Llegada a Shadowfang
El motor se apagó y, por un instante, solo se escuchó el viento entre los árboles.
El camino de tierra se extendía detrás de ella, bordeado por pinos que se alzaban como centinelas silenciosos. Frente a sus ojos se levantaba el pico más grande de la cordillera: Shadowfang. Impresionante, casi intimidante, como si la montaña misma la evaluara.
Respiró hondo, apoyando la frente contra el volante. Otra oportunidad, se repitió. Otra vez para empezar de nuevo, para no dejar que el pasado la arrastrara.
Abrió la puerta y el aire del bosque la golpeó, fresco y húmedo. Por un instante cerró los ojos y sintió que el suelo bajo sus pies tenía vida propia, ya no estaba en un lugar donde las leyes de la ciencia y la justicia humana dictarán las normas.
Una camioneta negra apareció levantando polvo, y un hombre bajó con paso firme, sonrisa franca y mirada directa. Su porte era relajado, pero al mismo tiempo transmitía autoridad, sus casi dos metros de altura intimidaban a cualquiera, para su suerte sabía con certeza que él era solo una fachada aterradora.
—Avelyn Kaine, ¿cierto? —dijo, extendiendo la mano—. Jarek Thorne, Beta de la Manada Shadowfang. El Alfa Rhydan Revik me pidió que viniera a recibirte.
Ella devolvió la sonrisa, nerviosa pero genuina.
—Gracias… espero no haber llegado demasiado tarde.
—No te preocupes —respondió él con una risa baja—. El tiempo acá se mueve distinto. Además, siempre es bueno tener sangre nueva… sobre todo si va a trabajar en un proyecto del Alfa.
Jarek la ayudó con las valijas hasta una cabaña de madera escondida entre los pinos, con la vista del valle extendiéndose hasta el horizonte. El interior era cálido: el fuego encendido, aroma a madera recién cortada, la sala tenía un espacio perfecto, acogedor y hogareño, el resto de la cabaña de madera tenía el mismo estilo.
—La casa es tuya mientras dure el trabajo —explicó—. Todo lo que necesites, pedilo. Y si ves lobos grandes rondando… no te asustes. Algunos prefieren esa forma cuando patrullan.
Ella asintió, mezcla de alivio y nervios.
—Haré lo posible por no entrar en pánico.
Cuando Jarek se marchó, se dejó caer en el borde de la cama. Subió el pantalón de la pierna derecha y dejó que sus dedos recorrieran la prótesis, la fría unión de metal con su piel. Todavía dolía; le recordaba todo lo que había perdido… y todo lo que había sobrevivido.
—Estoy bien —susurró para sí misma, aunque sonó más como un ruego que como una afirmación.
Más tarde, explorando la cabaña, se acomodó junto a la ventana, observando el bosque teñirse de sombras. Las preguntas sobre Rhydan y su reacción rondaban en su mente. ¿La vería como alguien débil? ¿Como una amenaza?
Bueno realmente pensaba más en la primera opción, ya que ella jamás fue una persona de valentía o guerrera, siempre se destacó más en las matemáticas que en los ejercicios físicos y ahora ya no podía dar el cien por ciento de si, ya no estaba completa.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía respirar. Tal vez podía empezar de nuevo, aunque doliera.
Al día siguiente, el aire olía a tierra húmeda y madera recién cortada, con una mezcla de flores y aromas que no lograba identificar del todo.
Decidió conocer el centro de la Manada, la zona donde se concentran comercios y vida social. Sabía que los Shadowfang no eran hostiles con humanos, pero tampoco éramos del todo bienvenidos, ya que como en la mayoría de casos los humanos no quisieron ser amigos de los Lobos desde el primer día.
Caminó por la calle principal, observando los locales de artesanías, panaderías y cafés. El murmullo de conversaciones se mezclaba con el canto de pájaros y algún aullido lejano. Todo parecía normal… hasta que notó que todos los ojos la seguían.
