Carmela pensó que él era mucho más perceptivo de lo que había imaginado. Aun cuando no podía explicárselo, ni siquiera a sí mismo, presentía que ella no temía que la obligara a casarse con el Príncipe y que, de algún modo lograría zafarse del compromiso. Era la primera vez que el Conde se sentía intrigado ante alguien que se encontraba bajo su autoridad y su larga experiencia como líder le permitía comprender que ella no era lo que aparentaba ser, aunque no encontraba una explicación lógica. Como Carmela consideró que sería un error permitir que él siguiera cavilando acerca de ella, se apresuró a decir: —Me rehúso a preocuparme por ahora y espero que no hayas olvidado que habíamos quedado en ir al lago a pescar, como cuando eras pequeño. —No lo había olvidado, pero creí que tú sí. —¿Q

