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Secretos en la oficina

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matrimonio bajo contrato
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Oficina/lugar de trabajo
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Descripción

Valentina Ríos es una joven ambiciosa que entra como asistente a una de las firmas más importantes del país. Lo que parecía un simple trabajo temporal se convierte en el inicio de una peligrosa red de secretos, traiciones y pasiones. Su jefe, Leonardo Estrada, es tan brillante como misterioso, y detrás de su fachada de hombre intocable, esconde heridas del pasado... y un secreto que podría destruirlo todo.Lo que ninguno imagina es que una decisión del pasado de Valentina está a punto de regresar para cobrar su precio. Y cuando el amor empieza a florecer entre el caos, el mayor enemigo está más cerca de lo que creen.

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Capitulo 1
Capítulo 1: El ascensor El sonido de sus tacones resonaba con fuerza por el pasillo de mármol. Valentina Ríos tenía veintiséis años, una hoja de vida impecable y el corazón latiéndole como si fuera a escaparse de su pecho. Nunca había estado tan nerviosa. Ni siquiera cuando presentó su tesis frente a un jurado de abogados impasibles. Pero esto… esto era diferente. Estaba a punto de comenzar a trabajar en Estrada & Asociados, la firma jurídica más prestigiosa del país. El tipo de lugar donde un error podía costarte la carrera… o incluso más. Llevaba semanas preparando su atuendo, su discurso de presentación, hasta su peinado. Pero cuando se vio reflejada en las puertas metálicas del ascensor, no pudo evitar sentir que no encajaba del todo. ¿Quién era ella, una chica del barrio Belén con una madre costurera y un padre ausente, para caminar entre gigantes? Las puertas se abrieron y entró sola al ascensor. Pulsó el piso 17 y respiró hondo. —Tú puedes, Valen… no tartamudees, no mires al suelo, no digas estupideces —susurró para sí misma. Pero justo antes de que las puertas se cerraran, una mano se metió entre ellas. Era masculina. Firme. Elegante. Las puertas se abrieron nuevamente y entró un hombre. Alto. De traje n***o perfectamente entallado. Corbata azul marino. Perfume caro. Mirada fría. Rasgos afilados. Podría haber sido modelo, pero su postura y el aura que lo rodeaba hablaban de poder, de control… de peligro. —Buenos días —dijo sin mirarla. —Bue… buenos días —balbuceó Valentina, odiándose por sonar insegura. Silencio. Ella fingía mirar su celular, aunque su pulgar ni siquiera tocaba la pantalla. Él se quedó de espaldas, impasible, mirando el número de piso avanzar. 12… 13… 14… De repente, sin previo aviso, el ascensor se detuvo bruscamente. Las luces parpadearon y se apagaron. —¿Qué demonios…? —susurró él, presionando el botón de emergencia. Nada. Ni un sonido. Solo oscuridad. Valentina contuvo la respiración. El silencio era tan denso que casi podía tocarlo. Pero antes de que el pánico se apoderara de ella, la luz de emergencia se encendió. Roja. Tensa. —¿Estás bien? —preguntó él, mirándola por primera vez. Sus ojos… eran intensos. Un gris oscuro con destellos metálicos. Casi hipnóticos. —Sí… solo un poco nerviosa. Es mi primer día —respondió con una sonrisa forzada. Él la observó por unos segundos. Su mirada bajó a su carnet colgado del cuello. —Valentina Ríos. Nueva asistente del área legal —leyó en voz alta, con una ligera curva en los labios—. Mala suerte para ti que te haya tocado esta firma. Aquí los leones no dan la bienvenida, devoran. —¿Y usted es…? Él extendió la mano. —Leonardo Estrada. Director general. Valentina sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. ¡El mismísimo dueño de la firma! Y ella había estado atrapada con él en un ascensor durante casi cinco minutos, balbuceando como una niña asustada. Él soltó una leve risa al ver su expresión. —Relájate, Ríos. Si sobreviviste al ascensor, sobrevivirás al resto del edificio. En ese instante, el ascensor volvió a moverse. Las puertas se abrieron en el piso 17. Leonardo salió primero, sin volverse a mirarla. —Nos vemos en la junta de las nueve —dijo antes de desaparecer por el pasillo. Valentina respiró hondo. No sabía si acababa de ganarse una oportunidad… o un enemigo. Lo que no imaginaba era que aquel encuentro era solo el primero de muchos. Y que Leonardo Estrada no solo escondía secretos… sino que había una razón