Era imposible ignorarlo. Cada lobo que cruzaba su camino la miraba con curiosidad, y algunas, con intensidad. Se sintió expuesta y decidió refugiarse en una pequeña cafetería de madera, sentándose cerca de la ventana, donde podía ver la plaza central de los territorios. Pidió un café y trató de concentrarse en él, ignorando las miradas.
En silencio cayó frente a ella y antes de que se diera cuenta se sentó en la silla.
Al levantar la vista, lo vio: Rhydan Revik.
El Alfa estaba sentado frente a ella, sin avisar, con una presencia que llenaba el espacio. Sus ojos oscuros no parpadeaban mientras la estudiaban; un escalofrío recorrió su espalda.
—Buenos días —dijo con voz grave.
La garganta de Avelyn se secó.
—Eh… hola —balbuceó, sintiendo que el corazón le latía con fuerza.
Rhydan se acomodó, cruzando un brazo sobre la mesa. No sonrió, no hubo amabilidad innecesaria; solo esa mirada que lo decía todo: “esto es mío”, aunque no lo pronunciara.
Ella cruzó los brazos, creando una barrera invisible.
—Bueno… supongo que puedo acostumbrarme a esto —dijo, intentando ironía.
Él ladeó la cabeza, evaluándola. La tensión que emanaba era palpable; no le gustaba que ella estuviera allí, pero tampoco podía apartar la mirada. Y ella, por su parte, quería ver cómo reaccionaría, aunque fuera un instante.
El café llegó para ambos, humeante. Avelyn lo sorbió, intentando calmarse. Justo entonces, un cachorro apareció entre las sillas. Curioso, se acercó y, en un parpadeo, se transformó en un niño humano, de unos ocho años, perfectamente vestido.
—Hola —dijo Avelyn con una sonrisa—. ¿Estás perdido?
El niño respondió tímidamente, sus ojos buscando a sus padres, que lo observaban desde otra mesa. Se relajó y suspiró de alivio, lo único que le faltaba era que el primer día estuviera en la búsqueda de un niño perdido.
Al volver la vista, Rhydan seguía allí, firme, observándola con la misma intensidad que al entrar. La cercanía de su cuerpo hizo que su respiración se acelerara ligeramente, aunque intentó mantener la calma.
—Supongo que te preguntas… cómo funciona esto —dijo finalmente—. La ropa, me refiero.
Avelyn frunció el ceño, sorprendida.
—¿La ropa?
—Cuando un Lobo cambia de forma, su ropa no se rompe ni desaparece. No es magia común… —hizo una pausa, midiendo su reacción—. Las Hechiceras hicieron un sello especial. Cada transformación se mantiene uniforme, sin dañar lo que llevamos puesto.
—Hechiceras —repitió ella, fascinada—. Nunca imaginé algo así.
Rhydan aceptó su curiosidad sin perder compostura.
—No todos las conocen personalmente. Su trabajo asegura que podamos movernos entre formas sin problemas. Eso es todo lo que necesitas saber.
Avelyn asintió lentamente, disfrutando el descubrimiento.
—Es… increíble. Fascinante.
Él permaneció serio, evaluándola con calma y respeto. La tensión entre ambos llenaba el espacio, pero había un primer entendimiento, silencioso, sin palabras.
Estaba a mitad del café cuando un golpe rápido sonó contra la ventana.
—¡Avelyn! —gritó Jarek, entrando apresurado—. Necesito llevarme al Alfa, ahora.
Rhydan se levantó, dejando la taza intacta. Sin palabras, sin despedida, simplemente se movió con autoridad.
Jarek se inclinó hacia ella mientras guiaba a Rhydan afuera:
—Adiós, Avelyn. Tranquila, lo cuido.
—Gracias —respondió, sonriendo mientras los veía marchar.
Quedó sola, su café humeante frente a ella. Observó el lugar: la pareja que vigilaba al niño, el murmullo del café, y dejó escapar un suspiro.
Bienvenida a Shadowfang, Avelyn Kaine. Esto va a ser… interesante.