Introduccion
—¡Nathaniel, Matthew! — alcé la voz para poder ser escuchada — ¡Mamá se está yendo! — volví a gritar.
Pronto escuché sus pasos que se acercaban y me hacían saber, que venían corriendo hacia mí; mis dos pequeños de tan solo cinco años de edad aparecieron frente a mí con una sonrisa en sus labios, les sonreí también.
—Beso, mamá promete volver para el almuerzo y pasar el resto de la tarde con ustedes ¿va? — dije, agachándome a su altura.
—¿Podemos ir por un helado más tarde? —
Miré al más grande de mis hijos al oírle preguntar aquello e hice puchero, tomar helado estaba bien, pero si fuese en una época del año más cálida, estábamos a final del invierno, pero aun así los fríos eran intensos.
—¿Puedo pensarlo? — dije
—Madre solo acepta ¿Si?, hace mucho no vamos a por un helado — intento convencerme Nath.
—Si, hace mucho que no lo hacemos, porque aún no estamos en verano bebé — dije — pero prometo pesarlo si, ahora debo irme, se portan bien y le hacen caso a Leti ¿va? — ambos asintieron.
Besé su mejilla y recibí el abrazo que siempre me daban como despedida, luego de eso me puse de pie para poder despeinar sus cabellos con mis dedos, cosa que a ellos les encantaba que hiciera. Luego de despedirme y avisar a nana y Leti que me marchaba, salí de la casa y me subí a mi auto, el cual, los días de semana era conducido por un chofer, pero como hoy era sábado, lo conducía yo por mi propia cuenta.
Por lo general, ir a la empresa en día sábado no estaba en mi itinerario, pero hoy era un día especial, ya que debía terminar de arreglar todos los documentos necesarios, para el contrato que firmaríamos el lunes del nuevo proyecto que la empresa traía entre manos. Allen estaba totalmente estresado por este proyecto y tenia a todos en la empresa con los mismos ánimos, ya que no dejaba ni siquiera un tiempo de respiro a nadie, ni siquiera a mí, pero era bueno, ya que podia mantener a mi mente ocupada, cosa que hace ya seis años vengo intentando hacer y realmente, funciona.
Al llegar a la empresa estaciono el auto frente al edificio y me bajo del mismo, no pensaba quedarme mucho tiempo aquí, quizá unas dos horas, ya eran las nueve treinta de la mañana y a más tardar a la una del mediodía, debía estar en casa, pero dudaba que fuese a tárdame tanto.
—Buen día Carlos — dije saludando al guardia de seguridad, quien me contestó con una sonrisa en los labios.
Segui mi camino hasta los ascensores y pronto me subí al presidencial, ya que no debía esperar por el mismo, lo usaba solo yo y en caso de emergencia Allen.
Al llegar a mi piso ya tenía a media docena de personas sobre mí, firma aquí, firma aca, revisa esto, ¿puedes aprobar esto? y más cosas, que, en menos de dos minutos, ya hicieron que mi cabeza doliera y soltara suspiros a cada dos segundo, en estos momentos, es cuando lamento haber autorizado trabajar en sábado.
—Buen día linda presidenta —
Suspiré cerrando mis ojos lentamente, cuando volví a abrirlos lo tenia de pie frente a mi con una sonrisa de oreja a oreja.
—El proyecto fue aprobado y el lunes viene Cesar a firmar el contrato — anuncio feliz — lograste un proyecto más Cam, mi hermano estaría muy orgulloso de ti — agregó
Me levanté de mi asiento y caminé hasta donde se encantaba Allen, tan pronto como lo tube frente a mí, envolví mis brazos a su cintura y recosté mi cabeza en su pecho, suspiré.
—Esto es todo gracias a ti y a Austin, que se tomaron la molestia de enseñarme todo lo que se hoy — dije alejando mi rostro de su pecho para poder mirarlo — gracias por estar ahi para mi en todos estos años — agregué
—¿Como dejar a mi pequeña hermana al abandono?, jamás haría tal cosa — contestó
Para luego dejar un beso en mi mejilla, sonreí.
—Lo hiciste solo por tus sobrinos, acéptalo — bromee
—Es verdad, no pienso negarlo
abri mi boca incrédula y me alejé de su persona, mientras lo escuchaba soltar una carcajada.
—Me voy, le dije a mi hijo que llegaría para el almuerzo, tu deberías hacer lo mismo — hablo, mientras intentaba calamar su risa exagerada.
—Vete, es lo mejor que haces
Lo vi marchar mientras se despedía con su mano, yo en cambio, caminé hacia mi escritorio y tomé mi móvil y las llaves del auto, para poder salir de aquí de una vez por todas.
Y en eso se basa mi vida hoy día, cada día de la semana mis ojos se abren a las cinco treinta de la mañana, me ejercito por media hora en un mini gym improvisado en casa, luego me duchaba, maquillaba y vestía para a más tardar a las seis con quince de la mañana, despertar a mis pequeños, dejar que se duchen, ayudarles a vestir y luego bajar a desayunar, llevarlos al colegio y marchar a la empresa, hasta la hora del almuerzo, volver al colegio a buscar a los niños y luego llevarlos a la casa para poder almorzar con ellos, para a más tardar a las dos de la tarde, volver a la empresa y seguir trabajando hasta las ocho de la noche, luego volver a casa, cenar con mis hijos, leerles un cuento y dormirlos, todos los días a las nueve treinta de la noche recostaba mi cabeza en la almohada y pensaba en él, en qué habría pasado con nosotros si estuviese aquí conmigo, si pudiese haber compartido conmigo, todos los momentos más bellos del crecimiento de nuestros hijos, hoy día ya no suelto ninguna lagrima, pero hace tan solo cinco meses atrás, si lo hacía. Y aunque ahora mi vida se había vuelto en una rutina muy repetitiva, era feliz, porque tenía el motor para ellos, mis hijos, Nathaniel y Matthew, eran suficiente para que yo fuese feliz.