muy oscura por la que la había contratado. Valentina no podía dejar de pensar en él. Leonardo Estrada no era lo que había imaginado. Había leído su nombre en los periódicos, lo había visto en entrevistas hablando sobre ética empresarial y liderazgo. Pero nada de eso había preparado su cuerpo —ni su mente— para el impacto que él causaba en persona. Ese hombre caminaba como si el mundo fuera suyo. Y quizás… lo era. Cuando entró a la sala de juntas, todos ya estaban sentados. Había al menos quince personas alrededor de una mesa de madera oscura, impecable. Todos con tabletas, trajes elegantes, sonrisas medidas. Valentina se sintió como una intrusa. Hasta que lo vio. Leonardo estaba al otro lado de la mesa, con una mano en el mentón y la otra sosteniendo un café. Su mirada la encontró de inmediato. Directa. Sin parpadear. —Bienvenida, señorita Ríos —dijo en voz alta, sin apartar los ojos de ella. Todos giraron a verla. Valentina deseó desaparecer. —Gracias… señor Estrada —respondió con voz más firme que la que esperaba de sí misma. Él asintió apenas. Luego desvió la mirada y continuó con la reunión. Durante toda la junta, Valentina tomó notas como si su vida dependiera de ello. Pero había algo que no podía evitar: cada vez que alzaba la vista, él ya la estaba mirando. No de forma vulgar. No con deseo inmediato. Lo suyo era más… analítico. Como si estuviera estudiándola. Como si supiera algo de ella que ni ella misma conocía. --- Horas después, mientras organizaba algunos expedientes en su pequeño escritorio, una nota fue dejada junto a su teclado. Sin remitente. Solo un post-it elegante, con letra firme y masculina: “Oficina 1704. 7:00 p.m. No llegues tarde.” Valentina sintió un vuelco en el estómago. No decía su nombre. No estaba firmada. Pero supo, sin lugar a dudas, que era de él. --- A las 6:58, estaba parada frente a la puerta. Dudando. Tal vez era una trampa. Tal vez estaba imaginando cosas. Tal vez ese hombre poderoso solo la veía como un peón más en su ajedrez empresarial. Pero algo en su instinto le decía que eso no era cierto. Tocó dos veces. La puerta se abrió sola. Él estaba dentro, sin saco, con las mangas arremangadas y una copa de vino en la mano. —Pasa. Cierra la puerta —dijo sin moverse. Ella obedeció. El corazón le palpitaba en la garganta. —¿Sabe que podría meterlo en un lío por esto? —bromeó, intentando quitarle tensión al momento. —¿Por invitar a una empleada a hablar en mi oficina? —respondió él, con una media sonrisa—. Solo vamos a hablar. ¿Te asusta? —Un poco —admitió, sin rodeos. Leonardo dejó la copa sobre el escritorio y se acercó. Lento. Deliberado. —Yo no soy un hombre que se acerque a alguien sin motivo, Valentina. Y tú no eres una asistente cualquiera. En esta oficina hay docenas de mujeres brillantes… pero ninguna me mira como tú lo haces. —¿Y cómo lo miro? —Como si supieras que escondo algo. Y como si te gustara. Valentina sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Él estaba tan cerca que podía contar los latidos acelerados de su propio corazón. El aroma de su perfume la envolvía. Sus ojos no mentían: la deseaba. Pero también la estaba poniendo a prueba. —No vine aquí a jugar —dijo ella. —Ni yo —respondió él, bajando la voz. Hubo un silencio tenso. Cargado. Entonces, él extendió la mano y tocó un mechón de su cabello. —No tienes idea del problema en el que te estás metiendo, Ríos. —Tal vez sí —susurró ella, sin retroceder. Y entonces, sin más preámbulos, la besó. No fue un beso suave. Fue uno de esos besos que te roban el aliento, que desordenan pensamientos, que te hacen olvidar quién eres y por qué llegaste ahí. Ella respondió sin pensarlo, con la misma intensidad. Como si lo hubiera estado esperando desde siempre. Pero justo cuando sus manos se entrelazaban, la puerta se abrió de golpe. —¡Leonardo, tenemos un probl…! Una mujer elegante, de unos cuarenta años, se quedó congelada en la puerta al verlos. Valentina se separó de inmediato. Leonardo no se inmutó. —Hola, Clara —dijo él, con la misma calma con la que daría un discurso—. Te presento a Valentina Ríos. Mi nueva asistente. Clara lo miró. Luego la miró a ella. Sus ojos ardían de furia. —¿También vas a arruinar a esta como a mí? La puerta se cerró con fuerza tras su salida. Valentina no entendía nada. Pero algo en su interior le decía que ese beso no era el comienzo de un romance… sino el principio de una guerra

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