrodilló ante la niña, tomándole el rostro con ambas manos. RENATA (voz quebrada): —Cataleya… esta no es una despedida, ¿me oyes? Esto es solo una curva más en el camino. Yo voy a seguir peleando por ti. No te voy a dejar sola. CATALEYA (con los ojos llenos de lágrimas): —¿No hice algo malo? RENATA (abrazándola fuerte): —¡No, amor! Tú no hiciste nada mal. Esto no es tu culpa. Es el sistema el que a veces no escucha con el corazón. Pero yo sí te escucho. Y sé que tú también me escuchas a mí. CATALEYA: —Yo quiero estar contigo… Renata respiró hondo, acariciando el cabello oscuro de la niña. RENATA: —Entonces grábate esto en tu corazón: voy a luchar por ti. Todos los días. Hasta que estés de vuelta en casa. Donde perteneces. La puerta volvió a abrirse. Margot apareció en el umbral. MARGOT (impaciente): —El tiempo se acabó. Cataleya miró a Renata por última vez. Luego, con pasos lentos y pesados, se acercó a Margot. Renata no pudo moverse. El corazón le latía tan fuerte que le dolía. CATALEYA (volteándose antes de cruzar la puerta): —¿Me vas a visitar? RENATA (traga saliva, firme): —Cada vez que me lo permitan. Y te llamaré, y escribiré. Nunca te voy a soltar, Cata. La niña asintió, mordiendo su labio para no llorar. Margot le tendió la mano a su sobrina. Cataleya dudó, pero finalmente la tomó. La puerta se cerró detrás de ellas. Renata quedó sola en la sala. Sus rodillas temblaban. Se dejó caer en una de las bancas de madera y por fin permitió que las lágrimas corrieran. No solo de rabia. No solo de impotencia. Era el miedo lo que más dolía: el miedo a lo que Margot pudiera hacerle a esa niña tan sensible, tan viva. En el pasillo, Margot caminaba erguida, orgullosa. Cataleya iba a su lado, en silencio. Al llegar al auto n***o que las esperaba, Margot se agachó frente a ella. MARGOT (fría): —Primera regla: no se llora frente a extraños. Segunda: obedeces sin preguntar. Tercera: tu tía Renata ya no está. Cuanto antes lo entiendas, mejor para las dos. Cataleya la miró. No dijo nada. Pero en sus pequeños ojos se encendió una chispa. No de rebeldía, aún. Pero sí de conciencia. Subieron al auto. El chofer cerró la puerta con un golpe seco. RENATA Y SU ABOGADO GIORGIO Horas más tarde, en la oficina de su abogado, Renata sostenía una taza de té que no había probado. RENATA (voz ronca): —¿Cómo pudieron ignorar el testamento? ABOGADO: —Margot presentó una impugnación de última hora alegando que Franco y Andrea firmaron bajo presión. Dicen que tenemos que esperar la validación completa del documento notarial. Hay irregularidades... o eso dicen ellos. RENATA (furiosa): —¡No hay ninguna irregularidad! ¡Franco me lo dijo en vida! ¡Esa niña no quería a Margot cerca! ABOGADO (serio): —Lo sé. Y vamos a apelar. Esta batalla no está perdida, Renata. Pero tenemos que jugar con las reglas de ellos. Presentar nuevas pruebas. Buscar testigos. Evaluar a Cataleya en el entorno de Margot, si es necesario. Renata se frotó las sienes. RENATA (susurrando): —No puedo esperar meses… Si Margot la daña... ABOGADO: —Tú conoces a Cataleya. Es fuerte. La enseñaste a ser libre. No la vas a perder. Confía en eso. Y en mí. Esa noche, en su apartamento vacío, Renata se sentó frente al cuarto de Cataleya. Todo seguía igual: la lámpara con estrellas en el techo, los dibujos pegados a la pared, la cama sin arrugas. Abrió un cuaderno de la niña. En una de las páginas había un dibujo reciente: las dos juntas, con una flor en el centro y un corazón que decía "hogar". Renata cerró los