Una nueva semana comenzaba y con ello… trabajo. ¿Quién a sus dieciocho años tiene que trabajar tanto? ¡Por favor! Era muy agotador estar todo el día corriendo de un lado a otro con tacones de quince centímetros. Si no estaba ejercitándome, estaba en una sesión de fotos, en una entrevista, en algún evento, o en la academia, y era tan difícil…
- Tienes la vida regalada, Bella, no sé de qué te quejas – dijo Harry con la boca llena, luego de morder una manzana.
- A penas y tengo tiempo para comer – le arrebaté la manzana de la mano y le di un mordisco, luego se la devolví y él me quedó mirando raro.
- ¿Qué almorzaste hoy? – preguntó siguiéndome con la vista, mientras yo daba vueltas porque estaba muy nerviosa. Tenía una entrevista con el diseñador Kalle, de Kalle & Mutt en una hora.
- Nada – murmuré por lo bajo. Siempre que no comía, Harry se ponía odioso. Y como supuse, él rodó los ojos y se cruzó de brazos.
- ¡Estás muy delgada!
- Que me regañes no me hace engordar – repliqué. – Además no importa, porque tengo me mantenerme así, o no conseguiré el contrato.
- Cuando dices “así” – hizo las comillas. – ¿Te refieres a “en los huesos”? – gruñó de vuelta. Yo tomé aire profundamente. ¡No tenía tiempo para discutir sobre mi peso con Harry!
- No importa – agarré mi bolso, dispuesta a salir del salón. Me tomó de un brazo y me volteó bruscamente.
- No lo vale, Bella. Estás bajo el peso requerido para los catálogos. Kalle & Mutt explota a sus modelos y lo sabes, son una marca estupenda, pero son de las peores personas con las que he trabajado. – dijo muy seriamente. ¡Harry jamás hablaba enserio!
- Necesito el contrato – me tembló un poco la voz, por ello desvié la vista, mi hermano me conocía demasiado bien.
- No es cierto. Necesitas detenerte a pensar lo que le estás haciendo a tu cuerpo antes de que sea tarde. – soltó pasando por mi lado y saliendo del salón.
Las dependencias de Kalle & Mutt eran el lugar más asombroso que alguna vez pisé en mi vida. Tres edificios en medio de los suburbios, con un estupendo jardín de forma triangular en medio. Atravesé el umbral del primer edificio, con las manos sudorosas y el paso apresurado. Me acerqué al mesón de informaciones y la secretaria me reconoció antes de siquiera dejarme saludar.
- ¡Bella Summers! – se puso de pie inmediatamente.
- Hola – me limité a decir.
- El señor Kalle Fordwood te está esperando. – sonrió la mujer, al tiempo que me indicaba las escaleras a su derecha. Asentí en forma de agradecimiento y me dirigí a ellas, pero enseguida la secretaria me alcanzó. – Apuntaba el elevador, Bella – me jaló hasta la puerta del elevador y presionó el botón rojo. – No querrás subir diez pisos con esos tacones Gucci. – guiñó un ojo y se fue de vuelta a su escritorio. Suspiré intentando liberar algo de tensión y las puertas del elevador se abrieron.
¡Estaba tan condenadamente nerviosa! Iba a conocer a Kalle Fordwood. Era una leyenda, pocas personas tenían el honor de poder tener una cita para hablar con él… Y yo, la afortunada, seguía temblando y sudando de los nervios.
“Contrólate Bella.”
Acomodé mi cabello, cuando el elevador marcó el piso nueve y tomé una gran bocanada de aire antes de improvisar una sonrisa de genuina seguridad en el rostro. Las puertas se abrieron en la planta diez y me encontré en el recibidor, que era amplio y fabuloso.
Las paredes estaban tapizadas en fotografías de las mejores modelos de Kalle & Mutt. Y algún día mi retrato estaría ahí…
- Señorita Summers – otra mujer me sonrió y saludó con una leve inclinación de cabeza.
- Buenas tardes – musité controlando a duras penas el temblor de mi voz.
- Sígame por favor.
Atravesé el recibidor tras de ella hasta un par de puertas de madera oscura al final de un corredor. Tragué saliva sonoramente y me obligué, una vez más, a sonreír con confianza plena.
Ella abrió la puerta y me dejó entrar al despacho más increíble de la historia. Me quedé con la boca medio abierta al contemplar todo aquello.
- Bella… – Kalle se puso de pie inmediatamente, y sentí que me desmayaría o algo. Era un hombre de unos cincuenta y tantos, de cabello color chocolate, hasta los hombros, simplemente perfecto. Tenía grandes ojos azules y era muy alto. – Te estaba esperando.
- Sí, es… es un gusto señor Fordwood – alcé la mano para saludarle pero él la ignoró completamente y se volteó para caminar hasta su enorme silla de cuero púrpura. La mujer salió dejándonos solos y yo no supe si debía moverme o… hablar.
- Ven, acércate – apuntó la silla frente a su escritorio. – ¿Has traído tus datos? – preguntó arreglando sus lentes sobre el puente de su nariz.
- Sí, por supuesto – rápidamente revolví mi bolso y le di un informe con mis datos físicos.
- Metro setenta y cinco, blah blah… – leyó todo con una expresión de desinterés en el rostro. – Espera. – se detuvo y me miró con el ceño fruncido. – Ponte de pie.
- Claro – me puse de pie inmediatamente.
- Da una vuelta – ordenó, y eso hice.
