Devora
Solo vi una mancha baja y con sobrepeso acercándose en mi espejo retrovisor. Luego miré molesta el último mensaje en mi celular y asumí que ese retraso me obligaría a quedarme más tiempo del que correspondía en mi turno.
La puntualidad y las señales de tránsito no eran lo mío y estaba por excusarme al respecto.
—Estoy segura de que se va a reír cuando escuche lo que acaba de pasarme—el oficial frunció el ceño y sonreí aún más—. Un animal venía siguiéndome. No cualquier animal, algo así como una leyenda urbana. Pienso que quizás era el chupacabras, corría de una forma...extraña. Imagina el pánico que sentí y que me hizo, por vez primera, ignorar las leyes de tránsito.
Levantó solo un poco la mirada hacía mi y luego volvió a ver mi licencia y papeles que se acomodaban en su libreta con stickers de los Power Rangers. Una interesante combinación, pude hacer muchas bromas al respecto, pero era muy pronto.
—Señorita... ¿Está bajo las influencias de...?
—Por favor, a esta hora ni siquiera empiezan los happy hour. Deme un poco más de crédito.
—...las drogas? —puse los ojos en blanco y acomodé mi casco intentando demostrar las ganas que tenía de recibir mi multa y acelerar nuevamente—. Esto no es una carretera. Hay colegios y hospitales cerca ¿Entiende eso?
—Le dije que lo entendía. Manejo aquí desde los dieciocho años y créame, aún no he atropellado a nadie. Ni humano ni leyenda urbana. No me he divertido tanto como imagina—terminó de escribir en su libreta y me entregó mis papeles y el de la multa para provocarme un infarto al ver los cinco dígitos—. ¡Oh, vamos! ¿No cree que es exagerado?
—Largo de aquí.
—Gracias—dije entre dientes—. Maldito país.
—¡La escuché! —giré la llave y fingí que no estaba a punto de levantarle el dedo del medio —. Pues vuelva al suyo, señorita.
—¡Soy norteamericana! —mordí mi lengua reteniendo ahí el "imbécil"—. Imbécil come donas.
Sí, lo dije de todos modos y el doble de peor.
Aceleré y solo le di una mirada por el espejo al policía más racista y obeso de la historia y, ahora, el más irritado. Honestamente, no sabía por qué Dios y la sociedad seguían poniéndome a prueba: era una persona fácil de irritar y caer en los insultos.
*
Seguía irritada al respecto cuando llegué al bar. No me detuve en saludar a nadie y recibí mi uniforme maldiciendo entre dientes.
—¿Qué te sucedió? —Andrea me miró con detención y sonrió—. Tu ceño está tan fruncido que podría partir tu frente en dos.
—Me acaban de sacar una multa por manejar demasiado rápido cuando ni siquiera venía a cien.
—Devora—mientras le hacía un nudo a mi blusa, vi su expresión condescendiente—. Tus cien en realidad son ciento cincuenta.
—Solo cállate.
—No sé por qué te molestas tanto ¿No salías con una policía? Ella puede borrar eso de tu expediente.
Solté un bufido lista para excusarme.
—No he sido novia de todas mis conocidas.
—¿Ella no era tu novia?
—No, solo lo hicimos un par de veces—soltó una risa y le apunté la barra—. Muy bien, estamos en el trabajo así que vamos a trabajar como las personas serias y dedicadas que somos.
Apenas salimos a la barra, la luz blanca y la música noquearon mis sentidos, pero nada me evitaba escuchar a las clientas demandando tragos, atención especial y uno que otro comentario inadecuado.
—¿A qué hora termina tu turno, Dev? —sonreí sin responder. Las mujeres eran un caso serio ahí—. ¡Oh, por favor! No te hagas de rogar. Te estoy invitando a la mejor fiesta de la costa este.
—¡Por favor!—exclamé divertida—. La mejor fiesta de la costa este seguramente la tiene New York y no nosotros—me levantó una de sus delineadas cejas y reí al comprender—. ¿Es en New York?
—Pues claro. Tenemos el helicóptero en el Hilton. ¿Qué me dices?
—Que no so soy tan elegante. Estaría fuera de mi lugar—me volteé a atender a otro grupo que seguía muy de lleno en la carta—. ¿Qué van a pedir?
—Ya sabes qué van a pedir—miré de reojo a Leticia Gates y sonreí ante su provocación—. ¿En serio tienes que hacer este número de la chica irresistible cada noche?
—Bueno, esto no es un número. Yo despierto así—sentí los aplausos alabándome, pero que parecieron molestar aún más a mi pequeña rival—. ¿Tú no te cansas de la provocación?
—Un segundo ahí, chicas ¿Esto es lo que creo que es? —Andrea se interpuso entre las dos y le mostró a la clientela su tatuaje del brazo con el lema del juego—. ¡Hasta la última gota!
La miré molesta por seguir sometiéndome a ese espectáculo en que conseguía atención a cuestas de mí.
Además ¿Con qué clase de orgullo presumía un tatuaje tan feo? Era casi igual de malo que la mariposa que me hice en la parte baja de la espalda y que, por ende, me llevaba solo a usar jeans altos.