ojos. Y prometió, en silencio, que recuperaría ese hogar. Primer día sin Cataleya El reloj marcaba las 07:14 a.m. Renata ya estaba despierta. No porque tuviera cosas que hacer, sino porque no había podido dormir. Las paredes del apartamento se sentían vacías, como si incluso los muebles guardaran silencio por respeto a la ausencia. La taza de café le temblaba en las manos. RENATA (en voz baja, a sí misma): —Hoy debería estar ayudándote con el uniforme… recordándote que te abrigues… viendo cómo haces trampa con el desayuno... El sonido de su teléfono rompió el aire. Era un mensaje de su abogado: “Tengo un contacto con un perito familiar que puede evaluar el entorno de Margot. Si encontramos algo… podemos mover la custodia de forma urgente. ¿Nos reunimos hoy?” Renata respondió sin dudar: “Sí. A la hora que digas.” Se levantó. No podía darse el lujo de quedarse rota. La única manera de abrazar a Cataleya otra vez… era pelear. Cataleya: Nueva casa, nuevas reglas La casa de Margot olía a desinfectante y perfume caro. Todo estaba perfectamente ordenado, al punto que daba miedo tocar cualquier cosa. Cataleya caminaba con los pies pegados al suelo, como si el más mínimo ruido fuera a despertar algo dormido en las paredes. Margot ya estaba vestida, impecable, con un batido verde en la mano. MARGOT (sin mirarla): —Levántate y vístete. Tienes clases particulares a las ocho. Y más vale que no me hagas quedar mal. Cataleya obedeció. Subió al cuarto que le habían asignado: espacioso, pero impersonal. Las paredes eran blancas. No había juguetes. Solo una cama, un escritorio y una lámpara. Ni una pizca de su vida anterior. Al vestirse, notó que una caja pequeña estaba sobre el escritorio. Era su cuaderno de dibujos. El que Margot había dicho que “olía a infancia inútil”. Cataleya lo abrió. Dentro, una nota doblada: "Donde sea que estés, pinta tu verdad. Yo te voy a encontrar. Tía Rena." La niña sonrió por primera vez en horas. Tomó su lápiz y comenzó a dibujar: una mariposa escapando de una jaula. Renata: Estrategia con el abogado. En el despacho, Renata miraba con atención a la perito: una mujer de mirada firme y voz tranquila llamada Laura Benedetti. LAURA: —Mi tarea será ingresar a la casa de Margot bajo una visita técnica. Observar. Preguntar. Provocar. Ver cómo reacciona la niña, cómo responde el entorno. RENATA: —¿Cataleya puede decirte que no está bien? LAURA: —A veces lo dicen sin palabras. Lo dicen con el cuerpo, con los dibujos, con los silencios. ABOGADA: —Si encontramos negligencia emocional, o un entorno hostil, podemos solicitar una medida de protección inmediata. Renata asintió. Sus ojos ya no eran los de una tía dolida. Eran los de una mujer dispuesta a incendiar el sistema por recuperar a la niña que amaba. Cataleya: Primer intento de resistir En la cena, Margot observaba a Cataleya con ojos calculadores. El silencio entre ambas era una cuerda tensa. MARGOT: —¿Sabías que tus padres cometieron un grave error dejando todo en manos de tu tía? Cataleya no respondió. MARGOT (burlona): —¿Qué tenía para darte? ¿Un apartamento de segunda? ¿Un perro callejero? ¿Abrazos sin estructura? Aquí aprenderás a ser fuerte. A merecer tu lugar. CATALEYA (voz baja): —Yo ya tenía un lugar. Margot la miró con frialdad. Tomó su copa de vino y sonrió con veneno. MARGOT: —Ya no. Esa noche, Cataleya escondió su cuaderno bajo la cama. En una de las páginas escribió: “La tristeza tiene voz. Y está gritando.” 
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