- Aquí dice que pesas cincuenta y tres kilogramos – alzó una ceja. – El máximo para mis modelos es cincuenta.
Tragué saliva sonoramente.
- Y tú quieres estar en la semana de la moda, ¿no? Porque si es así, mis diseños no van a entrarte. Demasiadas caderas, demasiado busto. Esto no es un catálogo de revista ni un desfile del centro comercial. Esto es alta costura, pasarela internacional. Y cincuenta y tres es demasiado.
- Sí, bueno, Grace Parkhill tiene un mínimo de cincuenta y cinco para las modelos que miden lo que yo. Estoy bajo el peso que ella exige. – mi voz sonó algo rasgada, por los nervios.
- Yo no soy tu tía – musitó de manera dura. Contuve la respiración unos segundos. – Y mi máximo para las modelos de tu estatura es de cincuenta. Así que, Bella Summers, o bajas tres kilos en catorce días, o no hay semana de la moda para ti.
Tropecé en con el escalón de la entrada, porque la cabeza me estaba dando vueltas. Casi tambaleándome sobre los tacones llegué a la oficina de la tía Grace.
- ¡Bella! – sonrió en grande al verme y me dio un caluroso abrazo. – ¡Cuéntamelo todo! Apuesto a que Kalle estaba fascinado contigo, y es decir, ¿Quién no?
Me volvieron a temblar las piernas e improvisé la milésima sonrisa del día.
- Fue asombroso – mentí. – Kalle es muy amable. Y está encantado como dijiste.
- Me alegro tanto – suspiró ella, luego miró su reloj de pulsera y pegó un pequeño salto. – Llegas tarde. Harry y los chicos ya empezaron con la clase y no estás ahí. ¡Corre!
No me dejó tiempo de protestar y prácticamente me empujó de vuelta al corredor.
Cuando llegué al salón de los chicos, mi hermano me lanzó una mirada furibunda, mientras que Josh sonreía y Hans pretendía que yo no estaba ahí.
- Lamento la tardanza – le susurré a Harry. Éste se limitó a mirarme y seguir con las instrucciones.
- Como decía – se dirigió a las novatas. – La primera sesión oficial, será al aire libre mañana. Hoy tomaremos fotos de estudio, de sus rostros. Yo me encargaré de ocho de ustedes, Hans de seis y Josh de otras seis. Nombraré a las que deben venir conmigo a este extremo del salón. Jane Gidwood, Elizabeth Walter…
Harry nombró a las ocho novatas y ellas le siguieron hasta una esquina del salón que estaba preparada para las fotografías de rostros. Hans nombró a otras seis y Josh a otras seis y se dividieron, guiando a sus grupos hasta sus lugares.
Seguí a Harry para mi típico ejemplo. Me senté en la silla de madera, con el fondo blanco a mis espaldas y Harry con su cámara frente a mí.
- Serán tres tomas. – explicó mi hermano. – Sonriendo. – el flash me bañó mientras esbozaba una sonrisa radiante. – Algo más seria. – miré a la cámara, levantando un poco el mentón con una expresión seria. – Y la última, de perfil. – me volteé y Harry tomó la última fotografía. – Muy sencillo. Gracias Bella.
Repetí el mismo proceso de demostración con el grupo de Josh, quien, aunque parecía algo nervioso, capturaba excelentes tomas.
Y finalmente me acerqué con cautela a Hans, quien parecía haber empezado sin mí.
- ¿Necesitas ayuda? – pregunté mirando por sobre su hombro, las fotografías que tomaba. Me miró de reojo, con algo de evidente desagrado. Resoplé mentalmente.
- ¿Te parece que la necesito? – gruñó por lo bajo. Vale, resoplé de verdad.
- Sí – me puse por delante de la cámara. – No estás capturando lo que se supone, organizamos el sábado. Sonrisa, seriedad y perfil.
- Me parece demasiado básico – espetó. Las chicas nos miraban e intercambian comentarios en voz baja. ¡Todavía más molesto!
- Pues por ahí se empieza. Solo queremos fotografías de prueba, te lo expliqué – me crucé de brazos, conteniendo el impulso de abofetearlo. Él rodó los ojos y se quitó un mechón de cabello de la frente.
- Bien – dijo alzando la barbilla. – Que la señorita perfección nos dé una demostración de cómo hay que posar para una fotografía. – soltó con una mueca de desprecio. Me limité a guardar silencio, y me senté en la silla. Hans tomó las tres fotografías correspondientes.
- Así es como se hace – le sonreí a las chicas, y ellas asintieron devolviéndome la sonrisa. – Déjame ver – me acerqué a la cámara y él se hizo a un lado para que viera las fotos.
No eran lo que habíamos acordado. La primera era una toma de mi sonrisa, y aunque era una fotografía excelente, no estaba bien. La segunda fotografía enfocaba solo la parte derecha de mi rostro, y en la última no aparecía mi perfil, sino mi cuello y mis hombros. Todas en blanco y n***o. No sabía si golpearlo por desobedecer una orden directa, o sentirme muy halagada porque las fotos eran impresionantes.
Le dirigí a Hans una mirada furiosa… y él esbozó una sonrisa, una sonrisa de autocomplacencia.
- Te gusta hacerme enojar – dije entre dientes. – Que no se repita.
- No te aseguro nada. – susurró con voz grave.
Lo empujé con el hombro antes de salir de la sala con el corazón latiendo desbocado en mi pecho.