En menos de tres minutos, mi trasero en jeans altos estaba acomodado sobre la barra y yo cuestionaba mi incapacidad de estar ahí simplemente trabajando como cualquiera de mis compañeras durante un viernes por la noche.
Pero no. Yo debía estar con un ojo puesto en el reloj y el otro en mi contrincante.
Me esforcé en tragar con el mismo control que tenía sobre mi respiración. Esperaba no verme como si estuviese a punto de morir porque Leticia Gates y su obsesión por retarme para luego ser humillada estaba a tres sorbos de ahogarse. Asumía que yo lo manejaba bien debido a varios años de entrenamiento.
A punto de considerar postular al libro de récords Guinness, me encontré viendo el techo del bar y parte de mi botella alzada verticalmente. En otras palabras, la victoria casi era mía.
—¡Bebe! ¡bebe! ¡bebe! ¡bebe! ¡Si!
Andrea me chocó los cinco mientras yo levantaba la botella de cerveza vacía hacia la multitud que celebraba el espectáculo de media noche.
No era gran cosa, pero en ese selecto grupo de personas había que sentirse orgullosa de la capacidad de lanzarse botellas con otra bartender y luego beberse una entera.
No era mucho, pero era trabajo honesto.
La mayoría del tiempo.
*
Mi turno estaba por acabar en un par de horas, pero probablemente me quedaría un poco más.
No era como si tuviera muchos planes ni deseos de irme a casa. Extrañaba muchísimo la vida hogareña que perdí hace un par de años, pero eso no se lo diría a nadie.
Tenía una reputación que mantener.
—¿Recuerdas a Candice Mc.Algo? —dejé de mirar la pista y me volteé a ver a mi compañera de trabajo, Chocolatito, que acababa de llegar a tomar su turno—.¿La recuerdas o no?
Estuve a punto de resistir y no seguirle la corriente en ese juego sucio y cruel que teníamos en común.
Nos recordábamos alguna chica de nuestro pasado. Fingíamos no conocerla hasta que la otra la apuntaba en el medio de la pista de baile. Luego de eso, era prácticamente obligación soltar algún detalle de esa relación o, en mi caso, revolcón.
Esa noche en particular no quería alargar el juego con la duda y la demencia de siempre.
—Candice McKiley. Veintiocho años. Le gustan las puestas de sol y el sexo en el auto. Debo mencionar que en el auto de su marido ¿Cierto? —Chocolatito soltó una ruidosa risa y me apuntó la barra del VIP. Justo ahí, estaba sentada Candice—. Oh no.... ¿Que no tiene una vida?
—Sí, una vida que se resume a venir a verte en caso de que vuelva a tener suerte—reí y seguí limpiando la copa hasta sentir a mi compañera animándome—. Ve a hablar con ella. Necesitas distraer tu mente. Has estado como una ola depresiva ¿Qué diablos te pasa?
—No distraeré mi mente con Candice. Es un ser humano, no mi diversión—me miró cuestionándome y continué—. Además, escuché que fue mamá hace un par de meses. No es lindo meterse en problemas así. Aunque sus pechos se vean increíbles ahora.
Mirándola a lo lejos levanté mis manos simulando cómo sería tocar un par de sandias exprimibles.
—Siempre evitando las preguntas, Dev.
Besé su mejilla y me fui en dirección a mi barra en el VIP. Casi podía sentir la mirada de Candice sobre cada paso que daba y vi su decepción mucho antes de sentir un grito a mis espaldas que me evitó avanzar.
—¡Dev, espera! —divisé a Kelly corriendo entre la multitud y sacudiendo un manojo de llaves en el aire como si se tratara de un pañuelo—. Llévale estas llaves a Megan. Está en el estacionamiento.
—¡Muy bien, muy bien! Devora servicio completo—me entregó las llaves junto con un delicado beso en la mejilla que me hizo sonreír—. Te ves linda hoy.
Kelly siempre se veía linda, sin importar si llevaba o no ropa. Había chicas así de suertudas.
—Desearía decir lo mismo, pero sabes que te ves sexy como un demonio, Dev.
Evité su coqueteo de la forma más amable que pude y salí al estacionamiento para buscar a Megan.
Mi mente estaba en otro lado o, mejor dicho, en otra persona. Una pelirroja y de mala actitud a la que, hace menos de una semana, amenacé con ponerle una orden de alejamiento luego de haberse colado en mi departamento con una copia no permitida de mi llave.
Allison.
Vivía con su recuerdo día a día, pero las últimas semanas, desde nuestra última pelea, ella estaba en mis pensamientos a cada segundo. Nada ni nadie me despistaba de ella.
Quería explicarme a mí misma por qué seguía tan obsesionada con desenterrar temas del pasado que no le hacían bien a ninguna, pero no era la única navegando en esas aguas porque ella también sabía mencionar cosas que creaban un desastre en mi cabeza.
Sentía cierto sentimiento de culpa por todo lo que pasó entre nosotras. Al parecer eso pasaba al madurar y darse cuenta de los errores, pero ninguna maduraría lo suficiente como para intentar resolverlo.
No había vuelta atrás y ninguna doblegaría su orgullo, pero yo era la única que perdía desde que ella se volvió tan lista a la hora de manipularme con lo que más amaba en el mundo.
*
Minutos más tarde, luego de pensar en cómo había cambiado mi situación con los años y casi perderme en el estacionamiento, me encontré a Megan junto a su auto.
Estaba fumando un cigarrillo y parecía sacada de una película por toda la pose, el humo y la arrollante sensualidad que la caracterizaba. Cuando me vio, dejé de mirarla como su más grande admiradora y ella levantó sus brazos dándome permiso para correr dramáticamente hacia ella y la oferta de tabaco gratis.
—Me leíste la mente, Meg—besé su mejilla y me entregó su cigarrillo mientras se sacudía el frío del cuerpo—. Kelly quiere que te dé estas llaves ¿De qué son?
—La bodega del VIP. Es la única que funciona. La otra puerta está bloqueada y alguna de estas diez llaves debe ser la de la puerta trasera. Tengo la jodida misión de descubrir cuál es ¿Te unes a la aventura?
Reí y negué con la cabeza para luego entregarle las llaves. Ni siquiera quería pensar en lo agotador que sería para ella encontrar la premiada de entre al menos quince llaves, pero no me quedaría a ayudar.
De repente sentí que tenía muchos planes en mente cuando vi un Audi blanco estacionándose a unos metros.
—Esa zorra no tiene nada mejor que hacer—gruñí entre sorprendida y cabreada.
—¿Qué zorra?
Le apunté el auto justo antes de que Teresa Michaelson bajara de él. Podía asegurar, con cada uno de mis sentidos, que Megan frunció el ceño más que yo y se sentía bien no ser la única odiándola.
Normalmente no entregaría mi energía y paciencia en crear una rivalidad con otra mujer, pero esta en particular parecía pedir enemigas a gritos.
Había tres razones para odiar a Teresa Michaelson. La primera era que la muy zorra golpeaba muy fuerte para ser una chica de los barrios de élite. La segunda era que solo iba al bar para ver cuántas idiotas caían a sus pies.
Y la tercera era que, lastimosamente, yo había caído en esos pies. No me enorgullecía en lo absoluto, pero juraría que a ella sí.
Megan se burló al recordar esa oscura situación que a mí no me causaba ninguna gracia. A cada recuerdo que ella mencionaba, yo seguía sin dejar de ver a Teresa mientras se inclinaba en la puerta del copiloto, prácticamente gritando.
—¿A quién traerá?—preguntó Megan—. Siempre viene sola o se encuentra con las demás aquí.
—Tal vez a otra zorra.
El cigarrillo se acabó justo cuando Teresa jaló fuera del auto a una rubia recién salida de mis sueños. Fue tanta la sorpresa que tragué incluso el humo que contenía en mi boca.
Megan golpeó mi espalda mientras el humo me salía hasta por los oídos haciéndome parecer una mocosa con su primer cigarrillo. Generalmente, tenía más clase que eso.
—Así que la zorra luce bien ¿No?
—Demasiado bien—respondí—. Tanto que ni la mala compañía la eclipsa.
La seguí con la vista mientras se ocultaba detrás de Teresa y miraba asustada a su alrededor como si estuviese a punto de ser atacada por algún depredador.
Quizás.
Me levanté del capó del auto, sacudí mis manos y caminé hacia la salida de emergencias con Megan gritando a mis espaldas.
—¡Devora! Solo es una niña. No seas tan mala.
—Me conoces, Megan. No le haré nada que no le guste—la escuché reír a la distancia suficiente como para que ella no me escuchara susurrar—. Y podría ser una dulce venganza contra mi amiga Teresa. La mejor venganza que yo vaya a probar.
*
Teresa y su amiga ya habían entrado cuando yo me escabullí por la salida de emergencias. Estaban de pie en la entrada, solo mirando a varios lados sin saber por dónde empezar.
Su amiga parecía ser más joven. Con esa actitud hasta podría jurar que era menor de edad y yo estaba a punto de meterme en problemas con la ley.
Por segunda vez en el día.
—¿Aló?
Miré a Chocolatito acomodar su celular entre su hombro y oreja mientras seguía preparando un mojito.
—¿Cuál es tu película de terror favorita? —buscó a través de la multitud y me miró molesta cuando me encontró—. Lo siento, no puedo resistirme a las bromas telefónicas.
—¿Ni por más malas que sean? —asentí sin vergüenza y la escuché suspirar—. ¿Qué quieres? Debe ser algo raro para que me hayas llamado por celular estando a diez metros de distancia.
—Me conoces tan bien. Podría llorar.
Chocolatito aceptó de mala gana y me quedé en mi barra mirando desde la distancia a la amiga de Teresa.
Era una Barbie andante. Había que concederle eso. Sin embargo, parecía tan incómoda y fuera de lugar mientras se abrazaba a sí misma y frotaba sus manos sobre sus codos solo con el fin de hacer algo.
Podría apostar mi vida a que no tenía idea qué estaba haciendo ni qué haría, pero yo sí. Ella tenía toda mi atención y yo lograría tenerla toda la noche.